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ANTEOJOS DE SAL, de Ashle Ozuljevic Subaique
Por Luis O. Tedesco
Universidad de San Martín. Provincia de Buenos Aires, Argentina
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Estamos en el mundo, hemos sido arrojados en la vida para abandonar y ser abandonados, y luego, sosegados los destellos de alguna certidumbre, desaparecer enmarañados en la conmoción de nuestras ambiguas, complejas, perentorias sensaciones. Es decir, no hay sostén objetivo, una tarde mansa para hacer durable el encuentro con ese quien que desata la flexibilidad aterida de nuestra soledad. Tal la escena socio-subjetiva que propone Ashle Ozuljevic en su libro. El amor -o su sucedáneo vital, el deseo- estalla, y estallando se extingue, bifurcado en el sinsentido que ofrece el suceder agónico de sus posibilidades.
El tema es, entonces, el temple asignado a la duración, el tiempo concedido al paso de nuestro cuerpo en la vida. Huérfanos de infinitud - más la pensamos, más somos conscientes de la fugacidad que nos acechanuestros actos divagan lacerados por la amenaza del fin, el advenimiento, tarde o temprano, de la sombra, la oscuridad, esa única trascendencia que el motor del universo -neutral, impávido, condescendiente- nos ha concedido. En la perspectiva que propone “Anteojos de sol”, nuestra libertad es la del recluso que, moviéndose en las simetrías borrosas que demarcan el panóptico de la prisión, padece, en cada intento de fuga, en cada movimiento voluptuoso para aferrar su consistencia, la efímera plenitud desbaratada por el presagio del vacío, de la nada bajo cuyo manto todo se arrastra hasta volverse pasión inútil, polvo, nadería.
Entonces ella huye de él, que también huye de ella que conmemora el huir de él en el vértigo del sueño. “Esa noche” -escribe-, “dentro de su inconsciencia, sueña, sueña con él y sueña con ella, y siente el cosquilleo en el pecho de una nostalgia extraña por el futuro que no existirá… Los ve despidiéndose, en la buena onda, como amigos de toda una vida, de meses de confianza onírica, los ve pero sin saber si esa despedida es para siempre o es para un rato, los ve borrosos, la verdad, no distingue bien los rasgos de ella ni los ojos que ya tanto le gustaban de él…, creadores y creados…, de la vida en el hospital y del mundo”.
La escritura de la chilena -sin ornamentos de retórica emotiva, sin el despojamiento doctrinario que propone cierta neutralidad narrativa actúa como la sintonía cruda del acontecer. No ritualiza la desgracia ni desenfrena la epifanía concedida al instante de conmoción afectiva. Las palabras, en este libro, son la piel, ni seca ni ardida, de un organismo que sucumbe por destino. Sólo el lenguaje policial, atado a la minuciosa objetividad de sus consignas, tiene un territorio donde asentar su marca, y cuenta con la destreza aterradora de su abyección instituida como control de los síntomas de desobediencia.
Sin embargo hay, en esta desesperanza, en el sinsentido de la traslación sensible, un mazazo vibrante, un acatamiento virtuoso ante lo inevitable que exime de ruego, de plegaria, de denuncia: “Yo bien podría / cariño / alimentarnos si fuéramos / nosotros / eso que no somos / yo podría / … / si tuviésemos algo / y tú lo necesitaras / pero no tenemos nada”.
Esa nada que tenemos es la gravidez inútil que procrea la sensación efímera ante la desaparición que llama.
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Poemas de "Anteojos de sal" en http://letras.s5.com/avar101014.html