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Litane
Alejandro Tarrab, Bonobos,  México, 2009

Por Manuel E. S.
El Periódico de Poesía Nº36

La relación descriptiva que concierne a toda reseña, por principio, es una cuestión de apariencia. Esta cuestión sin embargo, es doble: ¿qué parece, y entonces, qué aparece en la obra? La perspectiva se vuelve central para la interpretación: hay que tomar distancia para poder diferenciar, y después, volver a unir, acercarse. Es en este sentido que la lectura se vuelve un re-conocimiento, una restitución de identidad. Litane, tercer libro del poeta Alejandro Tarrab, comienza por tender un abismo a esta búsqueda:

amigo tarrab pienso este fragmento imposible
por razones agobiantes que ya van tardando en mi vida

palabras para no insistir en palabras que repasen la llama
vehemencia con que digo o podría decir

letanía ya regreso vengo a buscarte
sé que estuviste y sigues destruido

lista de afectos familiares contendientes
en su ciclo terminal

Los versos en Litane están desbocados: se aceleran, se persiguen y se pierden, constantemente se precipitan en un fluir de intensidad. No están construidos a partir de un núcleo, un tema, pero tampoco son el resultado de la aleatoriedad del lenguaje. La sujeción dialéctica entre texto y autor está comprometida por el deseo, deseo ciego que no busca la consumación, sino que efectúa una extrañación entre texto y autor, ahondando en sí mismo:

una obra que perviva sin su autor
más allá de los hombres

no pido fíjese bien
un ser diluido direccionado hacia alguna suerte de unificación existe*
una traducción y un moldeamiento únicos ahí está el autor
la obra se mueve como un ser único

un deseo la obsesión de intervenir
este diálogo destruido

Los versos se desbocan. Y en este sentido, también pierden su boca, su enunciador a la vez que su destinatario. Pero esta autonomía del texto es incidental: en la medida en que Litane escapa de la determinación, revela su proceder en la articulación misma, porque pone en duda la interacción del lenguaje como red de significaciones definidas. Es así que la poesía aparece siempre ya inserta, sumergida, y tiende a efectuarse a través de todas las formas que el discurso adapte: ciencia, lógica, filosofía. La poesía, como potencia de todo discurso, fisura las identidades. 

En el extrañamiento del enunciador, el texto retorna a sí mismo, desarrollándose mediante la recursión: es el texto el que se reinterpreta, se incluye, se cita y descontextualiza, se completa, se modifica y adultera. No regresa siempre a uno, y sin embargo, continuamente se remite a manera de referencia, a veces como procedencia, a veces como destino. Al contrario, aquí la jerarquía está distorsionada, el texto no llega a ser uno; reincide en sí, cambiándose, trucándose, y por lo tanto se proyecta a una gran velocidad; recursión que es adulteración, que compromete con la identidad. Ya advierte el autor que no todo lo que está en cursivas son fragmentos, pues a lo largo del libro nos topamos con versiones de poemas anteriores y citas a otros textos, pastiches y travestismo.

Es en la forma en la que los versos se articulan, o recrean un articularse, que Litane “progresa”. No hay traslación, sin embargo, o no se llega a un discurso poético en el que los demás discursos puedan confluir. Litane no avanza hacia una construcción de sentido global; cada poema diverge, se ramifica accidentalmente, aunque la  forma de su presentación nunca llegue a ser un producto del azar.

Al situarse siempre en la articulación de los poemas como creación activa o como (re)producción discontinua del discurso, se vuelve imposible optar por una posición, al tiempo que puede considerarse a los versos, contaminados por ambas. Sin embargo, esto no permite una relativización acerca de la naturaleza de la poesía en Litane. Los poemas evaden la postura ingenua, la respuesta fácil. Litane no pretende. Litane (se) produce, y lo hace al extremar los polos, al revelar a la poesía como potencia de una dis-tensión en el acto mismo de comunicar:

dejé en esos días la palabra
comprendí como algo más hondo
el estallido

las voces traspasaron el fin penetraron
el reverso como una alarma

jamás sonaría igual la materia

        de un ave hincada en el centro
        a un trago hondo en la memoria


¿quién es quien cruza
esta tensión fría?

Litane se parece a un “querer decir”. Sin embargo, se mantiene siempre desdoblando la estructura mimética, el circuito de traslación, proliferando en el límite, en las articulaciones mismas que aparecen como fisuras en un espejo. En esta simulación de distancia, el recorrido nunca se consuma, ni comienza, ni acaba. Litane efectúa una des-semejanza, una relación desintegradora de la visión, prolongándose sobre reflejo del reflejo: en el espejismo de la lejanía, cielo y tierra se confunden en agua, en extensiones trasvestidas sobre las cuales diverge la mirada del observador.

La vista no se desdobla, sino que se repliega, como si buscara instintivamente su reflexión, y en este ejercicio deja de guardar el parecido, deja de mantenerlo para sí mismo. Litane se substrae, se despoja, porque revierte la posición segura del observador y el observado, del enunciador y lo enunciado, dilatando la interpretación, porque es en ese ahondar en el abismo que la poesía se parece a un (a)parecerse a sí misma.


 

 

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Alejandro Tarrab, Bonobos, México, 2009.
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