Heberto Padilla encarna la dialéctica de su propia poesía: pletórica de fibra, brío y, a la vez, irónica, analítica, intrépida. Oscura y brillante.
Uno sueña, tiene visiones ideales, y yo pensaba que mi entrevista con el poeta acontecía en Roma, en la vía Condoti, después de que él “como un Cristo veloz” descendía de su ‘triciclo de colores”. Pero se llevó a cabo en Nueva York, por gentileza de Jorge Ulla, co-director, junto con Néstor Almendros, del documental Nadie escuchaba, que, como el “caso Padilla”, ya forma parte de la historia de Cuba.
La realidad superó la visión ideal. Mi entrevista con Heberto Padilla dio comienzo a la tarde del jueves 6 de octubre de 1988 en la ciudad de Nueva York; se vio multiplicada y enriquecida con distancia celebrada en la mañana del miércoles 16 de agosto de 1989.
No obstante, mi encuentro con el poeta en la vía Condoti sigue pendiente.
- Nedda G. De Anhalt: ¿Como percibes la reacción de los intelectuales de izquierda a la postura de Cuba sobre la perestroika?
- Heberto Padilla: Acabo de leer dos artículos recientes de Jacobo Timerman. Su postura ha cambiado: siempre pensó, como la mayoría, que la oposición a los Estados Unidos justificaba cualquier error. Pero ahora Castro se opone a la revisión de problemas serios para la Unión Soviética, tocantes no a la ideologia sino a la historia, como en 1957, cuando el primer Congreso. Timerman considera que Fidel Castro ya está a la derecha del movimiento revolucionario porque él no cree en la libertad dentro del mundo ideológico, por ejemplo el marxista. Fidel Castro cree en la burocracia centralizada, en la que hoy en día ya nadie cree. Por eso va perdiendo amigos; a la gente le interesa mucho mas la glasnost soviética. O sea: la alternativa liberal.
N.A. Me admira que utilices este término porque ser liberal lo consideran ahora como algo sucio.
H.P. En Estados Unidos es una mala palabra*. En Europa tiene un sentido opuesto, pues implica ser un poco “reaganista” o “thatcherista”. Designa a un partidario de la no participación del Es-tado, la fuerza independiente de la sociedad. Una suerte de movimiento libertario anárquico pero de otra índole al del anarcosindicalismo libertario. El liberal cree en la espontaneidad del mercado. Entonces, pienso que prefieren la Unión Soviética al disparate cubano.
N.A. ¿Crees, en la palabra tabú: “democracia”?
H.P. Es la única que me mantiene en pie. La democracia, por muy imperfecta que resulte, es la única alternativa frente a todas esas delirantes utopías que nos acechan. Como dijo Octavio Paz: “América Latina será democrática o no será”. La democracia va a funcionar, aunque sea una palabra prohibida y nadie crea en ella. La democracia no tiene vocabulario. A la gente le encantan las frases hechas: “un contrarrevolucionario objetivo”; “las relaciones de producción”, “el hombre es una alternativa dentro de las posibilidades concretas”. Toda esa verborrea atiborra la filosofía actual. No podemos hacer nada. El opio que todavía vicia el pensamiento contemporáneo viene de Hegel y de su determinismo histórico. La “verdad única”, el saber único en la historia. Hay que desmontar esa pretensión. El hombre moderno se ha ido haciendo abyecto en la medida que entra en las ideologías. Las ideologías crean fanáticos nada mas. Un fanático no tiene pensamiento. Tiene disciplina
Cuando leí hace años "El opio de los intelectuales, de Raymond Aron, ese hombre me pareció un renegado, un sinvergüenza de derecha. No quería ni leerlo. Me pasó con él como con Arthur Koestler. Mucho después volví a leer a Aron y lo conocí en Paris meses antes de que muriera. En sus libros hay un extraordinario ensayo sobre Montesquieu: es extraordinario y, después de leerlo, no se puede no sentir respeto por ese liberal . Lo es en el mejor sentido de la palabra. Koestler es igual, al leerlo se ve lo que está pasando en la Unión Soviética. Cuando se lee el último libro de sus memorias, La escritura invisible uno se sobrecoge ante lo que cuenta. Pero la gente no quiero oír. Nadie quiere escuchar.
¿No recuerdan ustedes en los años cincuenta cuando se hablaba de los campos de concentración en la Unión Soviética? Todo el mundo se negó a creer en su existencia. Sin embargo, después se probó que los campos de concentración eran una realidad. Albert Camus fue un hombre acorralado por atreverse a hablar del “rebelde” en la época en que se hablaba del “revolucionario” como un santo laico. Como Camus ha habido muchos más: Pasternak, Solzhenitsin y otros disidentes soviéticos. Pero la gente se habituó a ellos. Una vez que salen los odian por sistema, para después seguir creyendo en el mito revolucionario.
N.A. ¿A qué otra nación te recuerda Cuba?
H.P. Cada día más a Haití, donde hay esa deformación histórica que es el miedo a un poder colonialista, como la Francia de aquella época. Como no había nadie que lo amenazara, Jean Christhophe creó aquella fortaleza: una ciudadela hecha con la sangre del propio pueblo. Creó otra tiranía. Pero hasta Haití está entrando hoy en un proceso de democracia, desde el propio ejército.
N.A. El gobierno castrista afirma que ellos tienen su “perestroika”.
H.P. Sé que lo dicen. Por ejemplo, Fidel Castro ha reiterado que el suyo no es un gobierno militar, y no se ha quitado el uniforme hace treinta años. Tiene, ademas, 5 ooo soldados en Angola. No olvidemos que la estructura de los partidos comunistas en el mundo entero es como la de un ejército civil. Pero algún día la gente se cansara. Hasta ahora, en el continente Cuba es al única experiencia que la pasión deformó.
N.A. ¿Quiénes fueron responsables de esa deformación?
H.P. En parte la personalidad de Fidel Castro; pero en parte también, la mala política inicial de los Estados Unidos.
N.A. ¿Cómo ves la actitud de los intelectuales con respecto a Cuba?
H.P. La izquierda intelectual de América Latina es un poco primitiva. Como Castro, es enemiga de todo debate abierto.
N.A. ¿Lo crees de verdad?
H.P. El comunismo ha sido una ronda de pesadillas. El menor crítico del comunismo lo entiende hoy. En la Unión Soviética todo el partido está moviéndose en un sentido de rectificación radical. Muchos consideran que, al haber asumido la presidencia, Gorbachev contradice la política de descentralización que proclama. Pero creo que va a lograr que el presidente y el secretario del partido desempeñen el papel que verdaderamente les corresponde y que el partido sea en efecto republicano y demócrata. El secretario no tiene por qué ser forzosamente el presidente del país. Se ha intentado varias veces en la Unión Soviética separar ambas funciones, de modo que el partido no tenga un papel administrativo, como lo tiene, y el secretario no se identifique con el gobierno. No se puede seguir así.
N.A. Esa duplicidad necesaria en la descentralización del poder, ¿es ya un primer paso?
H.P. Sí; es muy positivo lo que está ocurriendo en el mundo comunista europeo. Y en relación con Castro, más todavía. Su política, no soviética sino sovietizuntey estuliniuna, lo acorrala y lo revela como lo que realmente es: un ansia de poder.
N.A. Y para conservarlo cambiará de piel cuantas veces sea necesario.
H.P. No, porque no es un hombre libre. Le tiene mucho miedo a la libertad. Pierde poder. Ha tenido deserciones importantes como la de Del Pino, un general negro de Playa Girón; como la de Aspillaga, un hombre de la nueva generación que ha descrito claramente su política represiva. Hay mucha gente descontenta en el país. Pero Fidel Castro seguirá peleando su revolución en el extranjero. Stalin seguía siendo Stalin afuera cuando ya no era Stalin para su pueblo.
JORGE ULLA: Mira el caso de Tony Valle, el “secretario cubano” (así le decían) de García Márquez, que acabó por asilarse.
H.P. Era historiador profesional y hombre de confianza del sistema. A García Márquez no se le puede poner un secretario que no sea respetado y aprobado por el gobierno. Primero aceptó sacrificarse: mintió para sobrevivir, como lo hizo con García Márquez; pero luego no pudo soportarlo.
N.A. En México se sigue creyendo que el nivel de vida de los cubanos es satisfactorio y que en Cuba los problemas están resueltos.
H.P. Es lamentable; Cuba no es una alternativa por que se enfrente a los Estados Unidos, y hay mucha gente descontenta y desencantada. ¿Para qué ir más lejos? Mira a Noriega: en Panamá estaba en la nómina de la CIA y ahora se enfrenta a sus antiguos jefes. ¿Esto lo convierte en un revolucionario marxista? No. Noriega se arma de la retórica de la época, como en el siglo pasado todos los tiranos con la retórica de la revolución francesa. Hoy el legado de la revolución francesa no parece tan claro ni su influencia en la democracia moderna tan decisiva como se pensaba. La democracia, en Francia, Europa Occidental y en Estados Unidos, se debe más al parlamentarismo británico que a las ejecuciones sumarias de la Revolución Francesa. La organización bicameral y todo el tejido de la sociedad británica -que culmina en 1776 en la fisonomía de Estados Unidos- tuvieran en la práctica imitadores más afortunados que los revolucionarios que dispusieron la monarquía en Francia. Todavía puede conmovernos la elocuencia de Mirabeau o de Danton, pero muchos de los derechos ciudadanos que hoy disfrutamos dependen más del ejercicio parlamentario de oscuros políticos de una de las naciones más conservadoras de Europa, y de sus imitadores eficaces, Francia entre ellos.
Los marxistas, siguiendo las posiciones teóricas de su maestro, se apegaron a las recetas de aquella revolución, tratando de no repetir errores. La revolución de octubre es un calco metódico de las formulaciones mas primitivas de la revolución francesa, que duró muy pocos años pues inmediatamente vino el correctivo: Napoléon, y que acabó con todo pero no con esa carga de retórica simplificadora y cruel. Al leer a Robespierre o a Saint Just uno se pregunta cómo es posible que sus conceptos los haya tomado Marx y los haya repetido Lenin. Esa ha sido la norma de todo el pensamiento teórico político del siglo xx. Es monstruoso. Algún día nos referiremos a todoesto con horror, pero como algo superado.
N.A. Ya lo está haciendo la Unión Soviética con Lenin.
H.P. Y con Trotsky. Me gustaría que en América Latina se tuviera la misma claridad política que en los países del Este. Pienso en Polonia pero también en Hungría. En “Solidaridad”.
N.A. Después de todo te atrae la historia, la política...
H.P. Y la ciencia, la filosofía, la pin-tura, el cine. Son nuestra realidad. Pero no soy un teórico y mucho menos un político. Nunca he hecho política. A mí me ha ocurrido la política. Tengo la inquietud natural que tiene todo ciudadano del mundo contemporáneo. Uno está desgarrado. Pero uno no quiere ser, como decía Koestler; “cómplice por descuido”. Uno tiene que saber aunque le resulta desagradable.
N.A. Ese saber político, ¿cómo funciona para un escritor?
H.P. Para un escritor es una droga muy peligrosa: crea adicción, como el éxito.
N.A. ¿Por qué han fallado todos los atentados contra Fidel Castro?
H.P. Castro cuenta con una gran protección. Es lo primero que hace un estado comunista: buscar esa seguridad. Para Lenin, que tenía un Rolls Royce blindado, la protección de los dirigentes era lo más importante. No sólo la protección física. A los dirigentes se les daban cartillas de racionamiento especiales para que no se sintiesen débiles, y fueran útiles al pueblo. Los especialistas también tuvieron trato preferencial. Es una de las razones por las que el comunismo seduce tanto a los intelectuales.
N.A. Me gustaría hablar ahora del caso Padilla. Después de dieciocho años, no se ha olvidado y costó amistades y enemistades.
H.P. Eso me dijo García Márquez en Cuba: quería quitarse “el caso Padilla” de la cabeza porque creó una escisión entre las mejores amistades. Y volvió a actualizarse cuando yo quise salir deCuba.
N.A. Volveria a cobrar vigencia con la aparición de La mala memoria. ¿Por qué? te tomó tanto tiempo decidirte a escribirlo?
H.P. No tanto. Empecé a escribirlo desde que salí de Cuba. En 1982 comencé a publicar algunos capítulos. En Vuelta se publicaron dos fragmentos y en Linden Lane Magazine tres. Lo terminé hace dos años. y lo entregué de inmediato a Plaza y Janés, que demoró más de un año en publicarlo. Estoy de acuerdo: debíterminarlo hace ocho años; pero no lograba romper la estructura convencional dela autobiografía, por la que no siento atracción, y escribí y rompí cientos de páginas antes de conseguir lo que quería: una especie de evaluación moral de mi experiencia durante veinte años.
N.A. ¿Cómo ha sido acogido tu libro?
H.P. La embajada de Cuba en España compró trescientos ejemplares y conozco la opinión de muchos lectores de la isla: curiosamente, no es negativa.
N.A. ¿Por qué La mala memoria?
H.P. Porque toda recordación, todo esfuerzo por revivir hechos y personas actúa como un espejo cóncavo, siempre deformante. Aquello fue así o no fue así o pudo ser así. En mi título hay varios niveles semánticos. Se trata deuna simple mala memoria o del recuerdo doloroso o de lo mala que es la memoria. Y esto pasa siempre que la memoria se convierte en escritura. Uno puede recordar conversaciones con amigos que las han olvidado o las recuerdan de otro modo, como Jorge Edwards. Estuve con el en España el mes pasado durante toda una semana, en Lanzarote, una de las Islas Canarias. Hablamos de los artículos suyos que han aparecido en Diario 16 de Madrid y en Vuelta . Me dijo que me “los pasaría", pero el tiempo lo dedicamos a la lectura y la conversación y al mar. No obstante, discutimos algunos aspectos de esos artículos, que después llegaron a mi poder. Lo primero, dice Jorge que “la verdad es que Padilla nunca ha podido tragar el retrato suyo que hice en este libro” (se refiere a Persona non grata). Es una vieja obsesión suya y es absolutamente falsa. Cada vez que nos hemos encontrado nos hemos entregado a la. recordación deaquella etapa, y la versión que más me gusta es la suya: la mejor contada, fraguada, qué sé yo. Cuando quiero aprender del ser desesperado y autodestructivo que fui, leo algunos de esos capítulos en que me deslizo como “terco polichinela” del que el autor no puede separarse. Pero él quería más. ¿Y por qué? En los nueve años que estuve marginado en mi casa, traduciendo día y noche para ganarme la vida en Cuba, no recibí nunca —ni siquiera de contrabando— una sola línea de Jorge Edwards, pero a las dos Semanas de haber llegado a Nueva York, la primera carta que recibí del extranjero fue la de él. Está fechada en Santiago de Chile el 18 de abril de1980, y dirigida al Hotel Esplanade, donde poca gente sabía que me alojaba. Dice así:
......“Querido Heberto:
Espero que estas líneas te encuentren en el Esplanade Hotel. Han pasado tantas cosas y he reflexionado en tantas cosas, no sólo después de mi salida de Cuba sino incluso después de escribir Persona non grata, que no sabría por dónde comenzar. Mi último texto apareció en Vuelta y se titula: “Un hueco para Heberto Padilla”. Es una reacción después de leer tres poemas tuyos en el New York Review (of Books). Manda un par de líneas y quizás se pueda empezar a conversar. Tengo proyectos de viaje para después del verano del hemisferio norte. En mayo tendré que operarme de cataratas. Recuerdo con emoción a Belkis, a Lezama, a Pablo Armando, a todos. Me siento casi cubano, ¡imagínate! Quizás te dolió mi retrato, en el libro, pero también me dolió el retrato mío. Traté de no ser complaciente con ninguno de nosotros. Recibe un fuerte abrazo de Jorge”.
No le mandé ese par delíneas, de modo que hasta que nos vimos dos años más tarde vivió con la sospecha de que "Quizás te dolió mi retrato en el libro...” Ahora, nueve años después, elimina el “Quizás” y afirma que “Padilla nunca ha podido tragar el retrato suyo que hice en ese libro”. Lo escribe después de numerosos encuentros conmigo, siempre cordiales, cuando creía yo que no quedaba la más ligera sospecha. Su “retrato” me divertía, al punto de que en más de una ocasión le dije que terminé por ser un personaje más importante que el autor, como Don Quijote y Sancho, a quienes la gente más sencilla recuerda mejor que a Cervantes, pero todo ello dicho con el tono de chanza del personaje “brillante, imaginativo, agudo y a la vez fanfarrón, que hablaba con notoria, ostentosa imprudencia”, como hoy me describe, "comprometiéndome en exceso y comprometiendo a sus amigos”. Jorge Edwards es capaz de pensar que un ministro de Relaciones, Raúl Roa, se atrevería a enviarle un recado desde Ginebra “con un amigo común español”: “Dile a Edwards que se equivocó en un detalle. En la reunión de la última noche con Fidel y conmigo yo no estaba vestido de uniforme verde y oliva, sino deterno azul oscuro...” “Como se puede apreciar, dice Jorge, la rectificación de ese detalle resultaba confirmatoria del resto". Es decir, del resto de lo hablado en la entrevista. Aparte deque ese Ministro jamás hubiera dicho “temo” y “verde y oliva” (porque así no hablaba ni el más cursi de los cubanos) lo cierto es que esa fue la respuesta burlona de Raúl Roa a la pregunta de un periodista norteamericano que quiso verificar la veracidad de la entrevista que, como dice Jorge, “se ajustaba lo más que se puede ajustar una memoria reciente a un diálogo de cuatro horas de duración". La versión cubana de la respuesta al periodista corrió como la pólvora: “Yo no tengo que comentar las palabras que nos atribuye un contrarrevolucionario que fue declarado persona non grata por nuestro gobierno, pero quien es capaz dequitarme mi traje azul oscuro y ponerme un uniforme verde oliva, le puede poner en la boca cualquier cosa a un dirigente político”.
N.A. Digamos que ese tipo de información o de "chisme político" no deseabas rescatarlo para tu libro.
.H.P. Exactamente. Pero Edwards me lo reclama: "Padilla, memorialista de mala memoria, no nos dice nada de la conversación con Castro en la carcel". En mi libro hay muchas cosas que fueron omitidas, no escamoteadas. En el caso de esa entrevista, como la mayor parte se refirió a mi complicidad “con el chileno” y eran acusaciones injustas, yo no quise recogerlas en La mala memoria. Jorge no era un agente del enemigo: era “un irresponsable que en vez de dedicarse a estrechar las relaciones entre Cuba y Chile se valía de Padilla para conseguir entrevistas con funcionarios de Comercio Exterior para lograr la representación en Chile del tabaco cubano y así poder abandonar la diplomacia y dedicarse a la literatura. ¿Qué clase de patriota era ese?” exclamaba indignado el comandante. Y por ahí seguía. Lo sorprendente no es eso sino que Jorge tergiverse ciertos hechos, como mi estancia en el hotel Riviera. Estuve allí con mi mujer, después de nuestra boda, a la que él asistió. Entonces tenía derecho todo recién casado a alojarse durante quince días en un hotel. Esta fue la razón de nuestra corta permanencia en el Riviera, no que la Seguridad del Estado pretendiera “evitarle los inconvenientes delas colas, de la vida práctica. ¡Para ayudarle a escribir!“. Para vigilarlo, sí.
N.A. Nos hemos extendido demasiado en este asunto.
H.P. Menos que Jorge. De todos modos, a Unamuno se le rebelaban los personajes de sus novelas. ¿Por qué no habría de ocurrirme a mí lo mismo?
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Heberto Padilla dentro del juego.
Entrevista con Nedda G. de Anhalt.
Publicado en Vuelta n°54, México, octubre de 1989