Es difícil imaginar a una mujer criminal en un mundo donde el género femenino es sinónimo de debilidad. ¿Cómo juzgar a una asesina?, ¿cómo considerarlas ante la justicia, la sociedad y los medios? La escritora Alia Trabucco Zerán (1983) abre estas interrogantes en Las homicidas (Lumen, 2019) —un libro que fusiona ensayo, información de prensa y ficción— para reconstruir cuatro crímenes emblemáticos del Chile de este siglo cometidos por mujeres.
El tema no es sencillo. Y la autora —que por estos días compitió por el importante Premio Man Booker, por la traducción al inglés de su novela La resta(Tajamar Ediciones, 2015)— nos advierte desde el prólogo de la extrañeza que provoca una mujer criminal en un mundo donde lo femenino no se asocia a la violencia y donde parece que es “más fácil imaginar a una mujer muerta que a una mujer que mata”. La realidad es que la mujer odia, envidia, se enrabia y mata, y es tan violenta como un hombre. Con estas cuatro famosas asesinas chilenas, Alia Trabucco nos muestra un lado menos amable del feminismo, pero más real: que la mujer es igual al hombre con todo lo malo y lo bueno, y que ser madre, esposa y mujer no es sinónimo de santidad, virtud o pureza, porque madres, esposas y mujeres hay de todos los tipos.
Pero esta realidad no es fácil, así lo hace ver la autora del libro, dejando en evidencia esta anomalía: del trato distinto que tuvo la prensa y la sociedad con estas asesinas —si se compara con el que recibieron hombres criminales de la época—, y del tipo de condena que tuvieron, que fue inexplicablemente baja.
“Chile quiso olvidarlas”, dice Trabucco sobre estas asesinas chilenas y la prensa de esos años intentó justificar sus homicidios con causas como el amor, la pasión o los celos. Ante esto, la autora descorre la cortina y pone a la rabia como un impulso común a todas. ¿Cuáles fueron los temas que sacó a relucir la prensa? En el juicio del primer caso, el crimen de Corina Rojas ocurrido en 1916, el adulterio fue considerado una falta gravísima de la asesina: una sexualidad que no sigue los mandatos de su género y donde la criminal fue vista como una bestia, no por el asesinato que cometió, sino por tener el comportamiento sexual de un animal feroz.
Una vez que la asesina es juzgada y condenada a muerte, la opinión pública aboga por su vida, y así queda registrado en una cueca de la época (“Dio muerte a su marido/ Tando en la cama, sí/ No puede ser/ Que fusilen en Chile/ Y a una mujer”). El género no es indiferente, y a la asesina se la perdona por ser mujer, por no ser peligrosa.
En el segundo caso que investiga la autora, el famoso crimen de “las cajitas de agua”, cometido por la suplementera Rosa Fáundez en 1923, de nuevo la opinión pública se muestra suspicaz: es imposible que una mujer haya cometido un crimen tan horroroso sin la ayuda de un hombre. “Interrogada sobre sus colaboradores, Rosa Faúndez agitó la cabeza de lado a lado y pronunció dos escuetas sílabas: ‘sola’. Y debió repetirlas decenas de veces ante la incredulidad de la policía. ‘Las características del crimen y la forma experta en que se realizó la mutilación, no admiten, dentro de lo posible, que el hecho haya sido efectuado solamente por una persona, y por una mujer’, afirma con convicción un periodista. ¿Era posible que una mujer, es más, que una mujer sola hubiera asesinado y descuartizado a Efraín Santander?”. Claro que era posible. Aunque para el fiscal y la prensa, Rosa Faúndez no era una mujer normal: carecía de emociones y no tenía hijos.
La tercera asesina del libro es María Carolina Geel, quien mató a su pareja en 1955 en uno de los salones del hotel Crillón, y que fue el caso que inspiró a Alia Trabucco. La historia tiene un matiz bastante literario, primero, porque la asesina era una escritora —de hecho estando presa escribió uno de sus libros más conocido, Cárcel de mujeres— y porque además el crimen fue comparado de inmediato con el casi homicidio que había perpetrado la escritora María Luisa Bombal 14 años antes, cuando disparó a su amante en las escaleras de la entrada del mismo hotel. Para la prensa los supuestos motivos del crimen fueron los celos, el delirio, el amor, aunque también se la juzgó por ser una mujer independiente, una mujer de temer y se la describió –otra vez– como una mujer que no era normal.
En Las homicidas, la autora incluye como móvil el tema de la cita literaria y recoge una crónica de Alejandra Costamagna que traza ciertas similitudes entre María Carolina Geel y María Luisa Bombal —la misma cara pálida, el pelo oscuro, la misma edad— que no hace tan disparatado pensar en el crimen de Geel como una especie de homenaje o copia del fallido intento de asesinato perpetrado por su admirada Bombal. María Carolina Geel fue condenada a la pena de muerte, pero recibió el indulto presidencial, gracias a la intervención de la premio Nobel Gabriela Mistral.
Alia Trabucco da cuenta de la producción cultural que surgió a partir de cada caso: obras de arte, cuecas, obras de teatro o crónicas literarias. Es el caso de Historia de la sangre, el hito teatral de la dictadura que rescató desde su marginalidad el olvidado crimen de Rosa Faúndez. Con el último crimen, el de la asesina María Teresa Alfaro, donde no existía ningún registro cultural, este trabajo lo hizo ella misma, con una ficción narrada en la voz de la criminal.
La apuesta es arriesgada, pero sin dudas es la narración más interesante desde el punto de vista literario. El crimen que cometió María Teresa Alfaro —la empleada de la casa que envenena a tres niños y a la abuela de su jefa—, es horroroso, violento e injustificable. Pero el monólogo narrado en el libro nos acerca al sentimiento de rabia de la asesina: una mujer que se había hecho tres abortos, que mantenía relaciones con un hombre casado y que, trabajando puertas adentro en una casa ajena, convivía a diario con la desigualdad y la frustración.
Como en los casos anteriores, la prensa y la opinión pública ayudaron a salvarla del paredón y, tras pasar nueve años en la cárcel, quedó libre. Porque para ellos las mujeres asesinas no son peligrosas. Porque para muchos el género femenino es incapaz de matar. Porque cuando una mujer mata tiene razones ligadas a la pasión y el amor. Con este libro, Alia Trabucco rompe con esos juicios y reivindica el carácter violento y terrible que comparten tanto hombres como mujeres.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Mujeres que matan: «Las homicidas», de Alia Trabucco Zerán
Por Soledad Rodillo
Publicado en Fundación La Fuente, 12 de mayo 2019