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Nuestra casa es una batalla contra el tiempo
Poemas desde la ciudad villana de Andrés Rodríguez. Ortiga Ediciones 2016
Por Sergio Rodríguez Saavedra
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El título (de este artículo) no es original, es un verso de Poemas desde la ciudad villana de Andrés Rodríguez, es un verso que remata el poema Contra el tiempo, pero además funciona como definición de –al menos- una extensa parte del libro. Si cada uno es su escritura, entonces este hablante está en medio de una ciudad donde el reloj gira contra el sentido del tránsito. El peatón camina hacia atrás buscando en el espacio de lo perdido aquello que en realidad desea encontrar o, tal vez, encontrarse a sí mismo perdiéndose en un mundo donde la villanía quede fuera.
Por eso es un territorio noble, conocido: lleva años en la mente del autor. En este espacio puede convivir la poesía con emociones diarias, puede compartir el recorrido callejero la Alicia de Lewis Carrol, junto a una lavandera hermosa, los muertos con parroquianos atrincherados en un bar cuya ubicación es un recodo de Chillán. Huelen a madera estos versos, a vino, a quietud: “nuestro bar es/ un ferrocarril detenido en/ el corazón de la ciudad”, dice el poeta. Es un territorio donde lo que avanza es la escritura, pues el momento ya está fijado.
Chile es particularmente fértil en lo que Teillier definiera como poesía de los lares, es una estética que visita asiduamente las habitaciones donde el hombre piensa y describe su vida. Aunque parezca extraño, hay algo de aquel aire en la seca urbe. Pero, ciertamente, todo evoluciona y es de comprender que esta obra también guarde las distancias, mas no las lejanías: “días de mil novecientos setentainueve/ cuando tú vivías y yo/ creo que también”.
Entrada ya la segunda parte, un tono antipoético nos sale a abrir las puertas. La dulce ironía (y el adjetivo es a propósito) toma el relevo, el estar se hace incómodo, la ciudad no es la que debiese ser. Títulos como Lamento chileno o Modesta historia destos pagos chilenos hablan de una contradicción que el tiempo debe aclarar. El amor –tema relevante en este libro- y la justicia, quedan bajo pasos que aplastan valores esenciales dejando una profunda huella en la conciencia. Rodríguez no sólo es un poeta que utiliza talentosamente el ritmo, sino que piensa y expresa sus convicciones a través de una poética que nunca renuncia a ser sensación y certeza en una misma metáfora.
No está demás decir que la obra comprende 48 textos, la mayor parte en verso libre, con unos cuantos sonetos y un par de poemas quizás largos en relación con la brevedad y justeza de otros, antecedido por un prólogo del porteño Juan Cameron. Que el diseño de Ortiga Ediciones guarda relación con los motivos que hacen de una escritura sobre el tiempo una lectura para este día y lugar.
El lector encontrará más que los caminos, un destino donde mirar y mirarse en la distancia del calendario. No es lo único, hay concordancia entre el objeto de la escritura y el sujeto que plantea una experiencia común. No hay verdades absolutas, sólo el relato de lo que la naturaleza humana construye –o destruye- a su alrededor.
La ciudad villana no está sitiada si hay compasión. Les invito a entrar buscando la lealtad de las palabras. Mantener la esperanza, esperar confiados por los poetas, pues como dice en otro poema y para cerrar con lo dicho más arriba “los trenes que dejamos ir/ volverán por nosotros algún día”. Los boletos, al parecer, nos los ha reservado Andrés Rodríguez.
Stgo., Julio, 2016.
