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La vanidad de la soberbia, Armando Uribe

Por Sara Jordán


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Como el título lo indica, la soberbia ocupa un lugar predominante en este libro de Armando Uribe. Ese querer “ser el Dios” del pecado original del Antiguo Testamento, cuando se produce la caída, cuando el hombre sucumbe ante Satanás. Se trata, de esta forma, de un título que –al conocer al menos un par de libros de la obra de Uribe y sus obsesiones-, podemos deducir se relaciona de inmediato con la divinidad.

Nos encontramos así con una obra que cuenta con un poco menos de doscientos poemas, de los cuales treinta y seis se relacionan con la vanidad, la soberbia y la tontería (recordemos que en El criollo en su destierro Uribe afirmó, entre tinieblas: “La tontería prueba que lo infinito existe. Ergo, hay dios, ya que los hombres, yo mismo somos necios. La tontería prueba la existencia de Dios.”) Quedémonos con la duda de si el “dios” con minúscula fue intencional o tan solo una errata. Sin embargo, de lo anterior se deduce de inmediato la relación entre la divinidad, la soberbia y la vanidad. De este modo, podríamos decir que un cuarto del libro de Uribe se compone por estas tres temáticas que se entrelazan, se provocan, y a veces están precedidas por intertextos de la Biblia.

La divinidad se impone con fuerza, pero suele ser sorda a las peticiones del autor, quien se identifica con Tomás, el apóstol, el incrédulo por antonomasia, pero con la plena convicción en la promesa de la resurrección de la carne, y casi sin duda alguna en lo referente a los dogmas de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Es así como nos encontramos con poemas, que refiriéndose a algo trascendental termina en una disrupción que lanza hacia lo cotidiano, banal e insignificante, lo que constituye uno de los sellos más característicos de su poesía. Por ejemplo: “¿Qué va a ser de mí? No lo sé./ En ese estado estamos todos/ los que vivimos por ahora. / En el foro como en el ágora,/ y al andar moviendo los codos, / leyendo el diario, tomando café.” Uribe nos sorprende con esa disyunción al final del poema, disyunción característica de su estilo.

Diría asimismo que los temas no han cambiado (téngase en cuenta que estos textos fueron escritos hace diez años, el 2007).  Predomina su eterna enamorada, Cecilia Echeverría, hoy muerta (siendo que el autor confiesa que el duelo no se acaba y, por consiguiente, está presente el tópico del amor post-mortem). También están presentes otros tópicos relacionados a este y al memento mori. Sin embargo, cabe señalar que si alguna vez dije o escribí que los cuatro ejes de su obra eran el amor (o Cecilia Echeverría), la tontería, la divinidad y la política, me atrevería a decir que este libro me sorprende por la casi nula referencia al estado de cosas, a la política nacional, a los negociantes, a las injusticias sociales y a sus ataques a la política internacional, especialmente a la estadounidense y nazi. En esta obra también están presentes, pero en relación a otras publicaciones, aparecen en un porcentaje mucho menor, dándole un fuerte predominio a temas diversos que pasan casi a doblar la cantidad de los poemas que responden al título de este libro de poesía.

Me atrevería a decir que es una de sus mejores publicaciones, porque deja de lado el hastío e irrumpe con la fortaleza del inconsciente propio del autor. Según él mismo, en su ensayo El secreto de la poesía (2001) la mejor de ésta se escribe con una mayor carga de inconsciente, es decir, con la manifestación concreta de la psique humana.

Uribe es. Uribe escribe, lee. Se sorprende en su lectura. Se regocija. Integra intertextos en su poesía a la manera de Cfr. con x[1] texto. Relee más que lee. Yo lo observo a la distancia. Goza con su escritura obsesiva, con la resurrección de sus temas ejes en cada uno de sus libros. A veces lo vemos hastiado, otras, violento (la violencia viene de lo inesperado), lo observamos aún desterrado, viviendo en el París de Ismael Valdés Vergara 296, departamento 41, frente al Parque Forestal, donde guarda una biblioteca que sobrepasa  los miles de ejemplares.

Uribe nos muestra la vanidad de su soberbia, por querer ser como Dios, su catolicismo y su pecado original. Se muestra como es. El único momento en que no tiene escrúpulos es cuando se sienta a escribir. ¡Adelante, palabras!

 


[1] Con esto quiere decir “Confróntese” con “x” texto.


 

 

 

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"La vanidad de la soberbia", de Armando Uribe.
Por Sara Jordán