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«Escritos de Ningún Lugar», de Iván Quezada
Mago Editores, 2010

Por Armando Uribe


 

Más de un autor europeo en el siglo XX ha coincidido, anotando ideas volanderas, en acuñar —con frase deliberadamente tautológica— el más simple y evidente lugar común: «Había una vez un escritor… que escribía». Léautaud, Paul, se la atribuyó a su amigo de juventud literaria, Paul, también Valéry. Y creo guardar en la memoria una línea breve, literariamente una «frase hecha», de Thomas Mann:

      ¿El escritor, quién es? El que escribe con dificultad.

     Dichas frases triviales, en tiempos que privilegian las apariencias (por no decir: apariciones) en los medios de prensa y en programas de radio, y en espectáculos y, si es posible, en escándalos, de personas que —además— publican algún libro, se explican porque en el siglo XX, y más en el XXI, con la fementida TV, el escritor es sólo quién, además, escribe.
     Un verdadero autor de literatura genuina, como Iván Quezada, muestra, al presentar sus Escritos de ningún lugar, que escribe lo que él es, piensa, cuanto le ha ocurrido en sus experiencias de la vida colectiva, en nuestra última tierra y su mundo. Y como escritor verdadero y verídico y siempre verosímil, lo hace en los varios géneros que se le ofrecen.
     Es así como en este libro, que es una vida, hay nuevos, notables cuentos suyos —después de su obra Los Extraños—, precedidos por un ensayo con caracteres de Manifiesto y Prólogo: «Nuevo Realismo Chileno», muy generoso hacia tres escritores nacionales recientes. Hay otras reflexiones en prosa, que también toman forma de ensayo. Hay recuerdos de épocas suyas diversas, con características de crónica vivida. Y también poemas suyos en verso libre y mediana extensión, como el que introduce la parte I de estos escritos, «Infancia», con rememoraciones llenas de emoción. Otros poemas hay, dentro del desarrollo del libro: «Adolescencia», «Invierno», «Juventud», además de algunos sonetos, como «Mujer», y el curioso de «Los Zapatos» (…«sólo permanece en mi memoria la imagen de sus zapatos»…). El libro termina con once «Poemas Breves», a veces brevísimos e intrigantes:

      El pasado murió en mis brazos como una doncella de hadas.

     Y el final, cuya segunda línea es definitiva:

      El gato es un dios feliz
      Los humanos hablamos demasiado.

      No vaya a creerse que este libro es sólo de poemas. Las formas de la prosa predominan. Pero sucede que Quezada escribe con espíritu de poesía. Creo saber que desde sus primeros originales figuraban en su literatura poemas en verso libre.
      Sabemos que la poesía existe en versos, y también asoma en escritos en prosa de escritores de amplio registro y sentimientos vivos. Palabras cargadas de energía, emoción y sentido hasta el extremo posible, dice la descripción del siglo XX. Como la poesía incita la eclosión de lo inconsciente, agregaría, contra la racionalidad: «—hasta el extremo posible e imposible».


 

 

 

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«Escritos de Ningún Lugar», de Iván Quezada.
Mago Editores, 2010.
Por Armando Uribe