Tonto, de Armando Uribe Arce. Editorial MAGO, Colección Grandes Escritores. Diciembre de 2011
Poética del Inconsciente y la Tontería
Por Iván Quezada
Texto leído en el lanzamiento del libro de poemas Tonto, de Armando Uribe Arce, en la Sociedad de Escritores
de Chile,
de Santiago, el miércoles 25 de enero de 2012.
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Debo empezar por pedir disculpas: hablar de «Poética» en un texto en prosa o es una ironía o una paradoja quizás ingenua. Y si a eso agregamos la noción de «Inconsciente», esto parece el libreto de una comedia. En el título lo único aterrizado es la palabra «Tontería». Para Armando Uribe, un poeta con fama de serio, la tontería es su placer secreto, la oportunidad de enrostrarle al mundo sus propios defectos y salir de la justa con una sonrisa en la cara. A fin de cuentas, no es la prosa la enemiga de la poética, sino la teoría. Uribe mismo pertenece a un grupo de escritores que teorizó sobre la versificación y su desafío fue dar vuelta el resultado, sin negar sus raíces en los años ’50. Pero la solución, a pesar de sus esmeros, provino simplemente de la experiencia. El exilio, las veleidades del poder, la muerte de los amigos, el enclaustramiento secular, la pérdida de la Amada, todo lo condujo por la vía de reconocer a la Estupidez como la regla universal de la existencia humana.
Sin embargo, la amargura de esta conclusión se ve matizada por un hecho: el lenguaje siempre es un juego. El propio monólogo de Uribe sobre la estulticia alcanzó tal grado de sofisticación, que se convirtió en un libro, o sea, un juguete. Los fabricantes de juguetes debieran ser más reconocidos, aunque no se llamen Steve Jobs.
A nadie se le ocurrió antes que con la estupidez se podían construir mosaicos de palabras, derribando mitos. Desde luego, el autor empieza por su Yo: es el primer ejemplo de todas las desgracias habidas y por haber. Como recurso psicoanalítico tiene la ventaja, además, de enfatizar las múltiples necedades del Psicoanálisis clásico y del moderno. Aunque el libro Tonto no pretende ser una sátira de la realidad, sí se puede leer como el relato del infortunio y el deseo de redención.
Algo que se puede decir a favor de la música del verso es su libertad. Al procurar la armonía en los sonidos, se cuelan los significados más insólitos, venciendo a formidables policías del pensamiento; pero no automáticamente. Se requieren muchas condiciones favorables para la buena poesía, empezando por cierta desaprensión «casi» calculada. ¿Los hallazgos verbales son producto de una casualidad? No lo sabemos, incluso parece una triquiñuela darle vueltas al asunto. Uribe podría decir que la poesía es una tontería, o que el genio que crea nuevos sentidos a partir de palabras trilladas, es un humorista con cada vez menos público.
A mi modo de ver, en la escritura en verso todo es una excusa: las sílabas, el diccionario, la gramática, la vida del poeta, la experiencia, la historia del mundo, las tradiciones orientales u occidentales. Hasta la polémica sobre el Inconsciente es un pretexto. Quien escribe aprovecha hasta el más mínimo estímulo, que cambie las reglas del silencio o la página en blanco. Y lo primero que tiene a mano es, sin duda, su propia estupidez. Es un acto profundamente antiartístico censurar tan amplio margen de la sensibilidad humana. Pero también sería ridículo, como uno lo ve en los medios de comunicación, que la tontería fuese el fin último. El precio de la enajenación es alto y, por lo visto hasta ahora en el nuevo siglo, parece conducir de vuelta a la animalidad.
No: la tontería también es una excusa. Ni siquiera podemos confiar en nuestras sensaciones. La poesía sigue estando en el aire, en todas partes y en ninguna. Usa los nombres, pero no tiene uno propio, más allá del general.
El Otro Yo de Uribe, sin embargo, necesita del pragmatismo y por eso durante años sintió vergüenza de ser poeta. A diferencia de otros autores, que con una risa bobalicona se evaden de las rarezas de su oficio, Uribe las padece y quisiera otro destino, aunque ya sea tarde. En la larga lista de sus negaciones, ocupa un lugar destacado la supuesta irresponsabilidad del escritor. Este nuevo libro es una prueba. A través de su autoflagelación (a menudo cómica) acepta ex profeso el rigor de la literatura. No se desdice, aunque todos le den «con una soga».
¿Las sonrisas en las fotografías son máscaras? Pero en la escritura serían aún más viles. Claro que la ironía acaba por salvar a Uribe del juicio público: la gente que lee poesía es tan poca y reservada, que las implicancias de sus poemas permanecen (quizás para siempre) en el limbo. Sus invectivas se vuelven en contra suya, más bien. Malamente se le podría calificar de arbitrario. Las imágenes, los efectos, las ideas, los recuerdos, las citas presentes en Tonto y en sus otros libros, si bien no corresponden a un estudio de sus motivaciones, son hechos de su vida y simbolizan una trayectoria espiritual acorde con la centuria que le tocó. Si se quiere la Ética también es un pretexto, pero irreemplazable.
El auge de las experimentaciones literarias se ve como una lucecilla en el pasado. Ya nadie porfía con que inventó tal o cual recurso utilizado, realmente, desde los griegos o más atrás. Sin embargo, si esa fiebre se debió al temor por el fin del mundo, percibido tan cerca con el debut de la bomba atómica, en verdad, las ojivas nos siguen apuntando con tanta o más certeza que antes. Uribe es un superviviente de aquel cambio de perspectiva: como dijo Claudio Giaconi, de pronto toda la gente supo que Dios no destruiría el mundo, sino el hombre. Esta aseveración, tan pesimista, continúa teniendo ecos en la poesía de Uribe: la Tontería que proclama es la de creerse dioses, aún cuando sea una promesa de la Deidad tras la Resurrección de la Carne. En serio, el catolicismo de Uribe es un dilema para sus lectores agnósticos, que no son pocos.
Causan curiosidad sus flirteos con la prosa. Aunque en el libro son pocos los párrafos, y casi siempre les antecede la advertencia de que son «mala poesía», hay algo vivaz en todas esas notas, como si a través de la escritura horizontal su humor se rehiciera y cobrase sus víctimas entre los seguidores más ortodoxos; probablemente, los curas. Uribe siempre ha sido un hombre de anécdotas e historietas, de modo que no extraña su deseo de contar, pero sí asombra la manera en que lo hace, volviendo una y otra vez sobre sus defectos, que ya ni siquiera merecerían una entonación especial. A veces hasta sospecho que se cree un personaje de la picaresca, burlándose de la gente que se toma todo en serio.
Al fin y al cabo, ¿cuál viene a ser la «Poética del Inconsciente y la Tontería»? Quizás, en un esfuerzo supremo, Uribe diga que el vacío tras la materia. Los mitos con que se alimenta en sus lamentos / serían un modo de pasar el tiempo / ante lo inevitable. ¿La poesía anticipa la muerte, como un orgasmo? El tema del cuerpo es otra de sus excusas, aunque ya desprovista de erotismo. Si bien su poesía denuncia los malestares que acosan a la conciencia, subyace en sus macabros versos una nostalgia por un paraíso inexistente. Los sueños son otro obstáculo en el camino a la portería de lo inefable. Si es cierto que la poesía es una grieta en lo cotidiano, como decía Clarice Lispector, se trataría de una grieta insondable.
Podemos decir algo incuestionable sobre Tonto, el nuevo libro de Armando Uribe: leyéndolo nos podremos sentir identificados con su título, sin temor al qué dirán. ¡Chile es la capital mundial de la Estupidez! El Neoliberalismo alcanzó su apogeo entre nosotros, y ahora sólo falta que alguien quiera inscribirlo en el libro de records de Guiness.