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Ídem
Armando Uribe
Editorial Universidad de Talca / Ediciones Derrame, Talca, 2008, 215 páginas, Poesía

Por Pedro Gandolfo
El Mercurio, Domingo 21 de Diciembre de 2008

 

El nombre x de Armando Uribe (1933) significa, en el canon de la poesía chilena, la presencia de una voz profunda y original proveniente de una tradición que vino a consolidar lo establecido por los llamados gigantes: Neruda, Huidobro, De Rokha y la Mistral. Tradición, repetimos. En ella la voz de Uribe, actualmente, importa.

El nombre del poemario, Ídem, apunta a “Buscarle un título anodino, burocrático, nulo”, escribe nuestro poeta. Y agrega: “Significa: estoy en lo mismo. Para darme importancia digo: mismísimo”. Es la manera que Uribe tiene de mirar su propia obra en esta hora. Es la distancia que el poeta necesita y que su poesía le reclama.

Dividido en siete secciones, Ídem es un libro que posee distintos atributos. Como objeto en sí resulta atractivo desde la ilustración de su portada, que corresponde a un notable collage de Cecilia Echeverría (esposa de Uribe y fallecida hace algunos años), cuyo título es “Encierro”. Los textos de cada poema, además, se hallan acompañados de una reproducción facsimilar de los manuscritos del poeta, lo que permite hurgar en los detalles de su letra, observar tachaduras y cambios. En fin, sentir “desde cerca” los nervios y la intensidad de la creación artística.

Poseedor de un incomparable dominio de la métrica —decirlo no aporta novedad—, dueño de encabalgamientos, rimas internas y acentuaciones, nuestro poeta confiesa que no logra “hacer calzar todo con todo”, aunque “no es todo”, ya que “es imperfecta/ la creación por culpa mía”, asumiendo el “pecado original y la alegoría/ del Génesis, que a todos nos afecta”, anotando dramáticamente en el último verso: “lo que escribimos nos lo borra el codo”.
Entonces, en esas palabras heridas, borradas inmediatamente en el acto de la escritura, se encuentra la duda y la reafirmación porque, más adelante, el poeta se referirá a su vida como “hojas de litre”, agregando la conjunción “etcétera”, como quien toma prestado un término ajeno para darle una connotación propia.

Pero también Uribe declara haber sido “distinguido/ poeta, o sea de los más mediocres”. Y nos presentará sus versos como “unos ocres/ siniestros ritmos sin sentido”, retorciendo, removiendo las piezas de su decir hasta límites insospechados.

Los temas presentes en Ídem, tales como la soledad, la vejez, la presencia de Dios, la poesía como forma de vida y la contingencia que nos toca (“Este país que es abominación”), traspasan nuestra racionalidad, llevándonos a ciertos espacios donde el verso con toda su carga lingüística y emotiva parece remover un sedimento que trae consigo un viejo y un nuevo decir. Una de las características de esta poesía, de esta senda seguida por Uribe, radica en la seriedad. Y esa misma condición lo lleva a expresar que se le dificulta confiar en Dios, “porque es eterno/ y omnipotente e infinito”, viniendo el poeta a representarse a sí mismo como níhil, para develar, sin embargo, una pureza que no puede sino conmovernos: “… el tierno/ Jesús es hombre y yo un niñito”.

Un niño cerca de Dios, en quien se le dificulta confiar. Uribe, el poeta serio y desconcertante que afirma haber llegado a la vejez sin sorprenderse: “La había cultivado desde chico”. La vejez, si tenemos la suerte de llegar a ella, la última estación antes de la muerte, “nodriza del rico/ como del pobre”.

Notable, Uribe nos entrega en Ídem un poema que es necesario transcribir en su totalidad, seis versos que ilustran sobre una de las pesadillas de nuestro presente: “La desratización del mundo/ liquida a todos los humanos./ Nanotecnología en manos/ de tecnócratas desestabilizados./ Queda una bola de ripio inmundo./ Más bien un hoyo negro sin lados”. Es decir, el humano confrontado con lo que le rodea, al nivel de las ratas, aunque sobre todo esos tecnócratas impulsándonos a la negación y al descreimiento. A una infinita oscuridad. Poema acertado y profundo en su forma, dirigido en una línea recta cargada de matices, de discursos y contra discursos, seguida en todas las páginas de Ídem.

“¡Qué feos somos los chilenos”, exclama Uribe, “hombres mujeres niños viejos/ y qué feos nos vemos/ en fotografías y espejos”. Aquí cierto humor podría distraer, y más aún si la rima colabora —se trata de un doble o triple juego de significado. Porque el chileno, en resumen, recuerda Uribe, le teme a la belleza. Pero el poeta añade: “la tememos”. Y envuelve, entonces, al lector en esa realidad, pues todos tenemos ese miedo, ya que el cultivo de lo feo amenaza constantemente. Así, el poema que, al comienzo parecía ajeno, no obstante, atrapa. En este sentido, Uribe es poseedor de un secreto: “Lo mismo”, Ídem, es el propio y reiterado acceso de Uribe a lo Único y da cuenta de una tenaz persistencia que recuerda aquel célebre verso de Novalis: “Buscamos por doquier lo incondicionado, y encontramos sólo cosas”.

 

 

 

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Por Pedro Gandolfo.
El Mercurio, Domingo 21 de Diciembre de 2008.