Proyecto Patrimonio - 2023 | index |
Antonio Skármeta | Autores |



 

 

 




Apocalipsis y apogeo de la palabra


Antonio Skármeta
Publicado en EL MOLINO DE PIMIENTA, N°7,
Quilmes, Buenos Aires, septiembre-octubre-noviembre 1985


.. .. .. .. ..

Narrador, dramaturgo, ensayista, guionista de cine y de radio, Antonio Skármeta es ejemplo del intelectual que amplía su radio de acción de acuerdo a las nuevas exigencias de la época. Nacido en Antofagasta (Chile) en 1940, vive en Alemania desde 1975, luego de una breve estadía en la Argentina. Es autor de varios libros de cuentos y, hasta ahora, tres novelas: Soñé que la nieve ardía (1975) La insurrección (1982) y Ardiente paciencia (1985), texto que sirve de base a la película y la obra teatral del mismo nombre.


Desde hace décadas, y cada vez con mayor énfasis, se viene profetizando la agonía de la palabra escrita en las garras de la imagen televisiva y cinematográfica. No es casual que este tema figure en la orden del día de los dos primeros encuentros de escritores de lengua española, cuyo solo enunciado parece proponer una liga solidaria de los colegas contra la imagen visual, semejante a aquellas cofradías ecológicas o asociaciones caritativas. El lugar común —que sobrevivió a McLuhan— es que la Galaxia de Gutenberg entró en conflicto con la "constalación eléctrica". Esta última, resultado de un proceso técnico, produce en el mundo las condiciones para una nueva civilización. La imagen televisiva recupera el uso espontáneo de los sentidos, tal como existe en la expresión oral, que había sido aislado y reducido a un simple código visual en la escritura. Teniendo como contendor al mundo de las comunicaciones, que hace del planeta "una aldea global", la escritura sería especialmente inatractiva para la niñez y la juventud crecidas en la alborada de la era eléctrica. Nuestra época es ansiosa, desesperada, de intensos conflictos generacionales, porque se intenta vanamente ejercer los oficios de hoy con los utensilios del ayer. En el plano filosófico, la ansiedad y la angustia de la inadecuación se expresan en Sartre o en Heidegger, en la narrativa de Kafka o Camus, en el teatro del absurdo de Beckett o Ionesco, en los films de Bergmann y Antonioni.

Aunque la discusión sobre el efecto de los media en la sociedad tenía ya tradición en círculos especializados, fue McLuhan quien la vulgarizó, adobándola con sabrosos ejemplos del argot electrónico norteamericano. Desde entonces —hace 20 años ya que fue publicada La Galaxia de Gutenberg— se han llenado volúmenes rebatiendo, apoyando o matizando sus tesis.

Los escritores latinoamericanos que hasta hace dos décadas considerábamos un best-seller un libro que vendiera tres mil ejemplares y un milagro que éste fuera traducido a otro idioma, debemos honestamente confesar nuestra perplejidad de que un libro como Crónica de una muerte anunciada de García Márquez se edite en una suma de un millón de ejemplares y que nuestros libros se traduzcan a varios idiomas simultáneamente con su salida en español. Los médicos que desahuciaron la escritura deben admitir que entre nosotros el muerto goza de excelente salud.

Y es que la palabra escrita ejerce una peculiar fascinación intransferible a otros medios. El dominio de la palabra es el ámbito de lo posible. Aun la obra más realista es una propuesta al lector para que éste resuelva en su fantasía el modo en que se le aparecerá la realidad convocada —invocada— por la escritura. La palabra posee un poder paradojal: por una parte su grado de abstracción permite el más fluido intercambio de informaciones entre los hombres; por otra, puesta ella en función poética es capaz de dar estímulos al lector que le permiten configurar mundos nutridos de la mayor sensualidad. Leo esta primera estrofa de Oda con un lamento en Residencia en la tierra de Pablo Neruda, escrita antes de 1935, y pienso que ni siquiera Dios como guionista podría hacerse cargo de expresar este capricho insurreccional frente a la realidad que es la fantasía poética:


Oh niña entre las rosas, oh presión de palomas
oh presidio de peces y rosales,
tu alma es una botella llena de sal sedienta
y una campana llena de uvas es tu piel.


Estas líneas mudas ante mis ojos —carente de la voz, la respiración, el gesto del poeta— ponen en alerta mi percepción del presente, apelan a mi memoria visual y afectiva, provocan la combinación de lo imposible racionalmente con la mayor naturalidad. Porque, digámoslo sin el mayor pudor, estos versos son para cualquier lector contemporáneo perfectamente comprensibles. En el ejercicio de la lectura, va implícito el de la interpretación. En el mundo de lo posible —y la fantasía de cada cual es el escenario del infinito— los cuerpos se interpenetran y existe la "campana llena de uvas" que además no es "una campana llena de uvas" sino que es una "piel".

Todo lo que el poeta ha propuesto para desatar entre nosotros la imagen no nos ata con ninguno de los términos. No hablemos siquiera de la piel que es una campana llena de uvas. Limitémonos a advertir la fácil "niña entre las rosas" es la niña y las rosas que queremos.

Frente a la sutil e infinita acción-reacción que es la escritura, la maravilla técnica que nos ofrece en nuestra casa el mundo al alcance de la perilla parece bastante primitiva. En general —y es preciso subrayar esta palabra relativa porque también la televisión y el cine proceden a través, entre otras cosas, del montaje a desintegrar y rearmar el mundo poéticamente— el inmenso campo expresivo de la palabra es reducido a la información. No tan sólo en los noticiarios, sino en el modo ingenuo (diabólico, por otro lado) que tienen los medios de aceptar como buena la realidad que tienen ante las narices. No es la figura de García Márquez impuesta por los medios la que me lleva a celebrar aquel párrafo del genial escritor en Cien años de soledad cuando afirma que la aparición de globos voladores no asombró a los habitantes de Macondo pues ya conocían las esteras voladoras introducidas por los gitanos. Mucho menos, podríamos agregar, los asombrarían los aviones, a ellos, que habían visto al padre Nicanor elevarse doce centímetros sobre el nivel del suelo tras tomarse una taza de chocolate.

La imagen visual, desnuda o manipulada, revela, a pesar de toda su capacidad de sugerencia, una maravillosa limitación: es lo que es. Es su apariencia. Ni Velázquez, ni Francis Ford Coppola tienen la posibilidad de actuar en la ilimitada zona de la palabra. Ni el más fantástico de los films escapa a la única posibilidad de expresarse: el realismo. Los paisajes metafísicos de Antonioni tienen esta concreta sensualidad: es el humo de esta chimenea en el Desierto Rojo, es Mónica Vitti la mujer contra ese muro blanco, aunque Mónica Vitti no sea ella misma, ni el personaje que actúa, sino la "humanidad".

De allí que el crítico francés Marcel Martín insista en la peligrosa fascinación de la imagen cinematográfica que lleva, en su expresión más vulgar, a la pasividad del espectador. Por cierto, señala, que hay otra conducta posible frente al film, que es la actitud estética. La imagen reproduce lo real, y en seguida, en un segundo grado, eventualmente afecta nuestros sentimientos, y en un tercer nivel, siempre facultativamente, toma una significación ideológica y moral. Martín sintetiza aquí el rol de la imagen tal como la había definido Eisenstein, para quien la imagen nos conduce al movimiento afectivo y de allí a la idea. Esta gradación ideal es perfectamente normal en la perspectiva del montaje ideológico, pero en el cine habitual, aquel no fundado básicamente sobre el montaje, el tránsito de la afectividad a la idea es mucho menos cierto y menos evidente.

Y entendemos que cuando se denuncia la obcecada actitud del espectador frente a los productos que ofrecen el cine y la televisión, se hace referencia a quienes permanecen sólo en este nivel sensorial y sentimental frente al cine. Esta actitud es alentada, por supuesto, por las programaciones de los medios que entregan productos para indiscriminados glotones de la imagen. Mas hay todo un tipo de obras de arte basadas en la imagen visual que no se contentan con halagar la voracidad del espectar sino que más bien buscan situarlo en una actitud estética. Esta supone tener conciencia del poder de persuasión efectivo de la imagen; la renuncia, por tanto, a entregarse a la pasividad total que provoca la imagen. Así, el espectador humano puede mantener su libertad en la participación.

Cuando los intelectuales hablan de masas embrutecidas por el consumo de las imágenes televisivas y ven en este drama el apocalipsis de la escritura no prestan atención al hecho de que detrás de cada imagen está la palabra que la provocó. En el principio era el verbo, y sigue siéndolo.

Los films, los melodramas, las documentaciones, las piezas teatrales, los chistes, las propagandas, los noticiarios, las canciones, son provocados por la palabra. Esta los hace aunque la materia cobre otra forma. No hay por tanto que temer la cesantía de la palabra con el auge de los medios. Lo estremecedor sí es el poder que esa palabra tiene para acceder con su fascinación sensorial a millones. Lo triste no es el medio que lleva la imagen, sino el poder que transmite ésta u otra imagen, éste u otro film, esta noticia o aquella. Para decirlo de un modo más radical, lo que motiva la pregunta sobre las peripecias de la palabra en la era eléctrica, es la preponderancia que tiene aquello poco que se dice: en los medios sobre todo lo que se calle, que suele ser lo más verdadero, lo más estimulante, lo más hermoso. Lo poco que se dice, es casi siempre un ejemplo armonioso de lo que significa vivir en las mentes de aquellos que detentan el poder, que suelen ser los que tienen el dinero.

Para los escritores latinoamericanos el enfrentamiento con los medios tiene un carácter más dramático que para los europeos y norteamericanos La masificación de la información es un fenómeno del desarrollo, al cual nuestros pueblos tienen acceso sólo en algunos de sus niveles. El medio que propaga estos mensajes está extendido no sólo con su técnica por América Latina, sino con la ideología que busca confirmar —a través de la imagen seductora— su dominio. Si las democracias latinoamericanas han manifestado un patriótico interés en mantener a sus pueblos en el sopor de la imagen ablandadora, ¿qué será de aquellos países en que las dictaduras se arman a sí mismas con un narcisismo del que no despiertan sino a balazos? "En cada soldado, hay un chileno. En cada chileno, un soldado", rezaba el slogan del general Pinochet. Para tocar fugas e improvisaciones sobre este tema básico introdujo en Chile la filosofía del consumo y el consumo mismo. Con un babilónico sistema de créditos metió televisores a color en las poblaciones humildes. Allí el presidente autodesignado se pregunta día a día en millones de imágenes: "espejito, espejito, ¿quién es más lindo que yo?" y el silencio le responde.

Ya los puertorriqueños meditaban, cantando, sobre el fenómeno en West Side Story en el popular tema "I like to live in America": "I have my own washing machine!, But what do you have to keep clean?".

Los europeos no viven tan frenéticamente estos abusos, porque los distintos estamentos de la sociedad están representados en consejos en que se discute la filosofía de las emisiones La República Federal Alemana, donde habito, tiene un programa de televisión satisfactorio. La oferta es variada y los grandes éxitos del complejo nuevo cine alemán se deben en primer lugar a que la televisión ha sido la institución financiadora de estos films. Para realizarlos, los directores tienen la mayor libertad. La televisión se limita a adelantar dinero para producir el film adquiriendo el derecho a transmitirlo, en gran parte de los casos dos años después de que el film haya sido explotado comercialmente en los cines.

Más aún, sin ser un entusiasta de las ideas y la filosofía que subyacen en los medios de comunicación alemanes federales, creo que la televisión ofrece mejores posibilidades de cuestionamiento de la realidad y mayor nivel de análisis que la que adquieren masas importantes de la población a través de diarios reaccionarios y vulgares como el tristemente famoso Bild.

Pienso que los escritores no podemos adoptar una actitud desdeñosa frente a los medios. Si bien todos los aspectos calamitosos ya señalados tienden a dividir el mundo en una élite culta que lee y una masa bárbara que traga imágenes, hay dos factores que son un reto a la escritura y que piden respuesta y no indiferencia: los medios son ya un dato cotidiano de nuestra existencia y no se lo va a suprimir ni por decreto ni por epojé fenomenológica, y los medios no son culpables de lo que contienen sino quienes los accionan.

Es decir que la era eléctrica nos fija el horizonte de nuestra expresividad imponiéndonos referencias que se transforman en hitos históricos. La electrónica tiende a la homogenización del hombre. Con absoluto desprecio por todo aquello que es cultura nacional, rural, intimidad, transmite aquellos productos que interesan a un espectador medio. Antes existían en nuestro mundo los animales, los dioses, la naturaleza y las maravillosas letras. Hoy existen en nuestro mundo además John Wayne y Marylin Monroe. Un joven poeta argentino describía así la turbación de una puesta de sol en el mar: "Era un atardecer suave, como la garganta de Marylin Monroe". Y el protagonista de otro cuento mexicano llegaba a la oficina a solicitar trabajo "con el aplomo con que John Wayne abre la puerta de un bar".

Los grandes productores pueden popularizar e internacionalizar estos héroes y —si se lo proponen— hacer deseable la imitación de figuras ficticias en la realidad. Las sociedades rurales latinoamericanas, las comunidades indígenas, las confusas ciudades, también tienen sus modelos heroicos, sus preferencias estéticas, pero carecen del poder de reproducirlas, montarlas y emitirlas. Dado este hecho, por ahora irremediable, se ha denunciado incesantemente la amenaza de los medios sobre la cultura —las culturas— latinoamericana. Estos alegatos no han hecho, ni harán, apagar al público el televisor. Tampoco el temor a las fieras, eliminó del mundo primitivo a las fieras. Frente a ellas el hombre encontró los instrumentos para defenderse. Los buenos deseos no van a frenar los serviles mitos que las grandes productoras imponen a nuestros pueblos. Sólo nos cabe enfrentarnos a ellos. Sólo nos cabe asumir su presencia cotidiana con la comunicativa impudicia con que Ernesto Cardenal usó sus estridentes símbolos para hacer una lectura liberadora de ellos. Liberadora y comunicativa a un nivel contemporáneo, ya que de eso se trata. Por ejemplo en este poema mayor de la lírica contemporánea llamado "Coplas a la muerte de Merton":


Sólo amamos o somos al dejar de ser
al morir
desnudez de todo el ser para hacer el amor
make love not war
que van a dar al amor
que es la vida
la ciudad bajada del cielo que no es Atlantic City

Y el Más allá no es un American Way of Life
—Jubilación en Florida—
o un week-end sin fin
La muerte es una puerta abierta
al universo
(No hay letrero NO EXIT)
y a nosotros mismos
viajar a nosotros mismos. no a Tokio, Bangkok,
es el appeal.
Stewardess en kimono, la cuisine
Continental
es el appeal de esos anuncios de Japan Air Lines

Una Noche Nupcial, decía Novalis
No es una película de honor de Boris Karloff

Y natural, como la caída de las manzanas
por la ley que atrae a los astros y a los amantes
—No hay accidentes—
una más caída del gran Árbol
sos una manzana más
Tom

Dejamos el cuerpo como se deja
el cuarto de un motel
—Pero no soy el Hombre Invisible de Wells


Esta fusión de heterogéneos elementos provenientes del misticismo de la poesía medieval, del habla coloquial, de las alusiones científicas y políticas, con los elementos tomados de la publicidad, del mito, del American Way of Life, de las consignas internacionales, me parece la mejor actitud posible frente a la bestia troglodita de los medios, al menos mientras no consigamos latinoamericanizarnos: leerlos desde nuestra cultura, limarles ganas y dientes con las convicciones humanas de nuestra aldea, adiestrar a nuestros jóvenes a distinguir la información que los habilita para pertenecer al mundo contemporáneo de la ideología que coarta sus necesidades y ansias de liberación.

En este conflicto se va a ir definiendo el modo original que cada pueblo tendrá de relacionarse con los medios. La actitud puritana de atacar desde una pureza revolucionaria los mitos contemporáneos, tal cual los ofrece la nueva técnica, mezclando en su impugnación a los Beatles y a los punks con Reagan y Haig, el pelo largo o la libertad homosexual con la bomba de neutrones o las transnacionales, carece cada vez más de auditorio entre los jóvenes crecidos en la era electrónica que son capaces de distinguir entre Mick Jaegger y Margaret Thatcher. Algunos de los jóvenes combatientes caídos en las luchas de liberación en América Latina llevaban camisetas estampadas con los rostros o los nombres de sus ídolos. Sé que algún oído púdico puede irritarse frente a la siguiente frase, pero creo hablar desde los hábitos más intrínsecos de mi generación, la primera en América Latina crecida en la electrónica: la presencia del universo de los medios es tan constitutiva de nuestra personalidad como el paisaje y la cultura en que nacimos. No es que me alegre de que así sea. Pero no puedo dejar de comprobar a diario que es así. Sí me alegra que la electrónica no nos haya devorado del todo y que no se nos haya impuesto para siempre el reducido código de valores que promueve. En esta pugna los escritores han tenido un notable papel al plasmar la complejidad y hechizo de nuestros mundos en sus obras. El libro, afín en ediciones de millones, conserva frente a la civilización en auge un carácter clandestino. Todos sabemos que en muchos países los best-sellers pueden ser bazofias. Los latinoamericanos, en cambio, —¿también por obra y gracia de los medios?— hemos transformado en lectura apetecida y vendida a Neruda, Rulfo, Benedetti , García Márquez, Vargas Llosa, Onetti. ¿Es la influencia de civilizaciones emigradas y nativas lo que nos hace capaces de convivir con distintos tiempos históricos ser capaces de la más irónica mueca frente al deslumbrante mundo que nos ofrece el super-desarrollo? El escritor latinoamericano carece de influencia en los medios, ya sea porque es un rebelde a quien los gobiernos jamás le pondrán el peligroso juguete en las manos, o porque teniendo la ocasión de hacer algo ha optado por una actitud desdeñosa ante los instrumentos a los cuales niega interés estético.

Esta última actitud parece bastante generalizada, y fue un motivo reiterado en los debates del Primer Encuentro de Escritores de Lengua Española. Por cierto que el solo trabajo de creación literaria es ya mérito social notable del escritor, porque por fantástica que sea su obra expandirá las fronteras de la cultura nacional ("cultura", entendida aquí no como la suma de productos culturales, sino como el modo que tiene un pueblo de entenderse a sí mismo). Y siendo más poderosa esa cultura, estará más sensible y alerta para matizar lo ajeno. No digamos lo extranjero para no incurrir en chauvinismos que se los podemos dejar a Viola y Pinochet, sino lo transnacional, palabra con la que acaso mejor nos entendamos.

El monstruo electrónico, como todas las fieras, tiene un punto débil, una característica que hace ambigua su acción —ya que anularla es imposible— que hace de él un medio fértil: llega hasta un hombre que la liberación americana necesita porque es a él a quien quiere liberar: el analfabeto. Mil veces se ha alzado contra los escritores latinoamericanos la pregunta sobre el sentido de escribir en países diezmados por la ignorancia. La impugnación del público llegaba a hacerles conscientes de la paradoja: aquellos que se proclamaban más revolucionarios o innovadores tenían su público sólo entre la clase media y alta. Por cierto que los medios de comunicación electrónicos, dados su penetración ideológica y su artilugio manipulador, no son el bálsamo milagroso. Pero aquí otra vez debemos ser realistas, sobre todo en sociedades donde el poder difícilmente será administrado a corto plazo con criterio democrático. En la pragmática comparación de dos barbaries: la de la ignorancia total del siervo de la gleba o la relativa alteridad del prisionero de la imagen; me parece que la opción política del escritor latinoamericano ha de ser por la segunda. Más y más serán los espacios de libertad expresiva, si los escritores se deciden a aceptar el utensilio con que se abre la nueva época. La escritura es la base de la imagen, desde la concepción de un programa, pasando por el guion, hasta los silencios, llantos y respiros de los actores. La imagen seguirá dócil el camino que cree la palabra creadora, enfatizando la redundancia. La otra palabra, aquella que reitera lo conocido, lo transnacional, lo vendible y vendido, conduce a reiterar las imágenes con que la sociedad burguesa se ve a sí misma. Contra esta situación se ha alzado en América Latina la escritura y ha nutrido a generaciones para quienes la palabra fue señal de identidad cultural, de alegría de vivir, y de coraje para luchar. Desde Martí a Neruda es una tradición que hoy sigue en ascenso. Este fértil trabajo se hizo en el árido horizonte cultural que los sistemas dominados por preferencias antidemocráticas de vida otorgan a los escritores. Con mayor razón el escritor accederá a esta tradición honrosa si entra a los mensajes electrónicos buscando dentro de ellos las imágenes que provoquen el conflicto, la lucha, la contradicción. Aún con todas las limitaciones señaladas, los medios de comunicación de masas son las vías más posibles para democratizar la escritura.

Hace casi diez años, la Unesco hacía publicar el notable libro América Latina en su literatura, donde distinguidos especialistas hacían un panorama del tema. Aquel trabajo sobre la relación de la literatura con los otros lenguajes terminaba con un desdeñoso gesto:

El mundo homogéneo, según la definición de Morán, de la cultura de masas, ramificándose cada vez más sobre la realidad hasta el punto de constituir una especie de suprarrealldad, pretende borrar las contradicciones que rigen la sociedad humana. El concepto de lucha de clases no es la contradicción menor que se intenta borrar... Los mass-media nos presentan una sociedad congelada en esa falsa universalidad. No en vano en América Latina el prestigio de los medios de comunicación de masas responde a una ideología de desarrollo dentro de los canales de las estructuras tradicionales. Al tomar el mundo dado como una fatalidad, de una vez para siempre, los media, aun en manos de gente bien intencionada, no pueden más que hacerlo progresar, es decir, agregarle cuantitativamente bienestar mediante dosis trabajosamente obtenidas, arañadas a los grupos de poder, como los pequeños burgueses arañaban el cubo de oro enorme sobre el que Erdosain, su propietario fantástico, vigilaba malévolo, sentado sobre él, afirmando su propiedad con una ametralladora. Poniendo en suspenso la totalidad del mundo, siquiera imaginariamente, la literatura no se propone hacerlo procesar sino cambiarlo.


Estas palabras expresan con gran inteligencia una situación, pero yerran en su conclusión ética. implícita, basada en la oposición romántica: progreso-revolución. Para las generaciones crecidas en los media y en las diversas alternativas políticas que han sacudido a América Latina en las dos últimas décadas ambos términos pueden ser compatibles y complementarios. Con desdén, en Chile, grupos de ultraizquierda pregonaban que había que destruir la democracia burguesa. Cuando esta democracia burguesa fue destruida, pero por el fascismo, recapacitaron que esa democracia burguesa no era una democracia conseguida por la burguesía sino por las largas luchas de los trabajadores.

Si, la literatura, en comparación con los lenguajes electrónicos, pone en suspenso la totalidad del mundo, siquiera imaginariamente, porque quiere cambiarlo. Subrayarnos la palabra imaginariamente y estaremos de acuerdo. En cuanto a lo real y a lo concreto es obra de hombres prácticos —entre los cuales los escritores no tienen por qué faltar— cambiar la estructura de poder que emite los mensajes. Conquistar los medios de comunicación para la fantasía, la verdad, la libertad, pasa por trabajar con ellos, sublevarlos desde dentro, inspirados. Jamás ignorarlos. Aquí, como siempre, la palabra tiene la palabra.

 

  . . .



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2023
A Página Principal
| A Archivo Antonio Skármeta | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Apocalipsis y apogeo de la palabra
Antonio Skármeta
Publicado en EL MOLINO DE PIMIENTA, N°7, Quilmes, Buenos Aires, septiembre-octubre-noviembre 1985