Tonto.
Editorial MAGO, Diciembre de 2011
Reynaldo Lacámara Calaf
Poeta.
Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile
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…Ay ángel sin pasión, ángel de los poetas, mira este tonto bueno, límpialo...
(Armando Uribe, “Tonto”)
La poesía en su persistente porfía de dar cuenta de las cosas y los quehaceres nos sitúa, en algunas ocasiones, ante el poema como un espacio de integración y desnudez incomodo o corrosivo a la hora de encender el televisor, contestar el celular o entrar al supermercado.
Suele ocurrir que la distancia entre lo cotidiano y lo estético sea una zona de tránsito pedregoso, en la cual no siempre es fácil encontrar el punto de equilibrio entre la risa y el espanto.
Es ahí donde el lenguaje, la palabra en el sentido estricto de su origen y destino, nos permite develar lo efímero, intuir lo permanente, pero sobre todo acceder al universo referencial de la belleza, ya no entendida sólo como equilibrio, sino también como desafío e incomodidad ante las cosas y los quehaceres.
Nombrar la realidad es crearla y al mismo tiempo reordenar aquello que muchas veces asoma o se insinúa tras otras realidades menos evidentes, pero tan ciertas como un empujón en el Metro o un calculado abrazo de Fin de Año.
Es ese el precipicio al que nos acerca Armando Uribe en este poemario que desde su mismo título deja fuera la polisemia, para apostar por la experiencia del descampado como fin de la travesía.
Tonto es ante todo un “libro de carretera” (no de “cabecera”) es decir, una suerte de aventura inconclusa dentro de la cual las imágenes van estructurando el ritmo de las cosas y de un modo especial van develando el rostro verdadero de la tontería que no es otro que el de la muerte.
El gran tema de este poemario es precisamente la muerte y su máscara predilecta…la tontería.
Nada nuevo para nuestro poeta.
Él mismo nos ha aclarado, en más de una oportunidad, que la muerte es (junto a la tontería humana) el gran tema de su propuesta poética.
“En el cosmos entra la muerte y le sigue la tontería, que puede ser más peligrosa que el delito…no hay que olvidar que la presencia de la muerte en vida es la tontería”, nos recordó hace poco Armando Uribe en una entrevista.
Visión que se aclara en el encuentro con sus propios versos: "Siempre creí que no era yo el que escribía, sino un tal imbécil/ que se apropiaba de mi nombre, desprestigiándome".
Desnudar la tontería, enfrentarnos a aquella que nos habita y ejercemos generosamente, para en definitiva desnudar la muerte cotidiana con su carga de autosatisfacción y arrugas, es el punto en que el poeta convierte la ironía en salvavidas y en posibilidad de trascendencia…en definitiva es Eros venciendo a Thanatos, aquí y ahora… ¿Será otra la función del poema y del poeta?
Se puede recorrer el sendero de estos poemas sin sentir sobre uno el peso pontifical del Poeta como Vate. Ante todo, aquí el poeta es un transeúnte más, un “Transeúnte pálido”, que a lo mejor sin quererlo ni sospecharlo, se convierte en vagabundo, en compañero de caminos, de esquinas… de ventanas que miran al Parque Forestal.
Tonto, es más que una mirada poética o estética, es también un propuesta ética, en que cada texto (como ya hemos dicho) desnuda, pero al mismo tiempo invita.
Esa invitación supera el simple registro convocatorio ya que sólo es posible entenderla en el vértigo de las horas, pero también en el sopor del reposo. La paradoja corre por cuenta del poeta.
Habitamos lugares y momentos que parecen apenas esbozos de lo que alguna vez presentimos como verdaderamente humano. Aún así sabemos que en el borde mismo de todo aquello es necesario rescatar al ser humano… de la tontería
Rescatarlo de sí mismo como norte de sus pasos.
Rescatarlo de los otros como sombras
Rescatarlo de los días como cementerios
Rescatarlo de la misma poesía
Para devolverlo a sí mismo, a los otros, a los días… a la poesía.
