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Chagas, de Ivonne Coñuecar

Por Ana Traverso


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La presentación de este libro tiene un doble objetivo, me parece, 1) presentarlo en Valdivia donde vive la autora y 2) finalizar el coloquio en el cual muchos de ustedes han participado reflexionando sobre la problemática del cuerpo, en este caso, sobre un cuerpo enfermo social, económica y culturalmente.

Este libro es materia más o menos ilimitada de cuestionamiento ideológico sobre la metáfora de la enfermedad de Chagas. Intentaré dar cuenta de algunas de ellas.

La primera entrada y la lectura más literal que sugiere el texto recuerda la forma en que se transmite la enfermedad: la vinchuca pica a su víctima y defeca sobre la herida que le causa después de haberse hinchado hasta el hartazgo de su sangre transmitiendo el parásito a través del excremento. Dicho en buen español: este bicho se caga en la herida que le hizo a su víctima y, es más, le caga su propia sangre. Además de ello, sus víctimas son sujetos rurales o de las periferias urbanas que viven en situaciones de pobreza y marginalidad puesto a que la vinchuca se desarrolla en sectores de insuficiente control sanitario e higiénico.

La segunda forma de transmisión de la enfermedad es también vía sanguínea, pero esta vez desde la madre al hijo durante el embarazo o el parto. También es posible el contagio a través de la transfusión de sangre o los transplantes de órganos infectados o, incluso, a través de la leche materna. Los síntomas son padecimientos al corazón, al sistema digestivo y nervioso, causando incluso en algunas infecciones crónicas desórdenes nuerológicos y demencia.  

De esta imagen, Ivonne aprovecha a desarrollar varias series metafóricas o la “alegoría del Chagas”.

1.- En la primera página, se nos dice literalmente que la vinchuca es “América”, suponemos que la versión norteamericanizada de esa América dado que junto a la imagen del insecto aparece su nombre en inglés “kissing bug” (bicho besador o chupador) y una variante de su nombre chilensis donde “vin” lo homologa a “win” (ganar) y “chuca” a “chueca”. Lo que podría entenderse como una versión sincrética o mestiza de “ganar el partido” y puede que incluso, medio a la mala, chuecamente.

En términos geopolíticos, Estados Unidos, el Imperio yanki, o como se le quiera llamar se vendría cagando desde hace un buen tiempo a los países tercermundistas del continente y, en particular, a los sectores marginales y pobres de la región. Lejos de haber erradicado la plaga, el discurso hipócrita de las políticas de estado escondería las reales cifras de los sectores contagiados y aseguraría un supuesto control de la epidemia.

2.- La segunda idea pone énfasis en la herencia patológica a través de la sangre y, en particular, a través de la madre. Se trataría de una transmisión atávica de carácter social y económica, de marginalidad, que impediría la llamada superación de la pobreza y una consecuente transformación social. Esta inmovilidad socio-económica que perpetúa la madre a través de su sangre infectada no sólo habla de una especie de determinismo social naturalista, sino de una educación y una cultura reproductora de ese origen. La madre educa desde la carencia y el arribismo, mintiendo y escondiendo su situación de precariedad-enfermedad. Su locura consiste precisamente en hacerse la “lesa”, “hacerse la loca”.

3.- La última idea que observo es la rebelión de la hija. Ella no quiere participar de la reproducción del círculo de pobreza y enfermedad, se niega a tener hijos, a donar sus órganos. Pero si bien busca alejarse de la patología, viajar al extranjero (a Europa), termina afirmando como Enrique Lihn que “nunca habría salido de su casa” o “del horroroso Chile” (en versión lihniana).

4.- Una cuarta idea, que no aparece trabajada de forma tan literal como las que he planteado hasta el momento, dice relación con la voz poética. Ella afirma en algún momento del poemario:

soy una india de mierda no más madre
ni rubia
ni delgada
ni heterosexual
ni la modelito que busca un buen partido

y sigue... Esta voz que se define en términos de una “marginalidad” o “diversidad” discriminada positivamente por los organismos de gobierno chilenos, al menos en el período de la concertación y concretamente a través de los fondos concursables, ha ido reconociéndose en apariencia como una autoridad artística y poética desde donde hablar y crear. El poeta o artista más autorizado para hablar sería aquel que cumple con los requisitos de “alteridad”: ser indígena, mujer, inválido y de región. Esta ilusión de visibilización que crea el gobierno chileno a través de sus políticas culturales, ¿no es acaso como la enfermedad de chagas que obnubila, estanca, despolitiza y encierra un discurso bajo el nombre de la marginalidad?

Valdivia, 2010


 

 

 

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