Gabriela y un
destierro
Por Guillermo Blanco
Publicado en Revista Hoy, N°137, 5 de marzo 1980
Si uno recuerda que, a comienzos de la década
del 20, el general Primo de Rivera desterró a Unamuno, quizá alguien le
pregunte: “¿Y quién era ese Primo de Rivera?”. Nadie medianamente culto
tendrá dudas sobre quién era la víctima. Hay algo de justicia en el
olvido. Justicia para España, por ultimo: el pequeño dictador ha ido a
parar a las notas al pie de la historia, mientras el gran intelectual se
pasea, se yergue, con limpieza en lo más alto de sus páginas.
Pero
el hecho esta ahí. El dictador forzó a Unamuno a salir de su patria. Y
en 1927, Gabriela Mistral escribía –sigue escribiendo- desde
Montpellier, en el sur de Francia, uno de sus recados memorables: “Yo
no acabaré nunca de entender por qué se desterró a don Miguel de
España”, dice.
Alude
a su individualismo irreductible: “No hay nada menos motín
sindicalista que este hombre incapaz hasta del grupo mínimo. Nunca se
descubrirá ni siquiera al primo de Unamuno, no digamos al cofrade... Y
si no puede ni siquiera hacer motín, por qué se creyó, y se sigue
creyendo, su presencia dañina para España?”.
Lo
que hacía don Miguel: “decir cada tarde a sus amigos de Salamanca, o
escribirlo en cartas a los de América, que la dictadura era torpe y
medieval, lo dice en Madrid (yo lo he oído), entre vaso de café y vaso
de café, cualquier madrileño, en chacota o en trágico, y el gobierno se
guarda bien de ponerse en ridículo con destierros en masa, a lo
Mussolini”.
Para
Gabriela “no contiene raciocinio viril... esta persecución
insistente”. Cita, en cambio, un gesto hermoso: “Dos o tres años
quedó vacante su cátedra de griego en Salamanca. Yo espero, para
guardarlo entre los echos limpios de este tiempo, el ejemplo de esos
profesores españoles que dos o cuatro veces leyeron la convocatoria a
concurso para reemplazar a su sabio, y no se presentaban, haciendo
fracasar el concurso. Ha habido profesores pobres (y pobre de España es
pobre cabal) necesitados de una plaza; ha habido también maestros con
preparación, si no igual, próxima a la suya, y unos y otros huyeron la
baja tentación de reemplazar al colega doblemente ilustre por el genio y
la civilidad consciente”.
Gabriela encuentra esto “muy español, muy golilla alta. A mí
me emocionaba más que las arengas del Cid”. Y no logró opacarlo el
candidato que al fin se presentó a llenar la plaza: “¡ pobre profesor
con semejante sombra a su espalda, en el pupitre!”. En seguida
reflexiona: “Pero si se ve como muy problemático el que Unamuno
pudiera dañar seriamente a la dictadura viviendo en España... se
advierte a simple vista que, en Francia, le ha dado golpes mortales por
el solo caso suyo, llevado y traído en periódicos, revistas y centros
literarios”. Porque “...sin que él buscara nada, ni aun por
excusable tentación de poner un éxito en el otro brazo de la balanza que
contiene su desgracia, él ha tenido en París a manos llenas editores,
crítica efusiva y redondeado triunfo”. “Su condición de desterrado, en
país de civilidad tan ejemplar como Francia (Dios se la guarde y el
diablo fascista no se la muerda), ha añadido algunos gramos al
entusiasmo netamente artístico; pero cuidado con repetir la majadería de
un adulón, según el cual su éxito literario en Francia viene de
izquierdismo malicioso. ¡Qué necesidad tiene un escritor de su tamaño de
contar una campaña política para ser aupado por masonería y
leninismos!”.
Tolstoi invito una vez: “Describe tu aldea y serás universal”. Bien pudo
agregar: “Cuenta el momento que vives y le hablaras a la historia”.
Gabriela Mistral añade: “En 1923, muchos tomamos su destierro en
broma. Eso sería una temporada cerca del mar, con viento salino grato a
tan rojos pulmones. Y no era eso, sino una verdad que va tomando
aspectos de tajadura definitiva. Cinco años, cuando se ha llegado a los
sesenta, son cifra importante; los cuenta, día por día, un viejo que
tiene muchos hijos; los ve pasar, sin parpadeo de olvido, su noble
mujer, y muchas veces habrá pensado si se le va a morir lejos de sus
ojos el compañero”. Aquí, Gabriela agría el gesto: “...puede
morírsenos en estúpido trance de destierro nuestro viejo amado, y
entonces vendrán los desagravios y los reproches de velación de
difuntos”. Por suerte no fue así. Pero eso nada quita a la justicia
de la indignación frente al “estúpido trance” que sufrió un
hombre inteligente en manos de la fuerza.