Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Autores |
Antonio Skármeta. Premio Nacional de Literatura 2014
La Risa Saturada
Por Matías Rivas
La Tercera, 23 de Agosto de 2014
.. .. .. .. .. .
Antonio Skármeta no merece el Premio Nacional de Literatura, pese a que se lo acaban de otorgar. Su escaso aporte a la historia literaria chilena se remonta a un par de libros de cuentos que publicó en los años 60 y 70, entre de los cuales destaca el relato El ciclista del San Cristóbal. El resto de su obra sólo es conocida por su simplonería y su prosa floja. La crítica ha sido lapidaria con él, no sólo en nuestro país.
No obstante, ha logrado hacerse famoso por redactar novelas cursis que venden bien, por su capacidad para promoverse explotando la figura de Neruda, al que transformó en un tontón patético en su obra Ardiente paciencia. Skármeta, sin embargo, tenía los méritos suficientes para ganar otro tipo de premios que no son de índole literaria.Se le podría galardonar por su trabajo como rostro televisivo de El show de los libros, en el que aparecía siempre sonriente; o por su rol como embajador en Alemania del gobierno de Ricardo Lagos.
Además, hizo un arduo trabajo de campaña con la Presidenta Bachelet, lo que tiñe a este galardón de un sabor a pituto, a devuelta de mano. En cualquier caso, no debería extrañarnos que hayan primado factores políticos por sobre el valor literario a la hora de entregar este anhelado premio. No es la primera vez ni será la última en que el poder le da la espalda al mundo cultural con tal de entregar una prebenda a uno de los suyos, de los simpáticos que animan las fiestas con anécdotas. La administración de Sebastián Piñera hizo un similar uso de este reconocimiento al dárselo a Isabel Allende, otra autora cuya virtud era exclusivamente su popularidad. Skármeta dejó a Germán Marín y a Pedro Lemebel, sus mayores competidores, en el camino.
Se trata de una situación absurda, ridícula, que raya en la vergüenza.
Los vencidos, los que fueron objetados y excluidos por un jurado dudoso, son escritores de envergadura, capaces de inventar mundos y de ampliar los márgenes de nuestra memoria. Pero Skármeta, con su sonrisa satisfecha, venció a los trabajadores del lenguaje. El Estado chileno lo prefiere a él, pues es cómodo como sujeto intelectual, ya que jamás ejerce la crítica hacia el poder y sus libros son inofensivos.