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La pareja
Por Antonio Skármeta
Publicado en Crisis, N°21. Bs. Aires enero de 1975
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"... mucho más temprano que más tarde..."
Allende. 11 de septiembre 1973.
En la Plaza Italia la mujer le apretó el brazo. El se dio vuelta y la notó pálida. La columna de trabajadores había ido callando a medida que se acercaban al centro. Hubo gritos aislados, pero el silencio creció como una fiebre y él supo que fue su esposa la primera en advertirlo. El tuvo la sensación de que no sabría qué decirle, de que había olvidado las palabras. Que la eternidad tenía ese único ruido de pies vigorosos sobre el pavimento. Pensó en una ola interminable, pero era la sensación, no la palabra.
Le pasó la bandera al compañero y abrazó a la mujer sin detener la marcha. Un poco en vilo la llevaba.
—No puedo seguir —dijo ella.
—Si que puedes. No falta tanto.
La apretó de la cintura, animándola.
—¿Qué tienes?
—Es la pena.
—¿No estás contenta?
—Estoy contenta. Pero tengo pena.
—¿Puedes respirar bien?
—Más o menos.
Comenzó a sacarla hacia el costado. Las filas parecían impenetrables, pero había algo contagioso en ellas. Algo grave, alerta y flexible. Casi no tuvo dificultad en llegar a la vereda y allí sentó a la mujer en el escaño de una casa.
—Voy a conseguirte agua. Quédate sentada.
Ella lo tomó del brazo, y aunque no lloró, la boca se le llenó de llanto. El puso una mano sobre el brazo de ella e intentó discernir allá adelante los estandartes de su sindicato. Los pasos se apretaron más aún. El silencio se concentró en un tranco voluntarioso, duro y un poco arrastrado. Primero la mujer respiró hondo y luego logró hablar.
—Alcanza a tu gente. No quiero que los pierdas.
El rostro ceñido a la cadera del hombre, miró hacia los infinitos compañeros con sus cuellos tensos y la mirada solemne.
—Alcánzalos —dijo—. No me quedo sola.
El pestañeó la proposición mirándole los labios.
—También es cierto —dijo.
La besó apasionadamente en la mejilla y luego se introdujo en las columnas con la mirada alerta en el último estandarte.