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Alejandro Sieveking: "No quiero convertirme en un viejo"

Por Estela Cabezas A.
Publicado en Revista Sábado de El Mercurio. 30 de mayo de 2015



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Recién a los 7 años, el niño pudo ver con nitidez. Hasta esa edad pasaba por volado, porque siempre estaba mirando al techo; por descuidado, porque siempre chocaba con las puertas; y por imaginativo, porque los dibujos de las historietas, si es que se los ponía bien cerca, sí eran algo que podía distinguir.

El día que lo llevaron al oculista, su padre, un administrador eléctrico bien parecido, deportista y atlético, guardaba la esperanza de que se volviera como él. Su madre, tan linda o más que la Greta Garbo, solo esperaba que dejara de chocar con las puertas. Su hermano mayor, con los dientes blancos, la postura impecable, el primer alumno del curso, no dijo nada.

Cuando le pusieron los anteojos, la vida de Alejandro Sieveking tampoco cambió tanto.

* * *

Alejandro Sieveking prende un cigarrillo tras otro. Son las once de la mañana de un lunes cualquiera de mayo y este departamento de calle Santa Lucia, con esa nube de humo que lo inunda todo, debe ser de los pocos lugares que queda en Santiago donde aún se fuma sin restricciones.

—Me encantaría dejarlo, aunque nunca lo he intentado -dice con cara de culpable este actor y dramaturgo que, junto a su esposa, Bélgica Castro, forman una de las parejas más estables y entrañables del medio artístico local.

A sus 80 años, sentado frente a la mesa de comedor de su departamento, cuya terraza da justo al cerro, con paredes llenas de cuadros de artistas emergentes y consagrados -hay uno de Bororo y otro de Delia del Carril, la Hormiguita, segunda esposa de Pablo Neruda- y sus propios collages amontonados en el piso, Alejandro Sieveking dice:

—No, no me lamento de haber cometido algunos errores, porque no creo ser una persona perfecta. Creo que los defectos me han aliviado la vida.

Alejandro Sieveking cuenta su historia así: El amor entre su padre y su madre fue fulminante, eran dos bellezas que se enamoraron en Talca y tuvieron dos hijos, uno lindo y uno feo.

¿Cuál era usted?
—Yo me encontraba horrible, pero es que era evidentemente más feo. Ellos eran todos lindos.

Era una familia de belleza perfecta, dice, pero que cargaba con un destino trágico. Sieveking la describe haciendo un circulo en el aire con el dedo indice.

—Enrique, mi hermano, adoraba a mi mamá, pero mi mamá me adoraba a mi. Yo adoraba a mi papá, porque él era como inalcanzable y mi papá quería a mi hermano. Era un círculo de amor no correspondido.

Sus padres se separaron cuando él tenía 8 años. A esas alturas, su padre ya tenía una amante, a la que incluso le tenía casa. Lo extraño es que durante todo el tiempo que estuvo junto a su esposa, fue él quien la celó. Fue él quien le hizo la vida imposible.

—Y no habla motivo, ella no era coqueta. Eran celos infundados, mi mamá era como las monjas de Talca -dice hoy Sieveking.

A tanto llegaron las celos de su padre, que cuando su madre estaba embarazada de él, la acusó de que ese hijo no era un Sieveking.

—Fue algo que me contó mi mamá cuando yo ya era mayor. Una adivina me vio las lineas de la mano y me dijo: "Qué raro, cuando estabas en la guata de tu mamá te diste una vuelta de carnero". Yo le pregunté a ella y me dijo: "Sí, y no solo eso, tu papá me acusó de esto y yo me desmayé". Me dijo también que cuando se había despertado, ella ya no lo quería. Se separó ocho años después.

¿Y usted alguna vez tuvo la duda de si su papá tenía razón?
—No, para nada. Si mi papá me adoraba.

Sieveking quería y admiraba a su papá. Hasta ahora habla de él como si fuera el héroe de su infancia. Incluso hoy que sabe cosas como que cuando se separó de su mamá y se casó con otra, siguió manteniendo a la misma amante.

—Yo no le veía nada malo. Después era bien desfachatado, íbamos a comprar comida y compraba los mismos cajones de duraznos, las mismas revistas para su mujer, para nosotros y otro tanto para la amante. Una vez pasamos a dejarle las cosas a su amante. Ahí la conocí. ¡Porque él no se casó con la amante!

Alejandro Sieveking dice que por esta historia "yo asocio la belleza con la desgracia".

—Incluso escribí una novela que se llamaba La desgracia que implica la belleza, porque yo lo viví en carne propia.

Él siempre se consideró el feo de su casa, y tal vez por eso dice que los defectos le han aliviado la vida. Sobre todo en la adolescencia, cuando cada vez que quería acercarse a una mujer, ella le decía que estaba enamorada de su hermano. Ya en la universidad, las cosas cambiaron. Pero lo acomplejado, dice, no se le quitó nunca.

—Es una estupidez darle tanta importancia a eso, pero significaba que, por ejemplo, si me escribía papeles para mí, siempre tenían que tener una deficiencia, una falla fisica. Como yo era muy alto para el promedio de los actores, el personaje de Cristián, de Mi hermano Cristián, era inválido, estaba en cama. En Parecido a la felicidad, el personaje era un gringo, un extranjero, entonces podía ser más alto.

Dice que al principio no lo hacía conscientemente. Luego se dio cuenta. De esos y de otras cosas más.

—Si te fijas en mis obras, no hay personas bonitas, aunque ahora sí.

¿Y qué fue evolucionando en usted que ahora puede hacer personajes lindos?
—Hay personajes lindos en mis obras, pero no para mí, sino que son de mujeres muy bonitas. La Bélgica nunca fue una belleza, pero en el escenario era espectacular. Yo me enamoré de ella como alumno de arquitectura. Me enamoré de ella como uno se enamora de la Marilyn Monroe, o de la Meryl Streep. Ella ya era una actriz famosísima cuando entré a estudiar teatro.

Sieveking y Bélgica Castro comenzaron a ser pareja cuando él estaba pasando a segundo año de la carrera de teatro en la Universidad de Chile. Ella había sido su profesora. Era 1956.

—Yo tenía 21 y ella tenía 34, pero se veía muy chica. Este año cumplirán 53 años de matrimonio. Pero en el inicio hubo gente que les hizo la guerra.

—Un famoso dramaturgo de esos años la invitó al Crillón para decirle que cómo ella, que era una mujer famosa, inteligente, estudiosa, cometía esta brutalidad de salir con un tipo como yo, un alumno de la escuela. En el teatro no había un ambiente de escándalo al respecto, sobre todo porque la Bélgica no era una persona que anduviera coqueteando con medio mundo, pero seguramente yo me veía más joven de lo que era.

Ustedes han sido un matrimonio estable, algo extraño en el mundo artístico. ¿Nunca se han separado?
—Separarse no, pero hemos tenido malos entendidos. Lo que nos ha unido todos estos años es que tenemos la absoluta convicción de que no somos reemplazables para el otro. Que cuando uno se muera, el otro está sonado. Nosotros nos reímos mucho juntos. Ella se ríe con mis chistes, aunque sean malos y eso me hace muy feliz.

Dice que como cada tres años tienen una pelea en la que Bélgica Castro termina diciéndole: "Dónde te vas a ir tú y dónde me voy a quedar yo", y él le responde: "De qué estás hablando".

—Es que ella es más emocional y empieza a decir "ya que nos vamos a separar". Ella siempre está con esa cosa de que como es mayor que yo, yo me voy a ir con una niña.

Existen celos ahí.
—Sí, un poco. No es celosa, tiene sospechas. No le parece muy bien que alabe mucho a la Claudia Celedón o la Catalina Saavedra -dice y se ríe-. Nunca he pensado si (Bélgica) es la muier de mi vida o no. Es algo que no está en cuestión. Por ejemplo, una vez, ella tuvo una gira al norte y, mientras la esperaba, escribí Ánimas de día claro. Y lo hice en dos noches, porque la Bertina -la protagonista- es un retrato de la Bélgica. Si tú entiendes a la Bertina, entiendes a la Bélgica: yo no escribí un papel para ella, sino que la escribí a ella.

Y en estos años en que han envejecido juntos, ¿qué les ha pasado?
—Yo no se quién va a ser el más afortunado de morirse primero, porque el otro va a andar como mosca sin cabeza. Por la edad, ella piensa que se va a morir antes, y yo, como tengo cáncer a la piel, pienso que me voy a morir antes que ella.

¿Conversan sobre la muerte?
—A ella le carga, no puede soportarlo. Pero le he dicho: "Tienes que aprender a hacer esto, si yo no estoy", y ella dice: "¿Por qué no vas a estar?". "Porque tengo una gira a la costa", le digo para molestarla. Pero es así. Estuve tres semanas haciendo El Club, en Matanzas, y a ella le dio una jaqueca que le da cada ciertos meses. Estábamos hablando por teléfono y a mí casi me dio un infarto. Pero qué iba a hacer ¡si estaba trabajando!

Bélgica Castro tuvo un hijo, Leonardo, con Domingo Tessier, con quien estuvo casada cinco años. Con Alejandro Sieveking no tuvo hijos.

—No se dio. Bueno, Leonardo fue como un hijo, porque yo lo eduqué. Todas las fallas que tenga él son culpa mía y las cosas buenas también. Las obras son como mis hijos, porque tienen un destino parecido. Hay algunas a las que les va muy bien y otras que se casan y se van a provincia y son borradas de tu vida, casi.

Sieveking cuenta que Bélgica Castro estuvo embarazada una vez y que perdieron el hijo que esperaban. Que es algo que antes nunca había contado.

-Ella estuvo enyesada como tres años. Tenía algo a la espalda, eso fue de los 26 a los 29 años. No se podía mover, ni caminar, nada. Tanto, que se le olvidó caminar. Luego tuvo problemas para tener más hijos. Y después de la pérdida, lo único que a mí me importaba es que ella estuviera bien, no que tuviéramos una guagua.

* * *

Después del golpe de 1973, Alejandro Sieveking y Bélgica Castro se autoexiliaron en Costa Rica. Víctor Jara, íntimo amigo y compañero de trabajo de los dos, había sido asesinado y se sintieron inseguros.

—Yo no quería irme, me parecía una aventura un poco loca. Pero Bélgica insistió y yo finalmente acepté. Pensábamos quedarnos en Buenos Aires, pero hubo un atentado, luego en Uruguay, pero hubo golpe de Estado. Ya no había lugares dónde ir. Conocíamos al ministro de Cultura en Costa Rica, nuestro productor lo llamó y nos dijo que nos fuéramos inmediatamente para allá.

En ese país se quedaron 11 años, entre 1974 y 1985.

—Fue una estadía feliz. No tuve depresiones, ni nada parecido. Pero al poco tiempo, Bélgica ya se quería volver. Decía: "El 21 de mayo no significa nada aquí". Lo decía en broma, pero era lo que sentía en relación a muchas cosas. El hecho de que había cosas que aquí importaban y allá no, era dificil.

Dice que finalmente tomaron la decisión de volver cuando Bélgica Castro comenzó a soñar que caminaba por la calle Mac-Iver, en el centro de Santiago. Pensando en ese retorno, él aceptó escribir una teleserie para TVN, producida por Sonia Fuchs. Estando en Costa Rica escribió los primeros 75 capítulos. Esa teleserie nunca vio la luz.

—Pero me pagaron todo —dice.

Más tarde escribió Matilde dedos verdes (Canal 13). No le fue bien.

Después no hicieron nada más en televisión.

—La Bélgica tuvo unos desencuentros con la TV. Nos llamaban y nos dejaban ahí esperando y después decían: "Ah, verdad que estaban ustedes". Entonces un día la Bélgica, que no tiene nada de diva, dijo: "Yo no vuelvo más". Y no volvimos más.

En este matrimonio, ella es la estrella. ¿Y usted?
—Yo no. Yo soy la persona que tiene, como quien dice, prestigio, pero no soy una estrella.

¿Le gustaría ser una estrella?
—No, a mí me gusta andar en el metro tranquilo.

El dramaturgo cuenta que Bélgica Castro tiene problemas de memoria, a ratos.

-Se supone que eso es una cosa que tiene que pasar. Uno se tiene que preparar, la película Amour se trataba de eso. Una vez leí un artículo en la que un señor decía que su mujer ya no lo conocía y pensé que eso es lo que venía para adelante y que había que tomarlo con humor. Y que el amor es la única salvación de esto... Como es una cosa natural y biológica no tiene por qué ser traumática, no tiene por qué doler excesivamente. Además, muchas veces los dos nos olvidamos. Yo le digo: "Bélgica, tienes que andar con los anteojos colgando", porque podemos pasarnos la mitad de la tarde buscando sus anteojos. Pero, resulta que después andamos los dos buscando los míos -dice y se larga a reír.

* * *

En estos días, Alejandro Sieveking estará por partida doble en la cartelera local. El 6 de junio debutará en Matucana 100 con Novela, una obra de teatro que trata de un escritor que inventa y "encierra" a sus personajes para enfrentarlos al pasado y a sus heridas. Y esta semana se estrenó El club, la película de Pablo Larraín sobre un grupo de sacerdotes que viven aislados en una casa por los pecados que han cometido.

—Mi papel es el de un cura que tiene alzhéimer, entonces no sabe por qué está ahí, pero algo hizo. Es una película muy potente.

¿Se siente mejor dramaturgo o mejor actor?
—Depende. Hay papeles a los que uno le achunta, pero no es una cosa para siempre.

¿Tiene pendientes con la actuación?
—Yo jamás pense que me iban a llamar para El club, y para mí fue rico, muy fantástico y con esos compañeros... Es que están todos muy bien y esa es la gracia de Pablo Larraín. A mí me decía: "Estái un poco pasado, pero como el personaje lo aguanta, dejémoslo así". Parece que se me pasaba un poquitito el tejo en la actuación.

El rodaje duró tres semanas, un período que él recuerda con cariño y que lo hicieron olvidar un mal rato que pasó en su último trabajo cinematográfico, Gatos viejos, con el director Sebastián Silva.

-Estábamos filmando aquí, en el departamento, y ellos tenían los aparatos en la cocina. Y desde ahí se escuchó una alharaca, que alguien gritaba muy enojado y ese había sido Sebastián Silva. Luego apareció Pedro Peirano y me dijo: "Alejandro, repite esa escena, pero no interpretes tanto". Tuve que tranquilizarme un poco, porque pensé que me iban a cortar la cabeza. Pero nunca hubo discusión, solo que era la primera vez que me pasaba en cine algo así y en teatro también. Cuando me pasó, me sentí como botado de la mano de Dios. Fue un poco terrible.

Alejandro Sieveking recibe permanentemente invitaciones para actuar en películas. Este año estará en dos.

-Una es de un director que tiene 27 años y parece de 21.

Cuando ve a estos directores, ¿se acuerda de cuando usted tenía esa edad?
-Es que por suerte yo nunca he madurado. Madurar lo asocio a corregir los problemas de la casa, por ejemplo. A llevar la casa como una persona adulta, a preocuparme de que funcione el gas, ahí hay trancas mías. En esta casa hay miles de cosas que no funcionan, las lámparas, el estanque del baño. Y ese es un comportamiento que, se podría decir, es infantil. Pero es que no quiero convertirme en viejo. Creo que en el momento en que madure, voy a envejecer. Y no quiero.

Sieveking comienza a reír.

 

* * *

Foto: Carla Dannemann



 

 

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Alejandro Sieveking: "No quiero convertirme en un viejo"
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