En el año 2019, Alia Trabucco Zerán estuvo en la lista de autores seleccionados para el Booker International, un premio literario importante. Entre los demás estaban Samanta Schweblin, Gabriel Vásquez, Annie Ernaux, Olga Tocarzuck y ocho desconocidos para mí. Desde entonces recuerdo su nombre, sonoro y peculiar, y el hecho de haberme preguntado: «¿Cómo no la conozco, si es vecina (chilena) y tan buena escritora?» Es que la verdad siempre desbarata la soberbia.
Por más que leamos, nunca estaremos al tanto de todo. Limpia es la segunda novela de Trabucco, que ya fue traducida a más de quince idiomas. Mi tiempo de leer a esta autora, que no ha tenido gran difusión en Uruguay, llegó cuatro años después de encontrarme con su nombre en el Booker. Ahora venía junto a un título que no me resultó seductor: Limpia. Es imposible no recordar a Lucia Berlin y su Manual para mujeres de la limpieza. O, por citar a otras escritoras, Ivy Compton-Thomas (Criados y doncellas) y Kathryn Stockett (Criadas y señoras, que inspiró la película The Help). Limpia: al principio pensé qe el título se refería a no ser sucia y al terminar de leer creo que es una orden. «Limpia», en español peninsular. «Limpiá», acá en el Río de la Plata.
Una empleada «con cama», que vino a la gran ciudad desde el sur árido, es quien tiene la palabra. La historia no tiene demasiado, y hasta podríamos decir que el horizonte de Estela, la protagonista, es angosto. Su habitación, su cama y sus vivencias personales son pequeñas. Las palabras que le dijo su madre antes de partir son guía para interpretar sus emociones, digerirlas e incorporarlas a su cotidianeidad, como si el hábito de golpear los almohadones para que se inflen pudiera trasladarse, sin más, al control de la rabia o la ternura. La que limpia no es culta, no es bella, no tiene demasiados atributos, no tiene hijos ni familiares en la ciudad y por todos estos «no» fue que la eligieron para trabajar en esa casa cuya limpieza y orden le llevan casi todo el día. Una casa «de verdad» que está en un barrio limpio como un escenario de televisión.
A las pocas páginas advertimos que Estela, aparentemente mediocre, es inteligente. No es que entienda todo lo que pasa a su alrededor, sino que busca y encuentra las estrategias para sobrevivir en ese ambiente que todo el tiempo le recuerda que no es el «suyo»; que el «suyo» es la pieza chica donde descansa y también las tardes de los domingos, cuando sale a pasear sola por la ciudad. Esta cualidad, la inteligencia, nos resulta, como lectores, algo fuera de lugar. A nuestro pesar, estamos habituados a creer que quienes se ganan la vida con las manos no usan el cerebro, que desarrollar este órgano es un privilegio de los que han cursado décadas de estudios, han leído un montón, se informan e intercambian con sus pares sobre temas que creen dominar.
Alia Trabucco es muy eficaz en interpelar esas creencias dominantes en la sociedad. Estela no es un estereotipo: no es comprensiva, no es cariñosa, no es sumisa. Limpia bien y es honesta, y sus patrones, que a veces amenazan despedirla, no lo hacen porque no tienen tiempo de buscar otra, ya que también trabajan todo el día. La hija de esa pareja tampoco es un modelo, se parece a muchas niñas que conocemos y, como sus padres, al finalizar el día está exhausta por largas horas de escuela y de clases particulares. Es conmovedor ver en esa criatura que transita los primeros años de su vida la huella dolorosa de un mundo lleno de exigencias en el que el agotamiento no es una consecuencia de la actividad desenfrenada sino una debilidad que debe ocultarse con alcohol, pastillas o terapias alternativas. Las mascotas o animales de compañía son depositarios de afectos que entre los humanos son dificultosos, y la inclusión de una perra en la historia adquiere dimensiones simbólicas. Los recuerdos de Estela son un refugio en sus malos momentos y el cariño por su madre y su isla la reconfortan, sí, pero no son edulcoradas visiones de felicidad perdida. Son las manos enrojecidas de su madre cortando pescado, el frío del invierno, la pobreza expulsando a los que tienen fuerzas para escapar, el techo de la cabaña que necesita reparación y que ella, con su trabajo, podrá pagar.
Lo que podría ser un enigma se devela desde el primer momento; Trabucco sabe manejar la intriga sin usar el lugar común de buscar la identificación de los lectores con su personaje, a pesar de la contundencia del relato en primera persona. Ha escrito una novela que atrapa evitando lo que ya sabemos, dando una voz creíble a las que nunca hablan, una voz humana que en su laconismo deja entrever la tristeza y el amor. En un tono directo, con afirmaciones sagaces y certeras, la novela denuncia el ideal neoliberal que rige nuestras sociedades. Los diálogos cortos, con la misma estructura de las órdenes, introducen la violencia directa o subyacente. La historia nos atrapa con una prosa que no permite a los lectores escaparse, aunque cuente hechos y pensamientos que incomodan y aterran.
En las últimas páginas hay un cambio en Estela que me costó un poco asumir; creo que demoler con precisión nuestras expectativas es parte de la estrategia de la autora o quizás sea que no lo entendí.
Les dejo un par de razonamientos de la protagonista, que a la mayoría nos interpela:
La vida tiende a ser así: una gota, una gota, una gota, una gota, y luego nos preguntamos, perplejos, cómo es que estamos empapados.
Me imagino que a estas alturas se preguntarán por qué me quedé. Es una buena pregunta, una de esas importantes. Estás triste. Eres feliz. Mi respuesta es la siguiente: por qué se quedan ustedes en sus trabajos, en sus minúsculas oficinas, en las fábricas, en las tiendas, al otro lado de esa pared.
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Por Cecilia Ríos
Publicado en ESCARAMUZA, Uruguay, 13 de diciembre 2023