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Antología de su poesía política. El poeta cumple 80 años
Armando Uribe: sobre poesía, muerte y tontería

Por Francisco Véjar
El Mercurio Revista de Libros Santiago de Chile. domingo 27 de octubre de 2013




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Armando Uribe (Santiago, 1933) recibe como es ahora su costumbre: en su cuarto, vestido sobre la cama. Siempre con elegancia. Más allá se ven estantes con libros y la pared a su derecha luce una fotografía de Cecilia Echeverría con su belleza natural. El poeta la sigue recordando, como consta en el libro CE, que publicó en 2011, a diez años de su fallecimiento. Lo acompañan en su departamento sus hijas y nietos. Tiene un televisor donde ve las noticias de la BBC de Londres. Y acaba de aparecer Entre Escombros (Ediciones Altazor, 2013), una antología de su poesía política, cuyo prólogo, selección y notas estuvieron a cargo de Sara Jordán. Esto lo entusiasma. Uribe se ha desempeñado como profesor titular en las Cátedras de Derecho Público y Ciencias Políticas de la Sorbona, París. Ha sido parte también de comités en defensa de los derechos humanos, en el continente europeo, como el Tribunal de Russel II, junto a Julio Cortázar y Gabriel García Márquez. Reconocido con el Premio Nacional de Literatura 2004, dice haber escrito más que Pablo Neruda y está considerado dentro de lo más granado de la Generación del 50. A un día de cumplir ochenta años, revisa algunos episodios de su vida.

- Haciendo un trampolín en el tiempo, ¿cómo fueron los inicios de Armando Uribe en la poesía?
- La verdad es que las primeras publicaciones de versos no son del año 1953 ni en ese libro, titulado El joven laurel, nombre que le puso Roque Esteban Scarpa a una colección de jóvenes escritores que habían sido alumnos de él, en el colegio Saint George's. Mis primeros poemas aparecieron en la revista Pro Arte, dirigida entonces por Enrique Bello, en enero de 1951. Y eso se debió a un artículo de Roque Esteban Scarpa titulado "Poesía de Armando Uribe Arce", que se publicó en "El Mercurio" en octubre de 1950. En la crónica, Scarpa decía: "No sé si me va a perdonar que le publique estos poemas". En el recreo le dije: "Mire, la verdad es que no se lo perdono". "¿Por qué?", me preguntó él. "Porque usted me va a obligar a escribir versos toda mi vida". "Pero yo no te obligo", enfatizó. "Hay que recordar -continué- que existe la parábola de los talentos, según la cual uno está obligado a respetar y a cumplir con los talentos que se han recibido gratuitamente". Y lo cierto es que lo que escribió Scarpa por aquella época en "El Mercurio" provocó en mí una manía u obsesión por escribir versos desde entonces hasta el día de hoy. A veces lo siento como una condena.

- ¿Cómo se relacionaban los poetas entonces?
- Había en Chile desde hace varias generaciones una "cosa" que se llamaba los poetas chilenos. Sabían unos de otros, se conocían, se encontraban por casualidad o por gusto, se respetaban a despecho de polémicas, envidias, diferencias políticas, sociales, de edad u otras. Dejó de haber ahora una transmisión oral de la sabiduría colectiva de los poetas de Chile. Los poetícolas pasaron a ser islas flotantes como de postre, la mayor parte náufragas o ahogadas. Pudiera ser que eso se rehaga. Nicanor Parra también vivió esa época, y años anteriores, de ese otro Chile del que estoy hablando.

- ¿Qué opinión tiene de Nicanor Parra?
- Es uno de los casos más notables y longevos de la poesía chilena. Nicanor Parra está lúcido y vigente. Pienso que merece recibir el Premio Nobel de Literatura. Lo han recibido autores inferiores a su obra poética. Es muy curioso cómo lo conocí. Jorge Elliot me dio su dirección. Al llegar a su casa, que quedaba más arriba del canal San Carlos, toqué el timbre, pero como nadie respondía, me asomé por la pared. Y lo vi cavando un hoyo con una pala. "Usted es Nicanor Parra", le dije. "Sí, yo soy. ¿Y usted?", preguntó él. "Vengo a verlo", contesté. "Aquí me tiene haciendo un hoyo, y cuando esté lo suficientemente profundo, me voy a tirar de cabeza adentro". Yo había leído Poemas & antipoemas (1954).

- ¿Podría hacer un contraste entre la vida pública de Armando Uribe, como diplomático, abogado y poeta?
- Las actividades que usted ha mencionado, públicas por lo demás, me parecen serias, y por eso mismo pienso que es cosa que debo tomar en cuenta, pues me han permitido ganarme la vida. Y esto de hacer versos es insistir en un juego propio de niños y adolescentes, pero no para personas de la edad avanzada, como la que tengo yo ahora. Con todo, el haberme graduado como abogado me permitió ejercer la docencia, tanto en Chile como en Italia, y sobre todo en Francia. Allí hice clases en París I, en la vieja Sorbona, donde ejercí la cátedra de derecho durante 17 años. Esas han sido cosas serias, pero esto de escribir versos lo sigo considerando un capricho y una manera de ocupar el tiempo, perdiéndolo.

- ¿Cuáles son sus preocupaciones religiosas actuales?
- Voy a volver sobre lo mismo. Me he dado cuenta de que la tontería que me domina y domina al mundo en que vivo, como consecuencia del pecado original, da fe de algo muy importante. Tal vez lo más humano es la tontería. La tontería define el carácter humano del mundo. La tontería humana sería una prueba de la existencia de Dios, porque es infinita, y la divinidad es infinita. Yo reconozco que la mayor parte de lo que he escrito no sólo contiene la tontería, sino también la ironía, el sarcasmo, la sátira y la crítica por lo general de la propia persona que escribe, y de la vida de otros, e incluyendo a gente del pasado que uno se entera a través de numerosos libros.

- ¿Qué es la muerte para Armando Uribe? Debe tener varias respuestas.
- Así es. Creo tener varias respuestas, y por desgracia. La primera, es que descubrí la muerte muy tempranamente. Fue a propósito del fallecimiento de una media hermana de mi padre. Murió cuando yo tenía muy pocos años, menos de cinco. Entré en la habitación donde yacía sobre la cama, cubierta hasta el cuello por una sábana, y vi por primera vez a una persona muerta. Ella estaba en esta cama tan alta, pero yo lograba asomarme y verla desde un costado. La comprobación de que existe la muerte fue muy temprana. Fue tan importante saber que existe la vida, como saber que existe la muerte.

- ¿Cómo fue para usted la experiencia de recibir en su departamento a jóvenes poetas en la década de los 90?
- Yo fui recibiendo de manera retrospectiva, a través de estos jóvenes que me visitaban, lo que se había vivido en Chile durante mis años en el destierro. A pesar de que mis parientes me enviaban los recortes de periódicos y revistas. Pero a través de las conversaciones con escritores jóvenes fue mucho más vívido. Yo les pedía que trajeran sus escritos y hablábamos de esas cosas. Era una libre plática.

- ¿Se reconoce en el Chile actual?
- No, pero creo que eso nos pasa a todos los viejos. La vejez no trae consigo necesariamente la sabiduría. Eso de creer que todos los viejos son sabios es un gravísimo error. Hay una sabiduría de niños, de adolescentes y de algunos viejos. La sabiduría que puede tener un viejo es que sabe que se va a morir. Es un conocimiento del tiempo, en que todavía se vive.

- A partir de 1998 usted decidió enclaustrarse "socialmente" en su departamento frente al Parque Forestal, pero sus opiniones y escritos se han seguido publicando. ¿Cómo han sido estos 15 años?
- Así es. La verdad es que me dijeron que con la edad había que prepararse para morir. Yo sostengo que hay que prepararse ya sea para el bien morir o el mal morir. En eso ha consistido este enclaustramiento que no ha impedido que escriba ni que publique. Desde 1998 he publicado más que en años anteriores. Y no le puedo recomendar a nadie que se enclaustre para escribir, y menos todavía para publicar, pero es lo que me ha ocurrido. Por primera vez, en estos últimos quince años, he estado dedicado a tener en la cabeza insectos que van trazando en la masa cerebral versos, no sólo con métrica, sino con rima. Algunos llego a escribirlos para liberarme de ellos. Y por eso he podido escribir y publicar mucho más que antes.



 



 

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