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Alberto Rojas Giménez | Autores |




 







Alberto Rojas Giménez, Pajaritas de papel

Por
Rui Reclus
Publicado en La calabaza del diablo N° 26 / Año 5 / julio 2003



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"Me pesé esta mañana: 59 kilos. Hace dos meses pesaba 65. No te doy esta noticia para enternecerte, sino para hacerte ver con qué rapidez recupero mi línea (..) A fines de este mes saldrán de su empleo 10.000 empleados. ¡Y yo buscando empleo!" (...) Para El Mercurio tengo un proyecto: escribo crónicas, fechadas en París o Berlín, firmadas con un seudónimo y tú las llevas al diario, diciendo que son de un amigo tuyo que está en Europa y tú las has traducido".


Estas líneas las escribe el poeta en una carta a cierta amiga que tiene en Europa. Ha regresado a Chile y se siente inadaptado y solo. Con frecuencia recuerda a sus amigos muertos: Romeo Murga, Joaquín Cifuentes, Juan Egaña, Enrique Gómez Rojas, compañeros de juerga en los años 20. Esta es la historia del vate al que Neruda el dedicara el famoso poema "Alberto Rojas Giménez viene volando".


¡Una de las tantas. maneras de nacer!

Un 21 de julio de 1900, cuando asomaba el siglo XX, en Valparaíso, pero no en tierra firme, sino a bordo de un barco, nació Alberto Rojas Giménez. Hijo de marinero y madre pensativa. Su infancia transcurrió en Quillota, pueblo de casas blancas que parecían hechas de "queso de cabra", en las calles San Martín esquina Yungay. Aquellos años se sucedieron entre la soledad, los juegos, un retrato de su padre asesinado y el inseparable perro Azor, con quien el niño solía contemplar los huertos verdes de la aldea y los "enormes campanarios de iglesias que apuraban el ocaso". La soledad y melancolía se rompía con la presencia de la abuela que tocaba valses en un piano antiguo.

Al cumplir 10 años soñaba con ser marino. Su madre se interpuso en sus proyectos y lo condenó al seminario. Por suerte su incapacidad con el latín lo salvó de los hábitos. Su adolescencia estuvo marcada por las malas notas y un desinterés generalizado por toda profesión. Las humanidades las realizó en un Liceo de Quillota y en el Internado Barros Arana de Santiago. Luego hizo un curso de pintura en la Escuela de Bellas Artes que abandonó debido a "la petulancia de los profesores y la lentitud de la enseñanza". Su espíritu se agudizó, todo le pareció falto de interés y también de "una repugnancia definitiva: las personas, las reuniones, usos, costumbres y leyes sociales", hasta llegar a la conclusión de que era un indisciplinado y un inadaptado, llegando a oír que se referían a él como a "¡un pobre diablo!".

Siendo adolescente conoció a Manuel Rojas, González Vera, Sergio Atria y Carlos Caro, quienes lo invitaron a participar de una hermandad literaria llamada "Los Cansados de la Vida", que tenía por finalidad el suicidio. Rojas Giménez solicitó su ingreso, pero la hermandad tenía un rito de iniciación: debía encender un fósforo en un cuarto a oscuras y resistir durante 30 segundos lo que sus ojos vieran. No alcanzó a estar 5 segundos en la habitación cuando comenzó a gritar frenéticamente para que le abrieran la puerta. Sobre una mesa, lo que había era la mano ensangrentada de una mujer, que había sido cercenada y robada desde el Pabellón de Anatomía de la Escuela de Medicina por Segio Atria, quien luego la arrojaría al río Mapocho dando motivo a la siguiente crónica periodística: "Nuevo crimen. Hermosa mujer descuartizada por amor. Sólo se ha encontrado una mano. La policía busca las demás partes de la bella asesinada. Más detalles mañana".


Los Tiempos de Claridad

Rojas Giménez perteneció a la Generación del año 20, generación que desde la Federación de Estudiantes de Chile criticó la permanencia del régimen parlamentario y abogó por la unión del proletariado y los estudiantes a través de la creación de la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional. Tiempos de efervescencia social cuya rebeldía se expresó en todos los planos: el político, el social, el estético. Generación que debió sufrir la represión en todas sus formas a raíz del invento de guerra con el Perú, del Ministro de Guerra, Ladislao Errázuriz. Jóvenes libertaios que debieron soportar los embates de la Juventud Católica, de la cual participaba, según Jorge Teillier, el cura santo, Alberto Hurtado, quien junto a una turba de jóvenes patriotas, atacó, en julio de 1920, el local de la Fech de la calle Ahumada, destruyendo muebles, quemando los libros "subversivos" de la biblioteca y apaleando a los estudiantes. El mismo día, el conductor de la camioneta verde y sus beatíficos amigos, saquearon la imprenta Numen, donde trabajaba Manuel Rojas. Juventud patriótica que, coludida con el Ministro Astórquiza, condenó, al gran Enrique Gómez Rojas, a morir de meningitis en la Casa de Orates.

Por esta fecha, Rojas Giménez ha publicado sus primeros versos, posee un "rostro angelical" y siempre viste de negro con sombrero de ala ancha, moda que impondrá a Neruda y a los poetas que formaron "la Banda de Neruda", entre los que se cuentan Romeo Murga, Tomás Lago, Víctor Barberis, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Armando Ulloa, acostumbrados a beber buen vino en los bares Teutonia, La Ñata Inés, El Jote, El Teutonio o el Zhum Reheim.

Rojas Giménez participa en la Revista Claridad, órgano oficial de la Fech, y se hace muy popular. Es alegre, ingenioso, cordial y amigo de los más diversos personajes; es uno de los organizadores del tercer aniversario de la revolución rusa. Junto a Martín Bunster escribe el Manifiesto Agú, de inclinación dadaísta, en el que incita a romper las cadenas de la poesía: "para ingresar al Movimiento Agú no se necesita aprendizaje, ni lecturas, ni erudición". También tiene el prestigio de haber huido durante dos años con una muchacha recorriendo diversos pueblos de Chile, experiencia de la que surge el cuadernillo de poemas "Solnei", inspirado en el nombre de su novia adolescente.

La poesía de Rojas Giménez utiliza el lenguaje corriente; los motivos son cotidianos; evoca amores de infancia y la vida de pueblo. Teillier señala: "Posee un balbuceo torpe, un divagar, una espontaneidad primitiva que el poeta reconoce; un desdén por la retórica convencional, y el brillo y el oropel de las palabras que habían traído un sector de los modernistas a la poesía del 900. Emplea el verso libre, intercala frases del habla cotidiana, y en esto va más allá, en un principio, de sus compañeros de generación que continuaron usando la métrica habitual: poesía que aspira por medio de la extrema simpleza a una verdadera expresión personal. Todo esto da por resultado un tono inesperado dentro de la poesía chilena de la época. Poesía subjetiva y de acento sentimental, dolorido y nostálgico, cuyo ámbito encierra una afición por las pequeñas cosas de la vida doméstica y provinciana".

El 22 de octubre de 1922, junto a Neruda, Joaquín Cifuentes Sepúlveda y Renato Monestier, lee en el Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile. En los años siguientes, intenta ganarse la vida vendiendo avisos para las revistas literarias. Debido a su particular insistencia los clientes siempre terminaban por aceptar.

Y así llegó el viaje a París. El poeta trabajaba en el Ministerio de Educación cuando su amigo, el pintor Pachin Bustamante, obtuvo una beca del Consejo de Bellas Artes para irse a perfeccionar a Francia. Rojas Giménez lo convenció para que cambiara su pasaje en primera clase por dos de tercera. Pero aún quedaba lo más difícil: convencer a la compañía. El poeta le pidió ayuda al alcalde de Valparaíso, y ante la negativa del edil, lo amenazó con suicidarse tirándose desde los balcones del municipio si éste no aceptaba.


Extranjero enamorado de las cosas y su canto

En Europa, el poeta residió varios años en París, Alemania y España. Escribió las crónicas que luego fueron reunidas en su libro "Chilenos en París". También planificó dos proyectos de novela: "Africa" y "Una Mujer", de las que se publicaron sólo ciertos capítulos. Además, editó su poema "Carta-Océano" (nombre sacado de uno de los "Caligramas" de Apollinaire), del cual Teillier sostiene:

"En Carta-Océano se logran una atmósfera y una dimensión de nostalgia que dan como resultado una verdad poética frente a la cual no se encuentran parangones en la historia de la poesía nacional. Sólo ese poema bastaría para darle a Rojas Giménez la perdurabilidad que a veces se le ha negado (...) Reencuentro con la infancia y la aldea, y cuya producción tiene un aire de nostalgia y de melancolía de evidente similitud".

En París el poeta hace vida de artista, aburrido del país oscuro y enrarecido que había dejado atrás. Allí conoce a Vicente Huidobro, a Francisco Contreras, a Manuel Ortiz de Zárate, al dibujante Oscar Fabres y a Moisés Cáceres, estudiante chileno que se suicidó cortándose las venas en un baño público y no frente al consulado chileno como ha venido repitiéndose. Trabaja de secretario de un funcionario "en misión de estudios sociales", quien le encomienda la difícil tarea de clasificar las cartas de las mujeres que respondían a un aviso en el que el diplomático se ofrecía como: "caballero chileno de edad, con 8000 francos de renta mensual, desea conocer señora o señorita de bello cuerpo y hermosas facciones. Generosidad. Discreción. Escribir enviando fotografía". Decora junto a su amigo pintor paredes de bares, pasa largas temporadas de hambruna en las que "una taza de café sabía a banquete". Además lanza argollas en ferias y, fruto de su buena puntería, obtiene botellas de champaña que cambia por comida. El frío es otro gran problema. Junto a su compañera de edificio, Claudine, que conocía a todos los escritores de París, durante un invierno sacrifica los libros: Barco ebrio, de Salvador Reyes y Veinte Poemas de Amor, de Neruda, en la chimenea. También desde su ventana mira la feria de pintores de la plazuela de Montmartre. Hasta que conoce a Micky, de la que nacerá Serge, hijo que de vuelta a Chile siempre recordará. También comparte con Unamuno innumerables veladas y aprende, con éste, a hacer pajaritas de papel.


Noches de Bohemia inacabables

Rojas Giménez gustaba, como noctámbulo, de deambular de bar en bar, regalando pajaritas de papel: un pez, un gato, un ancla de un buque. Diego Muñoz dice "que fue un mago" dispuesto a contar cosas sobre "personajes nunca vistos y sucesos inimaginables". Rolando Oyarzún cuenta que junto a Neruda en el bar de la Ñata Inés trató de pagar con la mitad de un billete unos jarrones de clery por lo que fue conducido a la Segunda Comisaría. A la mañana siguiente, en el patio del recinto policial, los poetas tomaron unas carabinas en desuso y se dispusieron a reproducir la muerte de Manuel Rodríguez, junto a una estatua del prócer hecha por Carlos Canut de Bon. Cuando estaban apuntando fueron sorprendidos por un oficial que, ante el hecho, los trató rudamente. Rojas Giménez indignado tomó un tarro de alquitrán y le embetunó el rostro al policía. A raíz del altercado fueron conducidos al juzgado, pero el magistrado los puso de inmediato en libertad.

Cuando a Rojas Giménez lo sorprendía la mañana, se iba al mercado central a componer el cuerpo con un caldo de cabeza, luego robaba un pejerrey para ponérselo en el ojal y usarlo como condecoración. Conocía como la palma de su mano los bares de Bandera y San Pablo. En el Hércules, en el Venezia y en el Jote, los dueños le daban de beber gratis porque eran sus amigos, levantaba el ánimo y atraía clientela. También era un asiduo cliente del bar Alemán de la calle Esmeralda y del cabaret Zeppellin. Como dibujante hacía retratos a sus amigos y también decoró innumerables bares. Sus murales los firmaba con una copa y una botella de vino. Una noche en que un joven dio vuelta un vaso de vino le dijo: "todo podemos hacer con el vino, muchacho... ¡menos perderlo estúpidamente, como tú lo acabas de hacer!".

En este período el poeta escribe la carta con la que dimos inicio a las presentes líneas. También trabaja en la administración pública, recorre el país dando conferencias y colabora con crónicas acerca de Europa en diversos diarios y revistas de la época. En 1930 publica "Chilenos en París" libro que le reportó 200 pesos como derecho de autor. Entre 1932 y 1933 se convierte en un caminante madrugador. A las seis de la mañana pasea por el cerro San Cristóbal, pues debe el arriendo de la pensión. En el verano 1934 intenta enrolarse para combatir en la guerra del Chaco pero llega hasta Antofagasta. Luego se va a la provincia de Cautín a dar conferencias sobre Picasso.

La noche del 17 mayo de 1934, entró a la Posada del Corregidor. No pudo pagar el consumo, por lo que fue despojado de su sobretodo y chaqueta, fue golpeado y luego lanzado a la calle en medio de una lluvia torrencial que hacía días caía sobre Santiago. Atacado de una fulminante bronconeumonía, falleció el 25 del mismo mes, antes de cumplir los 34 años de edad. Durante el velorio, bajo la misma lluvia torrencial, en la casa de su hermana cerca de la Quinta Normal, llegó un desconocido vestido de luto y empapado, quien tomando un impulso dio una cabriola y saltó el ataúd en el que yacía el bardo. Nadie supo a que se debía tan extraño rito. Tampoco se le pudo preguntar al hombre que se retiró sorpresivamente. Luego se recordó que en un café, un hombre le pidió al poeta que lo autorizan a saltarlo una vez muerto, ya que era su manera de rendir homenaje a las personas interesantes que había conocido.


 



 

 

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