La impertinencia de morir:
“Poesía completa”, de Armando Rubio. Editorial Universidad de Valparaíso. 196 páginas. Por Patricio Contreras N.
Publicado en Cólera.cl, 3 de junio 2015
Ya ha pasado mucha agua bajo el puente desde que se publicó Ciudadano (1983), libro póstumo de Armando Rubio editado por su padre, el también poeta Alberto Rubio. Más agua ha pasado desde la muerte de Armando, en diciembre de 1980, acontecida durante la plenitud de su etapa creativa y en pleno apogeo de la dictadura nacional. Entre esas aguas fluyeron los poemas que hoy se publican como proyecto de poesía completa, recordándonos a Rodrigo Lira, compañero generacional de Armando, quien se suicidó un año después de la tragedia de éste último y de quien también se publicó la totalidad de sus textos de manera póstuma.
En verdad, no hay más comparaciones posibles entre ambos autores, pero los dos dejaron en su generación la misma sensación trágica: la de escribir mucho y vivir poco. Quizá no hay otro destino factible para un oficio tan arriesgado en medio de muertes y desilusiones; “Todo hombre —repito— tiene derecho / a morir como dios manda. / Y todo hombre, desde este momento, / tiene derecho a llenar esta lista / como le venga en gana” (192), señala el propio autor en su poema «Todo hombre tiene derecho a ser persona», ironizando claramente sobre lo que sucedía a su alrededor, llevando a palabras sus propias pulsiones de muerte.
El libro Poesía completa, publicado por la editorial Universidad de Valparaíso, no es sólo un recordatorio de que la poesía de Armando Rubio sigue patente, sino también el esfuerzo personal de su hijo, Rafael Rubio, por dialogar con su padre y editar la globalidad de su trabajo en páginas que resistan al tiempo. Él mismo señala en su preámbulo, que antecede al corpus de poemas inéditos, lo siguiente: “Fue, en estricto rigor, un ‘trabajo a dos manos’, en el que ambos —reunidos más allá o más acá de la muerte, por el oficio—, fuimos cabalmente padre e hijo” (96).
También se incorpora un prólogo de Mauricio Electorat, otro compañero de generación de Armando, quien lo presenta de manera más íntima, aprovechando la instancia para destacar un paralelo entre el autor y Rimbaud que me parece bastante discutible. “Al igual que Rimbaud, Armando vino, fulguró y se fue” (11), señala Electorat, eludiendo olímpicamente algo que me parece evidente en la poesía total de Rubio: a diferencia de la madurez lírica del legendario francés, sus poemas publicados estaban bien, los inéditos igual, pero es evidente que sus mejores textos son los que no alcanzó a escribir, lo que pudo haber venido.
La poesía de Armando Rubio creció entre las influencias claras de su generación, como Nicanor Parra, Jorge Teillier y Gonzalo Rojas, pero ganó su propia impronta al describir los problemas citadinos, la descorazonada cotidianidad de Santiago en los ochenta, cantada entre el pesimismo y la ternura de un poeta en gestación que miraba las cosas con sorpresa, con esa curiosidad lúdica que es parte de su estilo, el cual nunca cayó en la ingenuidad. “Yo, bestia umbilical, pájaro enfermo / he de seguir de noche / atado al parpadear de los semáforos / a la misma ciudad donde parece / que ya no habita nadie” (82), sostiene el autor en su poema «Confesiones», describiendo la desolación a través de la mirada de un joven aquejado por los males de su época, entre la hipocresía, la violencia y los toques de queda.
Pero, a pesar de la gran factura de lo que hoy se publica a cabalidad, los poemas de Armando Rubio no dejan de transmitirnos esa sensación clara de inmadurez, de partido suspendido a medio tiempo, de disco rayado justo en la mitad. Y no es su culpa que haya sido así. No es su culpa que la velocidad y la intensidad de su propuesta se hayan fundido hasta acabar en un accidente desastroso, que cortó de golpe un trabajo potente, prometedor de grandes cosas. Él mismo escribió, en su poema «Yo no soy…», algo que ahora nos puede resultar esclarecedor: “No lo digo por mí / sino por el retrato que me hicieron” (61). Y eso precisamente es lo que viene a consolidar su Poesía completa: la universalidad de su trabajo a todas luces; la amplitud real de su mirada; su vastedad de tópicos y formas de escritura; la obra poética completa de un autor particular, retratado como el James Dean de las letras chilenas, pero portador de un estilo personal que debe leerse más allá de cualquier caricatura, de cualquier retrato iconográfico. Y nuestro deber es justamente leerlo desde ahí, desde su escritura en bruto, con la rigurosidad y la atención que eso implica. Todo el resto no es literatura.
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“Poesía completa”, de Armando Rubio.
Editorial Universidad de Valparaíso. 196 páginas.
Por Patricio Contreras N.
Publicado en Cólera.cl, 3 de junio 2015