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“El acantilado de la libertad. Antología de Crónicas Valdivianas” de Ignacio Szmulewicz, ed.
Presentación de Antonia Torres A.
(Corporación Cultural Municipal de Valdivia, lunes 21 de diciembre de 2015)
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Intento hilar estas palabras en un momento muy curioso. Intento presentar las “Crónicas de Arte en Valdivia” de Szmulewicz en circunstancias extrañas para mi. Me pregunto por mi propio rol como cronista y, hasta ahora, académica de la artes visuales en Valdivia. Me pregunto por el carácter pretencioso de todo intelectual que quiere dar cuenta de su tiempo (como los autores aquí antologados, como el propio Smulewicz, como yo, ahora); sobre todo en tiempos (los 70, los 80) en que la “escena” era precaria, bajo permanente estado de vigilancia, de censura y autocensura. Me pregunto por mi papel en todo esto.
Prefiero volver al autor de esta treta. Mejor pensar en Smulewicz y culparlo de todo a él.
Smulewicz se adentra en una tarea pretenciosa. Basta con releer el título (una cita a Jorge Ojeda) ¡Era qué no! Pero no hay tarea de cronista y crítico que no lo sea. ¿Por qué lo digo? Porque hablar de artes visuales en Valdivia y hacerlo –al menos en parte- desde en el marco institucional de la academia resulta una tarea compleja dado lo discontinua de su historia y de su tradición en nuestra ciudad. Porque no podemos negar que ambos –él y yo- estamos signados por algunos vicios y virtudes de la vida universitaria. Sin embargo, ni antes de la creación del Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Austral de Chile (1977-1986), ni durante su silencio de 19 años, ni menos aún tras su refundación como Escuela de Artes Visuales el año 2005, se ha dejado de producir arte visual y objetual en la ciudad y sus alrededores. Eso es también lo curioso: las prácticas artísticas han prescindido históricamente de la academia y de las instituciones en general para generar obras. Y sin embargo, es innegable la importancia que la universidad ha tenido en el desarrollo de las artes en nuestro país y, evidentemente, en nuestra región.
En este sentido, la actual Escuela de Artes Visuales de la Universidad Austral de Chile tiene unos de los principales fundamentos de su tradición en la Facultad de Bellas Artes existente hasta el golpe de estado de 1973, cuya presencia aún hoy permea el imaginario cultural local. Dicha facultad constituye un antecedente histórico clave y una referencia cultural ineludible para la historia de las artes en la ciudad de Valdivia y las regiones circundantes. Bajo su alero se gestaron y desarrollaron algunas de las obras e iniciativas más significativas del sur de Chile entre la década de los 60 y 70, y esa historia queda documentada en parte gracias a la antología que hoy presentamos.
No obstante, el fenómeno de lo institucional en el desarrollo del arte no puede considerarlo a éste independiente de su contexto: tanto el de su tiempo como de su espacio. Resulta evidente que toda obra artística ha estado siempre estrechamente ligada al espacio desde donde emerge, así como también inserta en una relación dialéctica con el pasado que la antecede. Del mismo modo, y pese al determinismo que subyace en algunas de las perspectivas que miran al pasado, el presente de la obra de arte se articula simultáneamente como promesa y sorpresa sobre el espacio y el tiempo actuales; todo ello en virtud de la imaginación estética. Es decir, el arte posee una vocación creacionista que se relaciona de manera problemáticamente con su medio: por una lado, su intervención se espera deudora de la tradición y de la historia; por otro, su capacidad productora debe transformar el hoy. Es interesante leer estas crónicas a la luz de esa idea: a la luz de la vocación rupturista y a la vez fundadora de las obras aquí consignadas y su recepción crítica.
No podemos escapar al presente para valorar una obra de arte. Tampoco podemos escapar al documento y a la escritura para comprender un presente que ya no es el nuestro. Por esa razón revisar las crónicas de aquél otro presente que fueron las artes en Valdivia entre los 70 y los 90 resulta fascinante. Y revisar qué miraban, qué valoraban y qué recorte de la realidad hacían los autores puede ser más sabroso aún que el contenido mismo de cada artículo. La antología de Smulewicz parte con una crónica decidora en este sentido: la partida de la mítica Matilde Romo de Valdivia el año 1977 (en ese entonces esposa, del otro mítico y estridente poeta Carlos Cortínez), hito que marca, desde el punto de vista del autor, Hernán Poblete Varas, el fin de un período glorioso para las artes (particularmente la danza) en Valdivia. Lo mismo sucede con los autores. Un corpus muy diverso de ellos desfila en estas páginas. Algunos son críticos de arte “por necesidad”, como los fallecidos Jorge Torres y el otro Jorge, el Ojeda, quienes tomaron la pluma o la máquina Olivetti para hablar de arte visual y no sólo de literatura. O el filósofo Jorge Millas, que nos habla más de epistemología del conocimiento que de arte, propiamente tal. Curiosidades como esta: Los poetas Walter Hoefler y Jorge Torres le prestarán atención –por separado- a un joven Hernán Miranda, pintor en ciernes y entonces estudiante de artes visuales en Santiago; y ambos, sintomáticamente, lo harán reparando en las dimensiones “literarias” y comunicacionales de su arte. También el polémico Víctor Femenías von Willigmann comparece aquí hablándonos de abstracción en la historia del arte cuando en el país campeaban el terror y la violencia de estado sistemáticas.
En fin, en general resulta anecdótico constatar lo pequeña y promiscua de la comunidad de ese entonces (¿será hoy también así?): Mendoza habla de Mario Utreras, Utreras de Víctor Femenías, Femenías de todos los demás. Y así en círculo. Significativa resulta la inclusión del discurso -en el contexto de una manifestación de camaradería- de Jorge Millas con ocasión de su alejamiento de la Universidad Austral, ocasión en la cual se muestra “conmovido” por quienes lo acompañan en las “primeras horas de su exilio”. Particular emoción me provocó leer la crónica de la visita de Raúl Zurita (acompañado de su mujer de entonces, la escritora Diamela Eltit) a Valdivia, allá por el año 1982, la primera a nuestra ciudad como poeta laureado y pontificado por el centro. Hace algunos meses, recordamos ambos, Zurita y yo, esa misma visita 33 años más viejos (ojo, yo era tan solo una niña) e intentábamos darle algún sentido a la circularidad de esta historia nuestra que vincula -insistentemente en este país- poesía, artes visuales y academia.
Me parece que el valor de muchos de estos textos radica -más que en las ideas elaboradas o en su “sentido intrínseco”- particularmente en la rica información que nos proporcionan de sus contextos (y toda la sociología allí implicada). Creo que la antología de Szmulewicz era necesaria y, ahora, fundamental para comprender las artes en un tiempo, en un lugar y, lo más importante, su devenir. Espero que algo de este devenir nuestro de la historia de las artes en Valdivia -a veces tristemente truncado, a veces sencillamente farreado de manera irresponsable como el tahúr en su última jugada- nos haga pensar en las responsabilidades que como artistas, escritores y académicos tenemos con el saber, la creación y las generaciones que vienen.
Para terminar quiero citar aquí las mismas palabras del pintor Roberto Echenique (antologadas en este libro) a propósito del fallo de un jurado del Valdivia y su Río (versión 1984), las cuales me hacen mucho sentido hoy por razones largas e inoportunas de explicar aquí:
“creo que el jurado nos ha tomado el pelo con este concurso. El arte es cosa seria, no es tandeo”.
Muchas gracias.
Valdivia, diciembre de 2015.