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Poesía reunida, Alberto Rubio
Edición: Adán Méndez, Prólogo: Juan Cristóbal Romero. Santiago, Editorial UDP, 2007
Por Fernando Aliaga
Literatura y Lingüística N°18
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El poeta, cuentista y abogado Alberto Rubio (1928-2002), es considerado en las letras chilenas como uno de los poetas más importantes de la generación o grupo del 50. Incluso, Armando Uribe Arce, jurista al igual que Rubio, lo señala, ni más ni menos, como el continuador de la poesía mistraliana. Hoy, esta importancia reside más en las antologías -destaco la publicada por los trilceanos Cortínez y Lara, "Poesía chilena: (1960-1965)"- y en escasos trabajos sobre su obra -aguda crítica de Lihn y Lastra en la revista Ocio N°1-.
En este sentido, la labor emprendida por las Ediciones de la Universidad Diego Portales es significativa. La secuencia del proyecto editorial (Lihn, Millán, Lira, Martínez, Bertoni, Parra, entre otros) asume y salda una deuda con los actuales lectores, incluyendo a un poeta casi desconocido e ignorado. Pues bien, en Poesía reunida (2007), se presenta, en un solo libro, La greda vasija (1952) y Trances (1987), además de una serie de poemas publicados en revistas y antologías.
Juan Cristóbal Guerrero, autor del prólogo, destaca en Rubio el "deseo de ampliar los límites del lenguaje poético, ya no liberándose de las formas clásicas". Lo que se desprende de esta concisa presentación, es la importancia que se da a la escritura programática, frecuente en los poetas del medio siglo, ligada a la construcción verbal y la precisión del verso. Por eso mismo, la rigurosidad y consistencia de lo formal supera con creces, poéticamente hablando, la escasa publicación de Rubio.
La greda vasija (enroque lingüístico que entraña una misteriosa poética) se publica dos años antes que Poemas y Antipoemas de Nicanor Parra. Este dato no deja de ser irrelevante, ya que la ironía, el humor socarrón y la poetización de lo no poético se aprecian en varios textos de Rubio, adelantando lo que será el aluvión literario -y del otro- producido por el antipoeta. Sin embargo, y eso marca una gran distancia, se percibe la solemnidad de una voz poética configuradora más que creadora del mundo. La experiencia del diálogo comunitario entre los espacios y las cosas, se puede leer en versos de "Mesa del alba": "Sobre el pardo rocío que desayuno alienta/es pájaro la lengua de este hombre sentado./Y conversa con otro que a su lado se sienta,/y también como un rayo de sol sentado al lado./ Y así nace el gorjeo matinal de la casa".
Las resonancias huidobrianas en "Muchacha contra sol", el humor revelador y sensual en "El almuerzo", la relación equívoca y ambigua que enriquece el sentido existencial de la voz poética en "Tierra", o la carnavalización del recuerdo en "Sandial", sitúan esta obra entre las más importantes de la poesía chilena contemporánea. La plurivocidad y formalidad proponen una poética difícil de igualar cumpliendo un objetivo fundante: vitalizar el idioma y la literatura nacional desde lo central y paradójico de la tradición, sus influencias significadoras de lo actual.
En Trances, texto tardío publicado treinta y cinco años después, se consolida la voz poética del poemario anterior, y por la experiencia de la enigmática muerte de Armando, su hijo y también escritor, la reflexión poética se ahonda e insiste en motivos ya conocidos y otros muy originales: lo insólito de la experiencia cotidiana, el dominio erotizante del cuerpo sobre la moralina, la temporalidad que dialoga con la finitud humana, el estoicismo caricaturizado en la visita de un zancudo, etcétera.
De este libro no se puede dejar de mencionar el que, quizás, sea uno de los mejores poemas del texto, "El padre", extenso poema de sistema estrófico fijo en seis versos endecasílabos que dan cuenta de una posición, un sitio de enunciación de la voz poética que testimonia la significancia de la muerte del hijo "huésped innumerable"-caído desde una azotea-y el dolor que remece la existencia del progenitor y la búsqueda del sentido y el desconsuelo: "Tierra sobre el quebranto. Fortaleza. / Erguirme edificando mi futuro". Es interesante señalar cómo, a lo largo del poema, las referencias semánticas a "la caída" van dando cuenta de un espacio poético que se enmarca en la experiencia extratextual. Con ese texto nos resulta evocable la figura de Humberto Díaz Casanueva.
Lo importante es que en esta nueva publicación, al cuidado de Adán Méndez, se resitúa el legado de un gran poeta, que en una lectura ondulatoria entre la exigencia del género y el inmediato placer del acto, se comienza a posicionar entre los infaltables escritores que Chile y América Latina promovió al mundo en lo más fértil del siglo XX. De esta manera, la (re)lectura de Alberto Rubio está al nivel de la publicación que aquí se presenta otorgando méritos a sus impulsores.
Por último, la nostalgia de mediados del siglo XX y las décadas posteriores -con las renombradas salvedades- hacen de Rubio y su poesía, una fuente para los nuevos lectores que buscan, ya no tanto en los "archiconsagrados", otros poetas que superan la fantasmagoría de lo tradicional, en pos de un vitalismo de lo clásico.