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Ultimidades de Uribe
“Ya no doy más, Prosaicas que me amais”. Armando Uribe. Ediciones Universidad Diego Portales, 2012. 166 páginas

Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 6 de Enero de 2013


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La poesía de Armando Uribe, en Ya no doy más, prosaicas que me amáis, parece cada vez más incómoda dentro de los límites de la métrica y la rima, una suerte de red o cárcel o ley que el poeta hostiliza, transgrede y parodia, y son esos desajustes y rebeldías inconscientes, que salpican desde el interior de la arquitectura poética, las que añaden un poder, agitación y vigor fuera de lo común a sus versos. La voz del poeta no se escucha corriendo serenamente al ritmo que impone el verso, sino, al contrario, golpeando sus bordes, desdibujando sus límites y acentuaciones y, en muchas ocasiones, contradiciéndolos o simplemente dejándolos de lado con aparente indiferencia. Las tensiones internas -verdaderas batallas y, más bien, cruentas batallas- guardan un correlato con el nudo temático de contradicciones que forma parte de todo el itinerario del poeta Armando Uribe y que, por cierto, desfila otra vez en este poemario, ahora con ese tono de quien se percibe cercano a "las Ultimidades", en el sentido religioso del término.

Este es un poemario, pues, dotado de un carácter agonal muy fuerte, atravesado por una doliente lucha entre la lucidez descarnada acerca de la vanidad de todo lo existente (incluida su poesía y toda la poesía), la presencia constante e insuperable de la muerte y de la nada, de un lado, y la fe que promete redención, absoluto y trascendencia, del otro. Atenazado (y desgarrado) entre esas dos fuerzas antitéticas, de ninguna de las cuales puede abdicar, y a la espera de una muerte que no llega, el poeta escapa sin escapar, pergeñando versos.

Ya no doy más, prosaicas que me amáis es un testimonio poético de enorme franqueza, lucidez y búsqueda incansable de un decir que apenas se mantiene a flote en medio del naufragio total. La poesía y sus propios versos los ubica Uribe no del lado de lo perenne y absoluto: ello es vanidad. Es tan terrenal como todo lo restante y su destino es perecer como el cuerpo terrenal y la materia. Nada quedará de sus vestigios. En sus poemas, en general estrofas de 7 u 8 versos, Uribe no da tregua y repiquetea descarnadamente las verdades, sin pelos en la lengua. Por ejemplo, en uno de los poemas iniciales espeta: "No he dicho nada de importancia/ durante todo el tiempo que he vivido./ Sólo palabras y estas mismas/ que voy diciendo y escribiendo -olvido/ cuales han sido: huelen rancias/ y su inutilidad me abisma". O en el siguiente: "Ese maldito que hace versos/ ¡qué se ha figurado!/ se hace el serio pero es diverso:/ desagradable y amurrado./ Es un extravagante, es un mastuerzo./ Se le prohíbe la entrada a esta casa. No está convidado". La estructura con rima exterior (ababab) no le impide combinar con flexibilidad medidas métricas distintas, como ese larguísimo último verso que, con todo, se prolonga adecuadamente, aumentado la tensión en una prohibición de resonancias bíblicas. En otro poema insiste en esta maldición del escribir vitalicio: "Nada me queda por decir/ dicen los gárrulos; por escribir,/ el grafómano que esto escribe./ Y continúa -Armando Uribe/ ¿hasta cuándo vas a escribir?/ Hasta la muerte -y no se inhibe/ maniaco y escribe hasta morir".

Por momentos la lectura de este poemario transmite la convicción de que en la pretensión artística y, sobre todo, de la poesía y, en concreto, del poeta, es donde radica la posibilidad de máxima vanidad. El velo ilusorio que oculta la verdad corrosiva de la nada es más engañador allí y, por ello, el motor de su poetizar es un recurrente denunciarse a sí mismo y a la vacuidad de sus palabras: "De decadencia, guarda abajo/ precipitado, atarantado,/ caigo a mediocre; de esto a nulo;/ polvo acumulo,/ y en mal estado/ me desgarro, me sanjo, me rajo". El encabalgamiento tan áspero en este poema, en que el sentido de la oración nunca calza con la medida del verso, culmina en esa cascada rítmica "me desgarro, me sanjo, me rajo" con sus respectivas rimas internas y aliteraciones que, incluso, en su sonoridad, refuerzan la idea de la carne que abre y desparrama.

El poemario de Armando Uribe es ejemplar por muchos méritos. Sin abandonar el oficio tradicional del poetizar, el poeta lo desborda para que pueda acoger la prosodia quebrada de su voz e incluya, a la vez, el detalle de cada una de sus calamidades y la esperanza que no lo abandona a pesar de todo. En el centro de este despojamiento, el poeta mantiene, no obstante, un núcleo de sentido que ha permanecido incólume al paso del tiempo y la nada: el recuerdo por la mujer amada. Las canciones a ella son luminosidades escasas pero que irradian con la fuerza inconmovible "del amor por la que está muerta".

 

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Armando Uribe Arce. Santiago, 1933. 
Escritor chileno. Abogado, poeta y ensayista. De su numerosa obra poética destacan los libros: Transeúnte pálido (1954), El engañoso laúd (1956), No hay lugar (1970), Por ser vos quien sois (1989), Odio lo que odio, rabio como rabio (1998), Verso bruto (2002). Entre sus ensayos figuran Una experiencia de la poesía: Eugenio Montale (1962), Pound (1963), Léautaud y el otro (1966). En 2002 publicó el libro autobiográfico Memorias para CeciliaEl año 2004 recibió el Premio Nacional de Literatura.



 

 

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“Ya no doy más, Prosaicas que me amais”. Armando Uribe. Ediciones Universidad Diego Portales, 2012. 166 páginas
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 6 de Enero de 2013