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LO QUE TOCA LA POESÍA, RESUCITA
Prólogo a “El beso de los dementes” de Augusto Rodríguez.
Mantis Editores de Guadalajara y El Colegio de Puebla, México 2014.
Por Rafael Courtoisie
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Hacer poesía es construir significado más allá de toda sombra posible. Ni siquiera la letra debe echar sombras sobre el significado. En todo poema cada palabra, cada sílaba, cada fonema debe desaparecer en su absoluto simulacro. Debe, simplemente, ser, y sobre todo, debe querer construir un decir que se imponga con solidez a la evanescencia falaciosa de esa niebla que llamamos “lo real”.
La poesía es construcción de transparencia, evidencia pura del signo que deja ver lo que oculta aquello llamado “realidad”. La poesía pone el mundo al revés: el significante cambia de lugar con el significado. Y viceversa. Cada significante pasa a ser otro, una contigüidad que por transitiva crea sentido donde no existe y este sentido abre todas las posibilidades más allá de la muerte. A pesar o a favor de Saussure: la lluvia brilla, llueve el sol.
Poesía es sonido, referencia y cuerpo: sonido del ser, referencia del acto, cuerpo del verbo y, dentro de ese cuerpo intangible pero cierto, carne de la enunciación.
Poesía es también construcción de saber. Dar testimonio más allá de la muerte o de la noche.
“El beso de los dementes” es violencia pura y hermosa, cincelada como la piedra de una joya rara. Una sinceridad brutal y precisa, bella y dura recorre estos poemas en prosa, esta suerte de diario de la desesperación transmutada en metal nobilísimo, enfrenta el tema de la muerte para que sepamos la buena nueva de la vida. El lenguaje de Augusto Rodríguez impone sus manos sobre el rostro de la verdad y, como la mejor poesía, hace que resucite lo amado.
Montevideo, Uruguay, 2014.