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LA INDIGNACIÓN RAZONADA
No se oye, padre. Memorias políticas de Armando Uribe Arce, de Ana María Campillo.
Ediciones Universidad Tecnológica Metropolitana, 2015
Christian Reyes Gavilán, PhD.
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«Un paciente que se halla en una gran sala de hospital con muchas camas, se queja al médico del ruido constante que hacen los demás pacientes, que le vuelve loco. El médico le contesta que no puede hacer nada; no se puede prohibir a los pacientes que expresen su desesperación, puesto que todos saben que se están muriendo. El paciente contesta: “¿Por qué entonces no pone una sala aparte para los que se están muriendo?” A lo que el médico responde con toda tranquilidad: “Pero si es ésta la sala de los que se están muriendo…”»
El filósofo y antropólogo esloveno Slavoj Zizek, incluye este relato en Mis chistes, mi filosofía, su más reciente libro publicado en español.
No pude dejar de pensar en estos personajes, su espacio, su contexto y su discurso, al terminar la lectura de la obra que debemos a las cavilaciones ineludibles de Armando Uribe y al notable trabajo de edición de Ana María Campillo.
Cómo no pensar en Chile, en el Chile que retrata Armando Uribe desde la década de 1920 hasta los neoliberales tiempos que corren, y homologar desde ahí a la Dulce patria con esa sala de moribundos que vociferan su desesperación; o pensar en aquel desahuciado como metáfora de los y las compatriotas del yo no fui, o del yo no soy de esos, o que se solazan en la nada consumista, preguntándose ¿de qué muerte me hablan? Y, desde luego, encontrar en el ominoso y brutal mazazo de realidad que opera el médico, las voces discursivas de este libro que hoy nos reúne.
Y digo “voces”, en plural, porque leer este libro es encontrarse con un doble discurso entrelazado que, a mi juicio, encuentra la mixtura de sentido en lo político y, por ende, en lo ideológico. La dictadura y los administradores de su herencia conservadora han hecho escarnio sistemático de ambos términos. Por de pronto, erigiendo una suerte de intangibilidad para una Constitución espuria que neutraliza lo político en aras del ideal de Guzmán: reducir la democracia a una feble exterioridad, y desear la castración de los valores cuya ausencia nos pone en la piel de aquel enfermo del chiste de Zizek: se niega a sí mismo porque también es ciego a su otredad.
Este libro es, por ende, un eppur si muove que, como Galileo, desafía a los Santos Oficios inquisitoriales; esos que nos dejan graciosamente alzar la voz, pero en la sala de los moribundos.
Esta es la obra de dos voces imbricadas, obra de doble discurso en la que uno se deja decir a través del otro. Algo semejante nos resuena con 2.800 años de vitalidad:
«Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, que anduvo errante mucho después de Troya sagrada asolar; y dolores sufrió en el mar tratando de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros.»
Evidentemente, ha hablado Homero —el griego, no el de Springfield—, comoquiera que se lo conciba: el narrador, un vate ciego o una mujer siciliana, según sostuvo el novelista y filólogo Samuel Butler. En efecto, desde los albores de la creación poética viene este recurso de la doble voz, o mejor, una voz generosa que invoca a otra y le cede el espacio, pues la sabe lúcida y poética para cantar y contar; en este caso, la posta le ha sido entregada a la Musa; que ella sea quien nos cuente el regreso a Ítaca de Odiseo. En No se oye, padre se levanta la voz de Uribe para guiarnos, cual Ovidio a Dante, por los círculos de lo que él llama el “país para siempre”.
Muchos siglos después de Homero, también la pluma de Cervantes se desmembró en una pluralidad de voces que nos dejan conocer la diégesis del manchego hidalgo; entre ellas, la del autor anónimo de los ocho primeros capítulos de la primera parte, la de Cide Hamete Benengeli, la de los académicos de Argamasilla.
Uribe, cual Rocinante redivivo, no teme atacar a los molinos (y vaya que, como este libro nos muestra, en Chile son gigantes).
Entonces, ¿de qué discursos hablamos en el caso de No se oye, padre? Por cierto, de aquel que nos ofrece Armando Uribe desde su aguda memoria; este se adentra en los intersticios de un relato político sobre Chile y su propio retorno a Ítaca, esa que se nos aleja de nuevo cada vez que operan los guardianes de esta galaxia desde sus templos, cuarteles, cocinas, papeles, farmacias, AFP, Isapres, educación de mercado.
Por su parte, ¿quién ha cedido su palabra, y ha dispuesto las piezas de aquella otra de un modo que haga justicia a esa memoria imprescindible? Su editora, Ana María Campillo. En la enunciación del discurso de Armando Uribe subyace la mano y la voz discursiva de su arquitecta textual.
Así, nos conduce esta obra por el brioso, necesario y nunca transable discurso de lo político y la política, en el sentido de la distinción y confluencia que precisó Chantal Mouffe; es decir, lo político como la dimensión de antagonismo que es constitutiva de las sociedades humanas, y la política como el conjunto de prácticas e instituciones por cuya vía se crea un determinado orden. Orden, en consecuencia, que si bien organiza la coexistencia humana, lo hace en el contexto de la necesaria conflictividad que deriva de lo político.
Sí, he dicho “conflicto”, y no sería extraño que un frío ontológico haya recorrido las percepciones de este ilustre auditorio al escuchar ese vocablo, pues en el Asilo contra la opresión aprendemos a honrar sin tregua a los dioses del consenso.
Este libro, en cambio, asume que, en palabras del filósofo Cornelius Castioriadis, la política como actividad colectiva quiere ser lúcida y consciente, y cuestiona las instituciones existentes de la sociedad. Por eso, digo que No se oye, padre no calma las pasiones ni menos las ahuyenta.
Merced a oligarquías, sotanas, uniformes, torturas, exilios, transiciones que son transacciones, en este espacio del sur del mundo se ha querido hacer agonizar y fenecer hasta la más nimia sospecha de antagonismo, debate y discusión. Evoco el título de la novela de Kundera: aquí hemos hecho de la insignificancia una fiesta y de lo vital, de lo genuinamente humano, un silencio sostenido y tolerado.
Ante ello, estas memorias políticas de Armando Uribe son la palabra indómita y montaraz, que se levanta frente al discurso emasculado de los macarras de la seudopolítica.
La edición inteligente y perspicaz de Ana María ha fructificado en una obra que es más, mucho más que una antología testimonial; ha erigido el discurso liberado, coherente e íntegro de Armando Uribe.
Es este el que nos lleva, primero, a “La Memoria”: su vida diplomática, la intervención norteamericana y sus nexos con el Presidente Allende. Enseguida, al “empellón mortal” del Golpe y “La dictadura imperfecta”, a modo de estaciones para este viaje discursivo, convocante, insumiso.
El Golpe, la Dictadura y sus esbirros; Pinochet, su arribismo, crueldad, su necesaria humillación en Londres; la transición transada que administra la Concertación a partir de 1990; la educación, el lucro, los empresarios y su dudosa honorabilidad; Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet, se encuentran con esta palabra que los interpela con “indignación razonada”, el lugar reflexivo que Uribe describe como “el valor moral de la indignación fundada en argumentos razonables”.
Si Armando Uribe tenía ya un nombre más que justamente ganado desde su palabra poética, esta obra lo erige como una voz imprescindible para pensar a Chile en la diacronía y la sincronía; se pueden aplicar a su genio y figura, con toda propiedad, los versos de García Lorca: “Tardará mucho en nacer, si es que nace…”
Como lector, agradezco y recomiendo vivamente la experiencia que se plasma en No se oye, Padre, y que ha sido fruto del esmero de Ana María Campillo con tan buen resultado.
Me quedo esperando su próxima voz.
Feria Internacional del Libro de Santiago, 6 de noviembre de 2015.