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La nieta de Wong, de Ana Rosa Bustamante
Gidy Alba Moreno
Licenciada en Literatura Hispanoamericana de la U. de Guadalajara.
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Somos capaces de ser voz, aun encerrados en la penumbra…
Ana Rosa Bustamante es voz, aunque duela. Es ella recuerdo, aunque la vida se le atore bien hondo en el pecho. Ella habla de esperanza, aunque no exista nada más que ausencia.
En La nieta de Wong vemos recuerdos que se colocan cerca de los huesos, lejos del tiempo, ahí es donde los antepasados se transforman en ideales, en las fantasías que los niños usan para soñar, a veces para dormir. Es un barco que lleva vidas ahogadas en esclavitud.
Ana Rosa Bustamante es la voz de los que han sido callados por un destino más grande que el mismo mar, ahí donde el primer derecho del humano es cegado, “el poder decir”.
¿Dónde radica la verdadera esclavitud? ¿La esclavitud emerge de apagar el deseo? ¿De dejar al otro sin la voluntad de alzar los ojos y recordarse integro, completo?
Es la ausencia de un cuerpo verdadero lo que nos muestran los versos de Bustamante, la vida no a partir del cuerpo, sino el cuerpo a partir de la misma existencia,
¿Qué hago yo aquí?
¿Qué enfría mi torso y mis hombros
en esta rara madrugada
y para qué?
Yo no sé.
(BUSTAMANTE: 7)
La muerte, la soledad, la orfandad, estos son los sentimientos que conectan los recuerdos que “flotan” en el barco que llevan las historias de los esclavos. Un viaje que nace del abandono, el miedo que se añeja en la piel de todos los que se van y no saben a dónde, son todos ellos, los que saben que el regreso no es cruzar el mar sino más bien romper el olvido y recordar a esos que siguen dentro, los antiguos, los abuelos.
lejos quedó de los aceites
y el aire
que los mecía,
sus ancestros inventaron el fuego.
(BUSTAMANTE: 13)
Los esclavos traen tatuado su pasado, ese que se lleva a pesar del tiempo, no se evapora, no se disuelve, permanece como una mancha invisible que nubla la vida, que es una nueva condena.
En la travesía que nos ofrece La nieta de Wong es un viaje de un dolor profundo, se nos muestra como el sufrimiento se instala como dentro del cuerpo y no se va nunca, el mar es el inicio de la muerte, una cárcel inmensa, al final de todo, sólo queda el naufragio. Es el barco el inicio de la esclavitud, del cese de la vida.
Desembarcar es reconocer que la muerte ha llegado, que no se va a ir, que se amarra al cuello de los esclavos y que los asfixia en la desesperanza.
y tu último suspiro
en esta playa.
(BUSTAMANTE: 15)
Es entonces en este momento que nos damos cuenta que el viaje no es el inicio sino el final de un ciclo torcido, en donde hombres, mujeres y niños perdieron su piel, su reflejo y sólo la luna les regresa su rostro otra vez.
Al llegar a la playa, las esperanzas naufragaron y los barcos expulsan hombres y mujeres llenos de llagas dolientes. El tiempo para los esclavos pierde sentido, pesan más las horas de la esclavitud que los siglos de vida, ¿Cómo se mide el tiempo cuando ya no hay nada porque luchar?
Es este dolor el que siembra versos en las páginas de La nieta de Wong, un dolor que no lo apaga los años y que a los lectores nos hace participes.
La deuda de este “viaje” es infinita, no hay nada en el esclavo que pueda ofrecer para pagar sino es su mismo cuerpo, su vida. Los cuerpos de los esclavos viven en su misma muerte, apagados en una luz venidera. Porque la tierra viaja con ellos, está en lo hondo de sus huesos.
Tal vez en este viaje la verdadera muerte sea el olvido y el sueño una manera de volver, ahí donde los abuelos esperan, siempre esperan… Ahí es donde Ana Rosa Bustamante nos conduce, a la esperanza que abriga el pasado.