Arquitectura de la fragmentación en Degenerativa de Alejandro Tarrab
darwin bedoya
1.- VARIACIONES SOBRE UNA FRAGMENTACIÓN/COLLAGE:
Creo estar casi seguro de que fue Bataille quien hablaba de una gran verdad, se trataba, y hoy sigue tratándose, de la verdad de la noche, la única verdad posible, la que no puede consentir una sola variación o traducción conceptual absoluta ni nada parecido. Tal es esta verdad que de alguna manera nos orientará con respecto a la primera lectura y la propuesta poética del nuevo libro de Alejandro Tarrab (Ciudad de México, 1972) titulado Degenerativa (Bonobos, 2010, 160pp.) Uno de los primeros poemas de este libro arranca con las visiones contemplativas y humanas que todo poeta posee: Mi padre entonó el sueño de los tedios. /Sacudió los cabellos de su mesa de trabajo todas las noches. Mi padre tiñó las órbitas de la caligrafía; escribió el signo de las cruzadas en mi cabeza. Yo replico esos tonos en su nombre. Me envuelvo en el mismo paño cálido y gris, con visos de seda ardiente, con que él se cubrió para soñar. Sueño, como el embrión que emprende, desde el santuario de la noche, la vida de los animales. Para volcar de un solo golpe el revestimiento de los días. Entonces me siento a escribir y entono las visiones grises y aburridas de mis antepasados, que son las visiones de mi cuerpo y de mi pensamiento. Miradas deslucidas de caminatas largas por la ciudad. El pulso acompasado de los pasajes donde compramos, por decir, una tortuga de pecho quebrado. El desaforado pulso con que observamos ese animal recluido, para después salir desaforadamente a encarnar otras visiones. Con el/ pulso siempre de estas criaturas/quebradas y rollizas.(Primeras variaciones, p.12) Es a partir de esta primera verdad de la noche que se da la visión/contemplación con que el libro se sucede (comienzan los niveles discursivos paralelos, tanto que parece una fusión entre el tema, la técnica y la variación en un mismo plano, con la bifurcación del razonamiento y la confianza en la realidad y la búsqueda de cobijo en el lenguaje), gradualmente las secuencias/variaciones van configurando un sentir que atraviesa lo lírico para detenerse en la meditación y el recogimiento, el lugar, el lenguaje. Dejó escrito Heidegger que el lenguaje, la poesía misma, es la casa del ser. El poeta empieza por ser ánima del territorio poético por donde transita y vive. El poeta rememora. Allí es donde construye su ser, donde hace un hueco y un refugio para su voz. El poeta, en este caso, va ordenando los espacios, va nombrando y la virtualidad del título del libro va adquiriendo sentido, por el conjunto de referencias y por el propio deseo de dialogismo con la reminiscencia que fecunda el arranque del yo lírico en cada poema, aquí está esa voz que patentiza las ansias de lograr la continuidad y la perennidad de todo lo que se nombra. Esta obra posee una arquitectura considerablemente pensada, habría que interpretar los poemas como obertura, los duales del inicio, como un canto interminable que parte con una bifurcación ¿dicotómica? que va señalando la fragmentación, la decadencia de las cosas y de la vida misma, todo en un orden armónico, un completo diseño proporcional que concluye en Fracciones, el último poema del libro. Fracciones, fragmentaciones.
Eduardo Milán, hace poco, en una entrevista, se refería con estas palabras a la fragmentación poética: El fragmento es lo que queda de un desprendimiento con una anterioridad y con una posibilidad venidera, en una manera de ver. En otra, es una consistencia, un autoabastecimiento que se logra por olvido del desprendimiento. Es cuando el fragmento adquiere valor en sí mismo. Están rotos los lazos con el futuro —salvo por la lucha— y con el pasado —salvo por la resistencia. Nuestra existencia es fragmentada. Eso coincide con ciertas prácticas de la escritura ahora. Esa coexistencia puede tomarse como una fidelidad poética a la imagen que el tiempo reclama. Una poética fragmentaria equivaldría a una temporalidad vivida realmente existente. […] Hay una ética en la escritura fragmentaria que no hay en la escritura que pretende conservar las formas poéticas tradicionales. El fragmento pertenece a lo conversado, a la poética de la conversación, que es inexacta, artificial y suspendida. Creo que tiene razón Blanchot y tiene razón Paul Simon: esto es un diálogo interrumpido, una conversación interrumpida. Escribimos lo que quedó de aquello. Si buscamos cambiar el mundo —en el sentido poético que le cabe a una transformación mayúscula como la que le espera al mundo— es para mantener la escritura del resto de la conversación interrumpida, para seguir escribiendo los fragmentos de aquella conversación. No para conservar la conversación, que ya no es posible: conservación/conversación. Es una metátesis. Pero es más que una metátesis. El sentido de la fragmentación de la poesía de Tarrab tiene correspondencias con lo mencionado por Milán, creo que las líneas de su registro poético muestran una carga potente de la nueva poesía latinoamericana: escribe lo que quedó de aquello, la poética de Tarrab es una temporalidad vivida realmente existente.Hasta se podría decir una densidad, concluyendo, saliendo, frecuentemente, airoso en la tarea de elevar los decires de su sentir a la plenitud de la metáfora-símbolo; elevar el poema a la expresión desintegrada, pero coherente, a los cantares que gozan de una imperceptible estructura, poemas, la mayoría, en prosa; 66 textos que simulan, y al final consiguen ser un solo canto, 5 partes que son expresiones delirantes, composiciones de ruptura, tal vez heredadas de los Cuartetos o La tierra baldía de Eliot, del Anabasis de Perse o los Cantos de Pound o Las elegías de Duino de Rilke. Tarrab destruye la idea de conectividad y enfatiza en la razón de discontinuidad. Casi corroborando las ideas de Ihab Hassan y Douwe Fokkema cuando hablan del escritor posmoderno: la obra es una colección de fragmentos relativamente desconectados, desafía al código literario y predispone al lector a buscar coherencia y orden del caos. El autor destruye concepciones tradicionales de tiempo y espacio, deslegitima las convenciones, desplaza, descentra y desmitifica el orden logocéntrico, etnocéntrico y falocéntrico de los discursos y de las cosas. Creo que tales consideraciones, en Degenerativa, van siendo constantemente reafirmadas por frecuentes y profusas lecturas ¿collage? que Tarrab hace con impulsos/atribuciones de novelistas, poetas, pensadores y filósofos (Arab Strap, Roland Barthes, William Basinski, Samuel Beckett, Walter Benjamin, Thomas Bernhard, Blonde Redhead, Santiago Calatrava, Juan Eduardo Cirlot, Coco Rosie, Le Corbusier, Gerardo Deniz, Antonio Di Benedetto, Michel Foucault, Elfriede Jelinek, György Ligeti, Kevin Lynch, Gilberto Owen, Leopoldo María Panero, Georges Perec, W. Rathenau, Mies van der Rohe, Severo Sarduy, Peter Sloterdijk, Constantin Stanislavski, José Juan Tablada, Tristan Tzara, Blanca Varela, Francisco Varela, William Carlos Williams, Tom Wolfe y Xiu Xiu), todos afines a su temperamento contemplativo y al eje temático/estructural que abarca el libro, tal vez tengan que ver también los rastros de Lubomír Dolezêl y su semántica de la ficcionalidad de los mundos posibles, ¿mundos diádicos?. Esto supone que estamos hablando de una poesía de rasgos casi, por decirlo de alguna manera, arrasadores, unas variaciones inescrutables y, sobre todo, vivenciales, integradores. Dicho de otra manera, con Degenerativa estamos frente a un programa poético maduro y reflexivo, un proyecto ambicioso que edifica un cosmos apocalíptico que desdobla la condición humana y casi domina el libro entero.
Además de la reminiscencia como idea de la evocación o de lo discursivo por excelencia, la poesía escrita en Degenerativa tiene que ver con los hablantes ficticios, pues ellos son la figura que, representada o no, entregan, mediante su voz, la narración o el poema de un modo singular a través de cada variación y resonancia en contrapartida con los paratextos o a partir de ellos. Pertenecen al plano de los enunciados. En tanto que los hablantes implícitos son el sujeto de la enunciación: la conciencia estructurante que fija la perspectiva de la obra configurándola como una metáfora ontológica/epistemológica. Esto quiere decir que se trata de un hablante ficticio (¿Desintegrado? ¿Cohesionado?), ya sea representado o no, y como tales son parte del mundo. Pertenecen al nivel del enunciado, y por pertenecer a él carecen de la distancia necesaria para proveer al lector de un criterio lógico de verdad y coherencia: son parte del mundo, una figura, un objeto más en la ficción lírica que va con la idea de degeneración y de cierta nulidad del entendimiento, casi en las fronteras del enigma: «Lo que desvanece/ (la descripción de lo borrado por el tiempo es una labor difícil). El casco viejo de las ciudades está en el centro. El centro inmemorial no está siempre en el medio. Se dice centro, se dice entraña, casco viejo. El casco de las ciudades se desvanece como un cadáver. Piedra confusa. El viejo armazón de las ciudades es un músculo enfermo. Cuando el sol da de frente sobre la piedra reconocemos rasgos, singularidades fisonómicas. Esta ala maligna protegía la ciudad. Antaño. Este apenas, / ángel remontando.» (Basamento. Segunda variación, p. 17) Este poema pareciera encerrar un signo arcano, incógnito. Y si partimos de que todo enigma es la representación de símbolos, podemos deducir que el poeta conjura el misterio de lo oculto, de lo indescifrable, lo que se torna en una visión degenerativa como la escurridiza creación poética; y para conjurar al hombre —que es el poeta— utiliza como recurso la premonición de un mundo que se va y que busca respuestas en la fantasía como consuelo. Con ello está creando deliberadamente un código personal que justifica la actitud del yo lírico ante el mundo, que desea ante todo el advenimiento de la desaparición del ángel protector y al mismo tiempo exhorta para buscar la memoria. A simple vista pudiera parecer una contradicción la presencia de un viejo armazón, y es que el poeta asume su contemplación/creación desde un punto visionario altamente reminiscente. Pero la novedad en esta propuesta poética se encuentra en que sus motivos no son únicamente metafísicos o existencialistas; su condición festiva se refocila en la admiración fecunda, desenfocando nuestra acostumbrada manera de relacionar la lectura de un verso y la configuración de una poética. Creo que a partir de este poema van apareciendo sombras y luces que acompañan al poeta y lo llevan a repensar la idea de su propia esencia/existencia que transita por el camino de las utopías; realizaciones que deben ser cumplidas antes que el mundo desaparezca.
2.- VARIACIONES SOBRE UNA DEVASTACIÓN ENTERPRISE:
Tarrab, situado en un determinado paraje perfectamente semantizado con el vocablo degenerativa, logra introducir a los lectores en lo específico de la idea de desintegración/conclusión; logra también que atrapen la insularidad frente a la verdad, en esa atmósfera de ocultamiento y de luz, de aseveraciones e interrogantes, de tonos altos y bajos en los que se vislumbra un presente de dudas y esperanzas. Metáforas de luces imbricadas como aquellas en que prima la reflexión/ulterización/devastación: «Somos eso, / putas guiñando luz hacia la muerte. Eso un cadáver, la flor tornadiza. Barqueros, gitanos mostrando su biografía del hambre. La que ríe, antes de tornar. Eso Lucifer. Madrotas batiendo telas de rayón, coloridas. Alucinados plumajes de la guerra. Sangramos los oscuros de Chanel. Decimos eso, mala sed, saña de la lengua mala: nos perdemos. Era mi barrio y yo salía por las noches, descubierta. Las piernas me hormigueaban y el paladar. Quería dar con lo que queda o que me dieran largo. Así moví entre los puestos de la noche. Riendo. La que sangra, la voz presente de la muerte en un canto. Filmadoras, grabadas putas en calado y arabesco, guiñando aves por la abierta igual que Cristo: estropeados/ símbolos de la velocidad.» (Pasarelas II, p. 58) Estos versos, como en una gran parte del libro, logran la razonada congregación de la metáfora y la imagen que explora la esencia del sentir, aquella en la que brota la idea de desaparición/degeneración que se hace presente con la negación final. Sólo el poeta puede dar respuesta a las nebulosas y devastaciones. Sólo él puede escuchar la opacidad de la nada. El poeta es también ánima porque devela lo que está detrás de él, a veces, hace luz del sentido ininteligible de la poesía. La poesía de Tarrab renuncia al control simple del discurso, hay una orientación visionaria en su decir; quizá porque la realidad no puede ser representada, sino creada en el universo del texto. Los poemas de Degenerativa, parten, antes que nada, de un resquicio de duda, de las contemplaciones, de las preguntas celestes que se vuelven a la particularidad de quien escribe y de quien lee. Para su autor, el punto de partida en todo acto de la vida, y no sólo en la escritura de aquellos estropeados símbolos de velocidad, es la poesía misma. La ausencia como premonición, la pregunta en cada lugar, la referencia, la duda, supongo que el poeta, en cada poema, intenta dar una respuesta, pero apenas concluye la alusión, inmediatamente le invade la incertidumbre. La poesía.
Los versos van configurando la idea del mundo y de la vida. Ese mundo del cual creamos o pensemos de él lo que pensemos, es sorprendente; pues nada es estático y todo nos lleva a un continuo descubrimiento. A una nueva realidad. A una certeza. A una perplejidad. El mundo es la poesía, la poesía se construye a partir del asombro. Esto supone también que en Degenerativa, el sujeto puede devenir diaspórico, ya no en busca de una tierra prometida después del fin, sino de una morada que sólo es movimiento o mejor dicho, que hace del movimiento su morada. Errancia la de los que buscamos una luz nueva al final del fin; aquella que no quiere respuestas finales, porque las sabe inexistentes. Esta poética está configurada en los matices que pulsa la poesía, que arrastran los sentires hacia las esencias nuestras, aquellas recreadas en un sentimiento interior de la vida misma, perfectamente atrapada en expresiones de afirmación y búsqueda de nuestro ser. La poesía de Degenerativa impele, con su fuerza, a tiempos simultáneos en los que se unen lo premonitorio y lo ficcional y lo real, el exterminio y la contemplación. El gusto por lo fantástico en el poema permanece para representar a la virtualidad en su cualidad distinta, en su irrealidad dentro de una totalidad. La muerte nos quema y atravesamos la oscuridad rumbo a la promesa. La noche arde y nosotros la interrogamos.
James Gleik seguirá existiendo con el aletear de su mariposa imperceptible, tanto en Pekín como en New York. Ciudades devastadas. Vidrios rotos. Humaredas. Rasgos de equilibrio, tensiones. Vuelos, máquinas. Dinamismo y velocidad, todo esto hace que Degenerativa provoque una sensación de tiempos distintos, de varias voces en una sola voz. Introduce al lector en un sistema único, una invención, una figuración coral múltiple y terrible; un procedimiento donde las fragmentaciones vuelven a su centro y construyen la poesía, hay una arquitectura edificante, de manera que se siente como parte de una totalidad más amplia en la que está implicado el descubrimiento de la poesía. En la tercera parte del libro titulada Donde comienza el libro de los pasajes, secuencia, trozo entre los sitios, pareciera que Tarrab, al modo de Brian McHale, nos condujera a terrenos narrativos por su forma de emplear la técnica del trompe-l’oeil, según la cual el autor dirige al lector para construir mundos y, a partir de ello, tomar un mundo secundario como primario o viceversa. Mientras que en la cuarta parte del libro, Meditaciones sobre el cuerpo de la obra, el poeta pretende emplear el orden de las estructuras en espiral, en las que subiendo o bajando distintos niveles de un mismo sistema acabamos en el mismo punto en el que comenzó la historia, y por si fuera poco, hasta se puede notar la sutil estructura del mise en abyme que consiste en la representación inferior que copia o recuerda, de alguna manera, algo fundamental y continuo en la estructura del mundo primario. Es así que el sujeto lírico va instaurando un universo particular —el de la consunción del mundo—, transforma el sistema de referencias y de relaciones con las cosas características de la vida con la sola intención y matriz de la fragmentación y su sombra de devastación. Perturbaciones, meditaciones, visiones, variaciones, lesiones, escolios, presentimientos, artificios, pasajes, suturas; pero, especialmente, vértigo y velocidad: rasgos definitivos de esta nueva poesía latinoamericana donde nuevamente, después de Litane, Tarrab se reinscribe con este libro total que, como la verdad de la noche, sigue reinventando el género con estas ciudades escritas.
* * *
TRES POEMAS DE DEGENERATIVA
(1)
ESCOLIO
Soñé que éramos hordas
y que había llegado el tiempo de mi muerte. Regresaba entonces, en el sueño, al lugar del nacimiento para terminar con mi vida. Regresaba ahí para morir solo y encontraba el reflejo de mi alma vacía: el nacimiento es el contraespacio de los nichos, me decía. Era un sueño y no quería morir, era un sueño y no quería regresar, así que me tumbé en lo que intuí el espacio de mi nacimiento y me dispuse a soñar. Soñé entonces conmigo como un animal delirante. Rascaba la tierra de mi nacimiento con la ansiedad furiosa de encontrar. Hundía las garras en la tierra repetidamente para terminar con mi vida. Los filtros de la pesadilla tornaron la imagen cada vez más confusa. Mi rostro comenzó a hincharse. Pude ver, dentro de mí, cómo iban creciendo las entrañas de un tumor profundo. Los labios henchidos desprendían aún más el peso de la cara, a tal grado, tuve que frenar. Me vi entonces dormido en el nicho de mi nacimiento, muerto en el reflejo de ese espacio como
siempre había sido:
—Hermosa y destrozada.
NO ARRANQUES, NO APOYES TU CABEZA EN LA MÍA
DESDE LO AMPLIO, EN LA FRENTE,
OSCURECE
(2)
T
(VITRINAS, HECHO PEDAZOS)
En la esquina de Sonora e Insurgentes
hay un maniquí de Santa. Es invierno, todo está detrás de las vitrinas. Las hojas de los árboles permanecen como si no hubiera otoño, no hay otoño. Estamos cansados de hablar del clima, como si no halláramos tema. En esta esquina hay un maniquí de mujer enfundado con un traje. El sol quema los brazos como si no hubiera invierno. Alguna vez nevó en la ciudad, un acontecimiento único; la gente improvisó los trineos con maderas,
láminas autopartes.
En la esquina
te has detenido a mirar: el ojo deslavado, carcomido por el sol de otras estaciones, un dummy para las prendas recién introducidas. Las barbas blancas no alcanzan a ocultar el carmín hecho pedazos — ¿el mismo tono del traje?—, la bisutería de perlas cuelga hasta el pecho. Por el reflejo del aparador ves reunidos
otros transeúntes.
(3)
Primera meditación
Una mañana descubrirá la crueldad:
la calle en la que vivo. La hallarán muerta, colgada de la jácena que mantiene. Un edificio de los años treinta, un desnivel sobre las minas de arena. La hallarán muerta, violada a unos pasos de la calle. Hará recordar ese cadáver la espera en vano, otras muertes por ahorcamiento: cabeza de las farolas llevadas entre los árboles por el viento. ¡Una lámpara!, una mujer estrangulada al interior de un edificio, por decir un baldío de la propia calle, una azucena entre la sombra de las albahacas. Muerta, hará recordar esa mujer un agujero en la ropa —ojeras marcadas— túmulos. Canciones de hijos
cantadas por los hombres.