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La enfermedad invisible de Augusto Rodríguez

Por Xhevdet Bajraj*

 

 



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Es una verdad ya conocida, que el hombre es su poesía y la poesía es el hombre mismo. El lector tiene entre manos un libro con una firme estructura poética y con una precisión lingüística que nos sugiere ideas y emociones a partir de imágenes sorprendentes y verosímiles. Una poética amasada por los contrastes que lo han agobiado, Augusto Rodríguez utiliza la inteligencia, la formación, los estudios, la técnica y al mismo tiempo, como todos los grandes poetas, usa la intuición (esos hilos invisibles), pero sin dejar nada al acaso, con un estilo conciso, para enfrentar la realidad. 

Augusto Rodríguez sabe que la tarea de la poesía es quijotesca, una grande y noble en la medida en que no es la vida misma, a la inversa.

El discurso dominante de este libro es profundamente lírico. Algunos temas giran en torno al amor, la meditación sobre la vida cotidiana, símbolos de la poesía del siglo XX (Pound, Pessoa).

Mientras el tiempo en el que vivimos, está caracterizado como una época de la despersonalización del individuo, y por lo tanto, la poesía está casi en los límites por deshumanizarse, La enfermedad invisible, gracias a la conciencia estética de su autor, quién sabe que la tarea de la poesía es quijotesca, grande y noble, nos permite mirar hacia nuestro interior, reconstruido libremente, en un mundo desmitificado, donde siempre hay un lugar para la ternura humana y de que la vida es todo un milagro, es bella, o al menos podría, o debería, ser bella.

Hegel creía que la poesía: es lo más valiosa de entre todos los tipos de arte porque, fusiona la parte racional con la irracional del ser humano. Eso nos enseña a entender la poesía como la vieja compañera, testigo de deseos-quereres de hombre, necesidades y sueños. Parece ser todo un nido cálido de la locura, pero nos da la ilusión de que no vivimos en vano, sino de que en nuestra vida, mientras escribimos o leemos poesía, estamos haciendo algo esencial para el mundo y, si no podemos cambiarlo, podemos hacerlo soportable (para unos cuantos).

La poesía de Augusto Rodríguez es comprometida sólo por ser tan humana. Gracias a los versos meditativos que poseen cierta belleza para el oído, logra acercarse al canto. Eso me hace creer que cada uno de aquellos que en su corazón lleva un pedazo de lo humano, reconocerá: la poesía está escrita para él.

Augusto Rodríguez parece sin lugar a dudas un poeta insólito, ajeno a la retórica que se ha puesto hoy en día de moda en mayor parte de Hispanoamérica; aquella que apuesta más por la aventura del lenguaje que por la sustancia humana y que se ha convertido en una fría reflexión sobre sí misma y, que hace que los poemas se parezcan unos a otros aunque los temas sean distintos. En este mundo tan dramático y tan heridos, rodeado por los escombros, ruinas y desolación, he aquí unos maravillosos ejemplos del autor de La enfermedad invisible, para una definición: el poeta es: Una mano difusa que se sacude los animales dormidos… Una noche con diecinueve cabezas arrojadas del fin del mundo.

Y seguimos:

Un pez que vuela en la sombra del asesino que desconozco.
Una bala que se vuelve polvo y sangre en la orilla de tu sexo.
Un gato muerto en la calle es como un árbol que está enterrado en medio de los ojos
de la nada… Pero un gato muerto en la calle es como un pequeño dios derrotado.
Un ángel asesinado en la intemperie por sombras rotas. Un observador de la larga
Noche de los seres humanos. Un anónimo que bebe de las derrotas de los hombres.
Un soñador a espaldas de dios y de la historia…

Según el título, con el que Augusto Rodríguez tuvo éxito, el que  una vez para siempre domestica al “animal” silvestre, salvaje, de la subconsciencia, me dice de un bardo que se enfrenta y  tiene su  propia voz y se apodera  de él  mismo y sigue su camino que sin ninguna duda, lo llevará a la mesa con los grandes (leer los poemas en la página 68 Golpes borrosos y la página 72 Envejece a galope).

La historia contemporánea ha creado nuevos y auténticos aspectos de la realidad y al poeta no le queda más sino usarlos como materia prima y a través de la imaginación, darles nuevas formas. La poesía se inspira en la realidad de la que somos parte. Puede ser que esta realidad construida sobre ruinas de los sueños del pasado, asimismo como los sueños de hoy día van a servir como base del futuro. Es tan humano, tan a favor de la vida, buscar la salida de las garras de la anestesia, casi colectiva. “Borges, de algún modo, sabe que lo único que queda es la memoria del poeta, lo que él canta; la palabra del poeta es el último refugio contra la nada.”

Hay emociones de nuestra vida, imágenes que podemos expresarlas sólo gracias a la poesía, sea en albanés, náhuatl o en español: Tengo una fría enfermedad en mis venas que no me asesina.

Hans-Georg Gadamer dijo: “La cuestión no es saber si los poetas enmudecen, sino si tenemos aún un oído lo suficientemente fino para oír”.  

La poesía no es una herramienta para insultar la inteligencia del lector, sino un fin para sí mismo, el cual sin embargo, encontrará el camino hacia el corazón del otro. Contemplando el mundo, ella nos recuerda que todavía es útil en una única manera, el vacío que traemos por dentro, a pesar de todo, lo llena con esperanza y la valentía, por supuesto, siempre dejando lugar para el amor.

Tengamos precaución de no morir que todavía hay luz y no todo es noche.

Somos domadores de serpientes y de bestias

Falta mucho para cruzar el puente de la luz que nos lleve a la tierra de las sílabas.

Dios o verdad, es el dilema de los últimos navegantes de esta tierra que hierve de rabia y de dolor.

Nada somos en esta tierra que no sea enfermedad que palpita a cada instante y en cada hueso/ sin que seamos pura carne y latido por este cuerpo lleno de vocales y cenizas.

Las imágenes de este poema brotan de las emociones y de la acción, y son tan exactas y poderosas que consiguen grabar en el lector la imagen de la cosa a la que se refieren y al mismo tiempo, los versos nos llevan más allá de las palabras: a la emoción.

Para los que sufren las palabras no existen, están viciadas, usadas como camiseta
de abuelo o de padre canceroso, en un día borroso, sin fecha, ni recuerdo.

La palabra debe enterrarse en nuestra memoria y dejar que nos descifre desde adentro.

La palabra es… Un pájaro moribundo como tu pie fuera de mi sabana. Un puma blanco que sólo existe en la nieve del recuerdo. Una cabeza rota que amanece en el sueño.

La palabra no puede nacer todos los días y a cada rato, sin perder eso
que llamamos dolor y nunca poesía.

Hay demasiados enfermos crónicos o terminales de este lado de la orilla y no
Deseo terminar mis últimos días entre cuatro paredes blancas mirando sin mirar a nada.
El hombre es un cuerpo débil y gaseoso que es inferior al sueño y a la realidad…
Un horror que no tiene molde y se oxida con el veneno. Es una fruta rebanada y madura que cae al vacío, inmóvil, sin cáscaras, y sin fe.

… y solo duerme debajo de la tormenta de los peces asesinos.

Es esos peces existe una gran primavera donde hay ancianos desnudos que bailan
llenos de felicidad… En los ancianos hay un reloj y un poema.

Lengua/ Me habla de Dios como si me hablara de mi verdadero padre. Me lee poemas de Pound o de Pessoa como si fueran propios.

La cabeza de la vaca decapitada busca a su cuerpo que ya no está.

Lo demás fue caos, gritos y esta arma de fuego duerme como animal furioso en mis dedos.

Leyendo este poemario, cada instante me resonaba el hermoso verso de Walt Whitman: “Camarada, esto no es un libro; el que lo toca, toca un hombre.”

 

 

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Xhevdet Bajraj (nació en 1960, Kosovo, en la antigua Yugoslavia) es un poeta de origen albanés. Radica en México gracias al Parlamento Internacional de Escritores que le ofreció refugio en Francia, Italia o México después de las acciones de limpieza étnica realizadas por el ex presidente Slobodan Milošević. Hoy vive en la Ciudad de México.



 

 


 

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"La enfermedad invisible" de Augusto Rodríguez.
Por Xhevdet Bajraj