SOBRE ALEJANDRO TARRAB
Tania Carrera
México, noviembre 2010
En las páginas finales de Degenerativa se lee una advertencia: en este libro hay textos de más de un autor y no todos ellos se encuentran acotados. Entonces nace el conflicto, uno regresa y no sabe si debe leer con zozobra, vanidosamente, jugando el papel de un detective, y buscar las citas o si debe aceptar el libro como una unidad convencional y únicamente disfrutarlo.
Degenerativa no debe leerse de ninguna forma específica, es un libro que posee un solo autor y no es convencional ni unitario, pero no representa la clase de mecanismo que tiene una ruta singular de revelación, no plantea un acertijo a los lectores, simplemente pide la relectura, la asimilación de la multiplicidad de voces, la disposición para ponernos un traje.
Una secuencia de fragmentaciones naturales construyen el descubrimiento: el autor reproduce en los poemas su puesto de observación y se construye a sí mismo como un personaje estático y habitable en medio del dinamismo del tiempo. Siempre como un espectador, sobre todo de sus propias acciones.
Las primeras dos partes despliegan un muestrario de elementos significativos que serán los instrumentos del autor pero también los detonadores de la introspección: objetos externos y materiales, voces de otros autores, canciones, los trozos del paisaje. Como respuesta emerge la interioridad: los recuerdos, la reflexión sobre lo imposible, el daño, el cuestionamiento. Todo se conjuga en una sede utópica, una ciudad reglamentada estética y emotivamente, no una unidad física sino un colage, una fragmentación necesaria. Los materiales, los argumentos de un teórico de la arquitectura, la atmósfera autómata o el tedio de las urbes, los personajes estilizados que las pueblan, son hilos de realidad que tejen otra realidad profundamente subjetiva, una ficción para todo aquel que no sea el autor.
Un no lugar se define como sitio habitable en “Donde comienza el libro de los pasajes, secuencia, trozo entre los sitios”. En esta parte central del libro se urden los trozos de los poemas anteriores para engendrar una secuencia que lejos de narrar una historia lineal, produce la desintegración del yo. No se nombran las fechas, ni las personas, ni los lugares, se intuye la variabilidad de estos últimos y se advierte el planteamiento de los distintos niveles en que es posible habitar. Los no lugares son muchos y construyen un único puesto de observación, un encuadre, la mirada del autor hacia el exterior es para nosotros una ventana hacia lo interno: dime lo que ves, aquello en lo que pones atención y te diré quién eres.
La tercera persona en que están escritos los poemas de esta sección me recuerda al estado que me gobierna cuando viajo, recrea la forma en que mi mente trabaja cuando estoy conociendo algún lugar. Lejos del contexto que le genera comodidad, vulnerable ante su desconocimiento del mundo, el nómada dialoga consigo mismo, crea un ir y venir entre el tú y el yo que lo configura como un personaje ajeno en su propia historia. Dice el paseante de todo esto:
¿Se llega a una conciencia de ser yo? ¿hay eso de?
Es difícil decirlo. Pequeñas secuencias, como las escenas de una película que recordamos; escasas, aunque fuera impactante. Una historia que es un disparo, un encadenamiento que nos marca y después eso: pedacería, pesadillas,
fragmentos que se repiten.
El personaje es al mismo tiempo que se va perdiendo a sí mismo, condenado a la fracción esta sostenido por una red invisible de lugares, personas, objetos olvidados. Para construir la identidad la búsqueda de la congruencia es obsoleta, la voz se encuentra en fragmentación, en las esquirlas de cada experiencia que al suceder se olvida y se revienta en mil pedazos.
Es así que todos los elementos, canciones, textos o anécdotas, cobran la misma importancia y se posan todas en un mismo nivel, completando un viaje único y continuo, que va quedando en el pasado y sólo es atrapable como la imagen que refulge para nunca más volver, para nunca completarse.
No sería apropiado juzgar a Degenerativa como un libro intelectual, tampoco sería justo decir que es lo contrario. Degenerativa es una puerta giratoria que nos hace salir de la voz del autor para luego entrar en él con mayor profundidad. “Meditaciones sobre el cuerpo de la obra” retoma el ejercicio de la reescritura, pero ahonda en la carne de los textos originales, siempre notoriamente asimilados, y los nutre de nuevos conflictos. Alejandro redacta el fenómeno de la lectura. Estos poemas son el discurso de un lector que, como dijera Barthes, finalmente completa la escritura, haciéndola propia, llenando los huecos con nutrientes subjetivos.
Pese a ser tomados de otras obras, producidos y reproducidos anteriormente, los fragmentos citados en Degenerativa son de nuevo originales, hay una sutura de apariencia y un zurcido invisible, un palimpsesto que borra sus fronteras moldeándose con los fundamentos de la necesidad; un ritual revive el aura apagada en las imprentas y justifica cierto tipo de reproducción.
Degenerativa continúa y concluye en la desarticulación, en la repetición, en la degeneración del personaje que corta entonces, tuerce con las manos un cruce, una cruz de tintes muy oscuros. Vuela una vía, infecta y reproduce, de acuerdo con sus intereses e instintos,/ un mapa de su propio pensamiento.
Tarrab escribió un libro transparente que muestra los sustentos de un poeta en conocimiento de sus posibilidades y de sus pretensiones, de un viajante y un hombre que se completa en los fragmentos.