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Alia Trabucco, escritora:
“La rabia es una emoción política fundamental; es movilizadora como pocas y por eso se censura”


Por Andrés Gómez
Publicado en La Tercera, 1 de octubre de 2022


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Nominada al Man Booker International por su primer libro, la autora publica su segunda novela, Limpia. Una lectura estremecedora, narrada por la voz y los silencios de una empleada doméstica en una familia del barrio alto. Un tragedia circular, de tensión creciente, que se desborda en un estallido callejero y que alude a una pregunta de la filósofa Judith Butler: ¿quién tiene derecho a una vida vivible?

No tenía escritorio. Tampoco un “cuarto propio”, como diría Virginia Woolf. En 2017 Alia Trabucco se encontraba cursando un doctorado en Londres cuando comenzó a trabajar en su segunda novela. Llegaba diariamente a la Biblioteca Británica con la luz de la mañana, y salía al anochecer. Allí, rodeada de gente, pero sola, escribió parte del texto. “Después la escritura siguió en Chile, antes y después de la revuelta, durante la pandemia, en distintas casas y espacios”, cuenta.

—¿La distancia le sirvió?
No sé… Por más que viví muchos años fuera de Chile, mi imaginación nunca se fue de acá y aquí sigue, porfiada.

Nacida en Santiago en 1983, con estudios de posgrado en Londres y Nueva York, Alia Trabucco comenzó su trayectoria literaria con La Resta (2015), una sofisticada novela sobre el fin de la dictadura, desde la perspectiva de los hijos. Articulado en tres puntos de vista, fue un libro en cierto modo inesperado, audaz en sus procedimientos, y que fue ampliamente celebrado por la crítica.

La traducción al inglés de La Resta la instaló como la primera escritora chilena nominada al Man Booker International en el Reino Unido. “Novela inteligente e inmersiva”, escribió The Times Literary Supplement.

Los reconocimientos se prolongaron con  Las homicidas, volumen inspirado en cuatro casos de asesinas en Chile. El mismo Times lo consideró una “emocionante fusión de crímenes reales y memorias de investigación”.

En junio la autora, hija de la periodista Faride Zerán y el cineasta Sergio Trabucco, recibió el Premio Anna Seghers de Alemania. “Creo en la literatura de ojos abiertos”, dijo entonces.

Esa tarde estaba escribiendo sobre el vínculo entre literatura y justicia dice. Y mi reflexión tenía que ver con lo siguiente: en Chile, para muchos, la justicia ha sido una ficción y la ficción una triste forma de hacer justicia. Ante esa realidad, me interesa una literatura de ojos abiertos, a contrapelo de estos tiempos, de sus complacencias, de sus placebos. Me parecen sospechosos esos libros que terminas y te dejan plácida, como adormecida y satisfecha. Me gustan, en cambio, los libros que me incomodan, es lo que me interesa ir construyendo. Y para eso hay que atreverse a mirar, sobre todo ahora: cuando hay viento en contra y cuesta más abrir los ojos.

Indudablemente, su nueva novela responde a esa idea:  Limpia  es una conmovedora y a veces estremecedora experiencia de lectura. Con una prosa reflexiva y de resonancias poéticas, y la estructura de una tragedia circular atravesada de tensiones, el libro es un logro narrativo.

La novela es la voz de Estela, una voz que narra, reflexiona e interpela. Y lo primero que cuenta es la muerte de una niña. Desde allí viaja para reconstruir su historia: la de una mujer que deja a su madre en el sur y se emplea puertas adentro en una casa del barrio alto. A través de su mirada, la mujer que limpia, la novela ingresa a un mundo privado y sus detalles menos decorosos: una pareja exitosa y perfectamente infeliz, angustiada por el trabajo, las propiedades, la inseguridad, y una hija dulce y tiránica que hereda las ansiedades de ambos.

En esa casa nadie grita, pero la violencia es ineludible. Estela no es feliz, quiere volver al sur con su madre enferma, pero parece fatalmente atrapada en ese entorno. La tensión crece, la vida de Estela se precariza y una serie de acontecimientos infortunados conducen a la tragedia. Sincrónicamente, la violencia estalla en las calles.

“Todo está en saber quién limpia a quién”, dice el epígrafe del libro, tomado de Albert Camus. Y esas palabras iluminan esta historia triste y violenta, que acumula rabia pero que es capaz de albergar también belleza y ternura. Lectora de Herta Müller, la autora se preocupa de la intensidad y el peso de las palabras, así como de los silencios, en un relato que nació con intención de cuento y creció exigiendo la longitud de la novela.

Una vez que entendí que estaba escribiendo una novela, el trabajo consistió en pulir esa voz, llevarla lo más lejos posible y trabajar con igual intensidad y rigor los silencios. Porque una voz es también sus silencios o, en este caso, sus silenciamientos. Y esa pregunta, la de la voz, quién tiene derecho a una voz, a alzar la voz y a ser escuchada, atravesó todo el proceso de escritura.

—¿Por qué decidió narrar en primera persona?
La primera persona simplemente se impuso, aunque hubiese sido más fácil un narrador omnisciente para así poner distancia. Pero yo no quería distancia. Busqué intencionalmente la zona incómoda que me permitiera abordar las preguntas más difíciles: preguntas en torno a la representación de una trabajadora de casa particular, la verosimilitud de su voz y la propiedad o impropiedad de las palabras que utiliza. Además, la primera persona me permitió llegar a interrogantes inesperadas: ¿existe una voz si nadie la escucha? Porque a diferencia de otras primeras personas, la voz de Estela interpela, encara una y otra vez exigiendo ser escuchada.

—¿Qué compartes o qué cercanía siente con Estela?
Es una pregunta difícil. ¡Realmente no estoy segura! Todavía siento al personaje muy cerca, aún me pasa que se me ocurren cosas que ella hubiese dicho o hecho. Con seguridad comparto su conciencia sobre el poder de las palabras.

—El título puede leerse como un adjetivo o como un verbo y encuentra eco en el epígrafe de Camus. ¿Qué resonancias tiene para usted?
Tal como dices, Limpia es verbo y adjetivo. Además, me gusta mucho la palabra. Es bella, concisa, misteriosa. ¿Quién da la orden de limpiar? ¿Limpiar qué suciedad? ¿Y quién está realmente limpia en la novela? ¿Limpia de qué? Lo limpio es también lo claro, lo transparente, ¿no? Y límpido es algo sin manchas en un libro que está plagado de manchas. Me gusta también el título porque creo que alude a la prosa, que solo en apariencia es limpia. Y también me gusta porque la palabra porta, como un secreto, otra palabra: impía. Una falta de piedad. Una forma de transgresión.

—Estela parece atrapada en esa casa y esa vida que no quiere y que reproduce, en parte, la vida de su madre. ¿Es su destino en una sociedad que no brinda oportunidades?
Efectivamente, Estela está atrapada, está dos veces puertas adentro. En una casa ajena, donde trabaja durante siete años y luego se encuentra en un segundo encierro, más misterioso: una sala sin ventanas desde donde nos cuenta su historia. Desde ese doble encierro, la novela, intencionalmente o no, aborda una pregunta que la filósofa Judith Butler ronda en sus últimos libros: ¿quién tiene derecho a una vida vivible? Y esa pregunta va incluso más allá de la cuestión de la falta de oportunidades. En países como Chile, quién tiene una vida vivible y quién no, es algo que parece respondido desde incluso antes de nacer.

—Los dueños de casa responden a un modelo de éxito o prosperidad, pero distan de ser felices. ¿Se propuso una mirada crítica a ese grupo social?
Son una familia modélica en algún sentido, casi el arquetipo de la “buena familia” contemporánea: pareja de profesionales relativamente jóvenes, heterosexuales, con una sola hija, una casa, buenos trabajos, atrapados por sus exigencias de éxito, por la idea de ascender, de acumular. Una pareja sin tiempo para el goce, con escasos amigos, aislada en la familia nuclear. En ese sentido están también atrapados, apenas entienden su propia crispación y eso los vuelve solo vagamente conscientes del simulacro de felicidad del que son protagonistas. Pero alguien sí los mira. Aunque ellos no la vean o peor aún: no consideren que esos ojos son capaces de ver. Y esa mirada, la de Estela, la que examina sus minutos, sus horas, sus días, sus años, resquebraja la supuesta perfección que pretenden proyectar.

—“La palabra rabia”, dice Estela, “está compuesta de apenas cinco letras. Cinco letras, nada más. Sin embargo, mi pecho ardía”. ¿Qué importancia le otorga socialmente a la rabia?
La rabia es una emoción política fundamental. Es movilizadora como pocas y por eso se censura. La filósofa Marilyn Frye lo dice muy bien: no es posible sentir rabia contra el cielo porque llueve. Se siente, en cambio, ante un hecho injusto. Y supone decir lo siguiente: esa injusticia ocurrió, tiene un causante y exijo una reparación. ¿Pero qué hace habitualmente la sociedad ante la rabia? La borra, la declara irracional, en las mujeres la califica como histeria. Y cuando se añade el componente de clase esa rabia se ningunea calificándola como resentimiento y así se borran las causas de la injusticia cometida y a sus responsables. Estela, es verdad, habla con los dientes apretados. Su rabia va apareciendo, cada vez más perturbadora. Porque se ha cometido una injusticia, por más que se diga que hay cariño, por más que le repitan una y otra vez que ella es “como una parte de la familia”, la injusticia sigue allí.

—Inteligente, arrogante y problemática: ¿Julia, la niña, está destinada a heredar la violencia de su entorno?
Tal vez el único destino trazado en el libro sea ese: el de la niña y lo que dices, su propia herencia. Una niña cuya muerte se anuncia en la primera página de la novela. Una niña ansiosa, cruel, desesperada, una niña triste y sola, que atisba su propio destino y de un modo extraño y desolador busca una salida. Tengo la impresión de que la subjetividad infantil también está atravesada por el neoliberalismo y sus exigencias. Y esto es algo que me interesó explorar en la figura de Julia.

—La rabia estalla al interior de la casa y en sincronía la violencia estalla en las calles. ¿Hay un correlato entre lo doméstico y lo público?
Sí, en ese momento parece abrirse un punto de fuga para el encierro de Estela. Y de pronto, de manera súbita, ella se convierte en una gota dentro de un río. Y ahí viene la pregunta: sin esa gota ¿el río sería el mismo río? Y, por otro lado, ¿no es el río algo distinto, algo mayor que a las gotas que lo conforman? Esa tensión entre el adentro y el afuera, entre el individuo y la sociedad, aparece intempestivamente en la trama. Es casi como el piedrazo que entra por la ventana en esa película de Bertolucci, Los soñadores, pero en Limpia la piedra jugará otro papel.


La voz colectiva

—En la novela resuena la lectura de autores y autoras que han abordado las tensiones del trabajo y las diferencias de clase, entre ellos Diamela Eltit, José Donoso y Egon Wolff. ¿Cómo se relaciona la autora con la tradición literaria?
¡Con completa libertad! Es decir, leo nuestra tradición como una fuente, pero no un destino. Durante la escritura de Limpia me acompañaron muchos libros, entre ellos, como bien dices, los de Diamela Eltit, José Donoso, Egon Wolff, Manuel Rojas, Carlos Droguett, Marta Brunet, todos magníficos. Por supuesto que leí también la literatura y vi las películas que han abordado la figura de “la nana”: Rosario Castellanos, Sergio Bizzio, Magda Szabo, Jean Genet, son muchas. Y las películas Roma La Nana, a mi juicio sospechosamente tranquilizadoras. Pero el libro no se agota en el sujeto que pretende representar. Apenas empieza allí. Así que busqué voces. La de Christa Wolf, en Medea, me orientó. También me acompañó el libro El Muro, de Marlene Haushofer, por su trabajo con la soledad y el aislamiento y porque, al igual que en mi novela, todo se resuelve en sus últimas páginas, que son muy vertiginosas. Y recuerdo también como un hallazgo a Graciliano Ramos y sus Vidas Secas. Esa aridez, esa desesperación, también fue un faro en la escritura.

—Su primera novela planteó una mirada crítica sobre la transición. ¿Esta es su novela sobre el estallido social o un intento por comprenderlo?
Las novelas tienen la gracia de ser muchas cosas al mismo tiempo. Creo que por eso me gustan tanto. La Resta es crítica con la transición, es verdad, pero también es otras cosas: un road trip, un libro sobre el trauma, sobre el amor y sobre la posibilidad de tener un futuro en un país determinado por su pasado. Limpia es una novela que oblicuamente aborda la familia neoliberal y las figuras que invisiblemente la sostienen, pero a la vez se trata de otras cosas: de la soledad, del trabajo, de la añoranza y del espacio doméstico como cárcel. No estoy segura de si a través de la novela quise entender más del estallido. La escritura empezó mucho antes, a inicios del 2017, y creo que ese momento intempestivo que vivimos el 2019, esa suspensión del tiempo, requeriría de otro tipo de libro. En Limpia esa efervescencia irrumpe, es verdad: se mete a la novela como una chispa o quizás como una brasa de ese fuego enorme que fue el estallido. Pero también podrían ser otras protestas del pasado y más aún, otras protestas que, así como van las cosas, con certeza ocurrirán.

—La familia y Estela parecen atrapados en los roles que la sociedad o el sistema les asigna. ¿Qué piensa sobre el modelo de sociedad en que vivimos?
Nadie está fuera de este modelo, ¿no? Tampoco Estela, tampoco yo. Es un modelo de sociedad que captura cualquier intento de fuga: lo coopta y lo mercantiliza. El neoliberalismo, además, es un modelo cruel, eso pienso. Normaliza la desigualdad. Naturaliza todo tipo de violencias. Es cruel con la naturaleza, es cruel con los seres humanos. Nos ha vuelto seres crueles. Pero hay resquicios, siempre. Ínfimas formas de resistencia, pequeños gestos de ternura y también una política que ha intentado resquebrajar sus lógicas. Hablo del feminismo más crítico, por ejemplo. El que ha entendido que somos seres interdependientes los unos de los otros, también interdependientes de la naturaleza y que es preciso y urgente un cambio de paradigma.

—El final de la novela es estremecedor, sobre todo a la luz de los resultados del plebiscito. Uno podría pensar que es pesimista. ¿Qué saca en limpio a casi un mes del triunfo del Rechazo?
Creo que nunca le había dado tantas vueltas al final de una novela. Hay pesimismo, como dices, y el contexto post plebiscito lo acentúa, pero espero que eso no sea lo primordial. Para mí, el final de Limpia  es muchas cosas, entre ellas, una interpelación. Y por eso creo que el libro continúa aunque termine, porque su pregunta persiste más allá del final: “¿me escuchan?”, eso es lo que quiere saber Estela. Y esa pregunta sigue siendo central en estos días. Tras la revuelta y durante el proceso constituyente, que aún no concluye, ha estado también presente la cuestión de la voz. Alzar la voz, tomar la voz, ser coro, ser oídos. Y creo que la voz colectiva, en Chile, aprieta los dientes como los aprieta Estela. Llegan a rechinar, ¿no? Eso saco en limpio: el descontento continúa.




Fotografía superior de Lorena Palavecino

 

 



 

 

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Publicado en La Tercera, 1 de octubre de 2022