Los poetas que escriben poco tienen ese misterio de los poetas que mueren jóvenes y se llevan secretos de lo que pudieron haber escrito. Rubio se asemeja a Omar Cáceres. Poetas talentosos que mueren jóvenes o escriben poco. Se llevaron el misterio de los libros que no escribieron. Como, en narrativa, Salinger y su Guardián entre el centeno. Como Rulfo.
Alberto Rubio
Fue abogado, fue juez. El trabajo, su rutina, aplasta el desbocarse irracional de los sentidos: Temporal dentadura me escarbo con mi ocio/, y me boto las horas mañosas del juzgado/, los eternos sentarmes en nalgástica silla/, bajo la luz que cuelga suicidada. Ve el mundo desde el sentimiento. Así lo dice en el poema Galán del libro Trances: “Para mí el mundo vive si lo siento”. Fue autor de Padre, la elegía quizás más conmovedora de la poesía chilena.
Greda vasija, su primer libro, guarda ese misterio. Treinta y cinco años después vendría el segundo, y nada más. Por eso es especial. El misterio de su escritura queda anclado a estos libros poco extensos que deben transmitir una cuota de su personalidad. Ahí está el desafío.
En una primera aproximación al libro advierto que el joven Rubio les escribe a los perros vagabundos, a las moscas, a los cactus, a las sandías, zarzamoras (todos estos elementos que forman parte de mi rutina diaria e incluso de mis poemas). Por eso me provoca curiosidad inicial su lectura. Rubio comparte conmigo algunas preferencias de mirada, me digo. Es amigo de los esteros como yo soy amigos de las acequias de un valle. En la poesía de ciudad se atreve a no ser urbano.
La poesía de Rubio se asienta en los elementos circundantes, necesita palparlos a través de los sentidos. En esa conexión con lo material Rubio nos cuenta sus afiliaciones, su pasado, sus esperanzas y desesperanzas. El listado de espacios es disímil, variado. El paisaje no en su generalidad, sino en su reducto acotado que se comunica con su experiencia y los sentidos. La casa, los hábitos de la gente dentro de la casa, un bosque, un espacio público urbano. Nos cuenta cómo desordena el mundo matinal el desayuno, cómo un zapallo contiene zapallamente el mundo, cómo las señoras señoriales se apoderan del mundo, cómo el bienestar de una comida lo impulsa a incluirse placenteramente entre los elementos del paisaje. Y cómo el hastío y la rutina vacía se instalan como un elemento vivo más de la casa.
Rubio nos habla de cosas conocidas pero lo hace con imágenes originales, sorprendentes, que incomodan la visión previa. Da la impresión de que en momentos el lenguaje cobra autonomía y se desprende del significado regular para inventar asociaciones sorprendentes. Lihn y Lastra, según Edwards, las llamaban “impertinencias sintácticas”. Inventa verbos: me briso entre las ramas, y azuleo de cielo, convierte verbos intransitivos en transitivos: es una gota parda que brilla su rocío; inventa adjetivos: nalgástica silla (La fila del regreso), y en el mismo poema, a los verbos les agrega accidentes: los eternos sentarmes. Las perlas almorzadoras de Quevedo reviven en el almorzador zapallo de El almuerzo.
Insiste en un uso reiterado de personificaciones: La mesa en la mañana me espera con su silla (Mesa del alba), Y él me junta los días, los engarza/en su esencia delgada (El cactus), el aire se derrite de apetito (El almuerzo). Recurre con frecuencia a las aliteraciones: Colmado de comida revolcarme en la hierba/ entre los vivos velos de este sol amarillo/: entrecerrar los ojos como en acabamiento/de luz maravillosa que palpa por los párpados! Pareciera siempre que el significado se desliza en un tobogán rítmico.
El hablante que a veces es festejante (cuando entra en contacto con la naturaleza) o satírico (cuando critica costumbres que interpelan su estética o su rutina) se vuelve también padeciente. El enclaustramiento de los sentidos, la pérdida de libertad del ser original, lo vuelve sufriente en la rutina diaria. En La abuela está la honda pesadumbre de la pérdida imperecedera de un ser amado, pero la presenta como si le contara con humor a alguien, en la rutina diaria, los incidentes de una abuela incrustada en los actos porfiados de su edad, incluida su muerte. En el poema Muralla por caerse está la idea de decadencia, la acción inexorable del tiempo sobre las cosas y, por asociación, la vida de los hombres. En el poema Los días vacíos, nos transmite toda la amargura del hablante por el pasar vacío, monótono, monocorde de los días. Días sin esperanza, sin una salida. El hablante se asume encarcelado en esa marcha sin sentido de los días:
Aunque sea mi hermana la que abre la puerta, son ellos que penetran con sus pies de amargura, con sus cabezas nadas y con su furia abierta, derecho a inexistirme hasta mi hondura.
(Poema Días míos)
El lenguaje de Rubio es raro. A veces nos parece neutro, alejado del dialecto chileno, y en otras se acerca al habla diaria, a lo coloquial. Como Vallejo, o con la influencia de Vallejo, pasa lo ilógico, lo irracional de las vanguardias por el túnel socarrón de la expresión popular. Utiliza términos arcaicos, pleonasmos, y en otras ocasiones se desprende de los conectores que relacionan las palabras, y de esta manera lo acerca al habla de la gente en los intercambios diarios. Rubio les recuerda a los poetas que el lenguaje poético tiene autonomía, es decir, comunica, pero en el acto de la comunicación lo verbal no desaparece, como en el habla cotidiana. Significa y lo que desaparece en otras instancias comunicativas también significa en el verso, como su forma y su sonido. En su poesía el lenguaje nos dice estoy aquí, quiero ser singular, no soy sólo un medio.
Este uso personal alejado de la normativa tiene varias concreciones. Aquí, por ejemplo, no usa una conexión entre dos sustantivos y los convierte en una extraña palabra compuesta o hace funcionar a uno de ellos como un adjetivo: el título mismo: greda vasija, o máquinas rutas y sangre mosca (Mosquerío), besos tropezones (Tierra), madre sandía (Sandial),cueca primavera (Invierno). Otras veces no incorpora el artículo: y sube cafetera fragante entre las damas (Señoriales señoras).
Rubio se ciñe a composiciones tradicionales (sonetos), estrofas regulares (cuartetos, tercetos), versos con métrica regular (endecasílabos, alejandrinos) y verso libre. Los sonetos son extraños, como los de Vallejo. En el poema Rito, que es un soneto, utiliza su estructura, su rima tradicional, pero la métrica es irregular, los versos no tienen la misma medida. Se dice que es un poeta que ha marcado influencia en los poetas posteriores. Creo que ha influido en Gonzalo Rojas, en Rosenmann – Taub y en Uribe Arce. Los ha animado, creo, como Vallejo, a desandar el lenguaje, los ha puesto a caminar en otro sentido, dejándose llevar por la música, la transgresión sintáctica y el ruido linguístico.
Utiliza formas poéticas de la vanguardia y de la modernidad, imágenes vanguardistas, cercanas al surrealismo, e imágenes cotidianas sorprendentes, más próximas a la realidad. Algo así como pasar las vanguardias por la expresión de la cotidianidad. En su poesía no hay actuación. El pensamiento no traiciona lo que ven los sentidos y absorbe el sentimiento. La poesía de Rubio nos parece útil, valedera, verdadera, por eso nos invita a releerla. Como sus pasos en la tierra.
Abrupta tierra, antigua, mía, reconocida, si doy pasos en falso serán los verdaderos.
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Por Jorge Carrasco