Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Alberto Romero | Autores |
LA VIUDA DEL CONVENTILLO, de Alberto Romero
Edit. Biblos. Buenos Aires, 1930
Por P.
Publicado en revista Índice, Stgo. de Chile. N°8, noviembre de 1930
.. .. .. .. ..
Alberto Romero nos presenta en esta novela santiaguina la obra más orgánica que hasta ahora haya escrito. En los libros anteriores de Romero hasta "La tragedia de Miguel Orozco", publicada por Salvat en 1929. advertíase una brocha naturalista que más que en la pintura de los personajes acertaba en la de los ambientes. Una sintaxis rota y algunas divagaciones abstractas que no constituían precisamente filosofía, hacían de Romero a pesar de sus innegables condiciones, un escritor desigual. Los detalles bien observados, la realidad artística, mezclábanse a veces con elementos falsos: se buscaba la intensidad con procedimientos impresionistas que el autor no dominaba certeramente. Así después de un cuadro crudo y enérgico el autor entraba en una peligrosa zona de sugerencias, en párrafos de entrecortada prosa romántica en que la arquitectura misma de la novela quedaba agrietada. Comparar los libros anteriores de Romero con esta "Viuda del Conventillo'', es realizar un balance a su favor. Aquí el novelista es ya más dueño de su arte.
Como novela naturalista constituye con "El Roto" de Joaquín Edwards uno de los más detallados documentos que tengamos sobre la vida santiaguina de los barrios bajos. El acertado pintor de ambientes que había en Romero, descubre aquí los personajes. Y por lo menos tres personajes viven una vida ancha y desenfadada en las páginas de este libro: un don Fidel, roto filósofo y epicúreo, qué aunque sólo aparece en los primeros capítulos, para morir después como tantos rotos a quienes extraviara la dorada chicha de marzo, sigue animando como un dios lar, la vida del libro. Tuvo el tino este don Fidel de morir en el momento en que el otoño de su mujer la Eufrasia, acendraba más mieles. Las caderas de la Eufrasia, su plástica morenez, su pecho henchido de plenitud matriarcal, una viudez digna, que a veces simula el gesto solemne y monogámico de las grandes señoras, pasan por el libro, colmándolo de exaltación vital. Así Eufrasia se defiende del asedio y argumentadas proposiciones de una vieja comadre de barrio. Embajadora de todos los amores, que esgrime sus astutas palabras entre chupadas y chupadas del cigarro de hoja, con una firmeza y voluntad irreprochables. Hasta en el alma plebeya de la Eufrasia hay un imperativo ético. Pero un día llega del campo, oloroso a heno y comedor de cebollas crudas, Angelito, especie de Apolo rústico y asoleado. Y no diremos que la Eufrasia lo mira con los ojos de la Lujuria, sino con la mirada más analítica y trascendental de la Eugenesia. La novela llega aquí a su climax. Mientras que la Eufrasia quiere absorber el campo, Angelito quiere absorber la ciudad. La Eufrasia se amplía hasta tomar el aspecto seguro y redondo de esas Venus Calipédicas que aparecían como arquetipos matroniles, en los "Tratados del Matrimonio" que se publicaban en la época de la crinolina y del polizón; en cambio Angelito se adelgaza con los aires e intenciones mefíticas de la ciudad o del sector de la ciudad. en que vive. Como por obra de magia el buen Angelito se nos transforma en el más descompuesto producto urbano que quepa imaginar: en un rufián. Esta metamorfosis de Angelito nos parece poco clara. En todo caso lo lamentamos por la Eufrasia que vive en compañía del mozo los días más dramáticos de su vida. Irrumpen aquí unas escenas que cierto rubor —ya que no disponemos de la amplia escenografía de la novela—. nos obliga a callar en una crónica literaria. Eufrasia huye de la compañía de Angelito y cuando ya
es una mujer demasiado madura, encuentra simpatía, amor y comprensión en los brazos de un almacenero italiano que la amaba en silencio y obstinación, desde hacia muchos años. Este italiano nos parece el personaje más convencional de la obra, y recuerda insistentemente a los italianos de los sainetes argentinos.
Pero por sobre el artificio que reine en la trama de la novela, ella se impone como un rico documento de la vida del conventillo chileno. El crudo naturalismo de algunas escenas no impide algunos destellos de poesía (poesía de las cosas) y una noble intención de justicia social. Romero no puede ser exclusivamente literato: se rebela contra la situación de las clases bajas y hace una crítica corrosiva de la caridad oficial.
Al final el libro se precipita: muchas escenas de los últimos capítulos parecen esquematizadas. Esto es de sentirse, cuanto que otras páginas nos acostumbraron a una mano firme que sabia dar con seguridad el contorno de los detalles.
En todo caso, es la novela de Romero la mejor que haya aparecido en Chile en el presente año. Quedará como candente y cuantioso testimonio de vida popular. El autor ha superado sus obras anteriores. Es libro que se deja leer con nitidez y viveza. Otro esfuerzo más, y tendremos en Romero un excelente novelista.