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“Ya no doy más, Prosaicas que me amais”, último libro de Armando Uribe
Ediciones Universidad Diego Portales, 2012. 166 páginas.

Por Gabriel Zanetti
http://diario30.com/

 

 

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Quizás, cuando un libro de poesía es verdaderamente un libro de poesía cuesta hablar de él y terminamos escribiendo todo menos el innombrable significado que nos ha otorgado una escritura. O, simplemente, cuando estamos ante la escritura de un poeta que ha sobrepasado los setenta años, que desconfía no sólo del lenguaje, sino también del hombre y su mundo, al punto que ni siquiera se atreve a decir que es poeta –dice poetata, poetícola-, sólo es digno guardar silencio. Pero producto de variadas acepciones de la palabra compromiso, no hay más remedio para quien suscribe esta reseña que intentar ir a Ya no doy más, Prosaicas que me amáis, última entrega –aunque esto de decir entrega, cuando se trata de poesía, no sé por qué, no me cuadra- de Armando Uribe.

Por respeto no voy a nombrar su trayectoria ni menos sus premios. Supongo, le enfermaría y sólo lograría ponerlo más rabioso. Qué necesaria rabia y amargura, qué despojo para decir absolutamente todo lo que estima merece ser dicho, aunque claro, Uribe niega que su poesía valga la pena, que algo merezca ser verbalizado, escrito. Esto es fundamental. Y supera por todos lados la posibilidad de una boutade, de una Captatio benevolentiae (como en Borges, por ejemplo) transformándose en el núcleo central de su poética. En realidad, desconfía no sólo de su poesía. Desconfía, como decía antes, del hombre, de todo lo producido por el hombre, situándose así su poesía en un plano en absolutamente religioso.

A pesar de la desconfianza escribe. “…no se inhibe / maníaco y escribe hasta morir”, apunta. En la nota del primer poema largo ‘Ya no doy más’ se anuncian algunos mecanismos. Aparecen las palabra logogrifo (hacer diversas combinaciones con las letras de una palabra de modo que resultan otras además del de la voz principal) y logomaquia (discusión que atiende a la palabra y no al fondo del asunto). Las propuestas estéticas de estos conceptos transcurren en todo el libro. También lo prosaico. Forma y fondo se funden, trabajan para un solo fin, para una sola postura: la anomalía total humana y literaria, ese “exceso de nada” que sugiere Julio Ortega citando a Bataille, la poesía, esa niña que “Conoce flores y gusanos”.

“Nosotros, los sobrevivientes
de mucha edad entre estas cuatro
paredes, declaramos que es un teatro
de comedias la vida. ¿Sientes
el ruido de los jugos gástricos
única música de este antro?”
[28]

“¡Poetas! Id con manos sucias
a hojear los libros de otros
poetas superiores a vosotros
que tuvieron las mismas suspicacias
y hojearon libros de otros. Son minucias
de la experiencia. Por ejemplo: Gracias.
[98]

Uribe lleva al lector a través de sus obsesiones. Nosotros, los lectores chilenos, ya las conocemos. Aparece la sexualidad como una falsa promesa de totalidad y la mujer muerta, la musa, quizás, como lo más cercano a Dios. La política -anti Estados Unidos, anti Pinochet, anti posmodernismo- como origen de la máxima decadencia que vivimos, “…un chiquero de cerdos y de cerdas”.

[-Desde el 6 y 9 de agosto de 1945]

Esta nueva edad media no tendrá
renacimiento; no es un intermedio
largo entre dos escenas: es final
del Acto: desenlace en medio
de un episodio llevado al
frenesí y la palabra al fin es: Ah
[42]

Ya no doy más, prosaicas que me amáis sugiere que toda la humanidad es prosaica, que la verdadera poesía, desde el punto de vista del autor -a fin de cuentas, todo lo verdadero, lo que importa- está del otro lado. La muerte supera todo. Lo sin nombre de la zona muda, siguiendo a Lihn, está por encima o conforma toda nuestra cultura. Por eso sitúa prácticamente todo como una vulgaridad, como “un mes de frases hechas”. La poesía: un pobre ejercicio, un baboseo de niños, gargajos, expectoraciones. Todo desalentador salvo la promesa de su fe. La promesa de la muerte, deseada por cansancio de un mundo repetido, archiconocido y leído.



 

 

 

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“Ya no doy más, Prosaicas que me amais”, último libro de Armando Uribe
Ediciones Universidad Diego Portales, 2012. 166 páginas.
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