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Polvo de ladrillo, de Andrés Urzúa de la Sotta:
sobre el maravilloso arte de perder
Libros del Pez Espiral, 2019
Por Jonnathan Opazo
Publicado en http://culto.latercera.com/ 24 de junio de 2019
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Ocurrió el 17 de febrero de 1986 y, según puede leerse en algunas noticias de Internet, “fue el peor accidente ferroviario del país”. En el sector de Queronque, a kilómetros de la estación de trenes de Limache, las máquinas AES-16 y AES-9 se estrellaron de frente. Un poco de imaginación basta para vislumbrar la escena: una argamasa de fierros con restos humanos, digna de novela de Ballard. Una catástrofe nacional.
Y sin embargo, en el poema Miguel Órdenes leemos:
La pelota de tenis que está
en la repisa de mi cuarto
La encontré el 17 de febrero
de 1986, en la tragedia
de Queronque. Nunca supe
su procedencia
Estaba sobre la línea ferroviaria
entre los rieles que destellaban
en la oscuridad.
Aunque el accidente aparece apenas como anécdota en uno de los poemas, vale la pena mencionarlo porque forma parte de los temas que atraviesan la obra. Por un lado, la destrucción material de un lugar –una cancha de tenis en Limache—, que funciona como gatillador de una serie de recuerdos e imágenes que son el objeto de los poemas. La destrucción, también, como una de las formas en que el tiempo trabaja sobre las cosas, deformándolas. Leamos: “Los focos están quemados desde hace décadas. La última vez que se jugó de noche en esta cancha, el pueblo estaba prácticamente dormido. No habían farmacias ni supermercados en las afueras del club. Solo unas vacas pastaban a unos metros de la cancha. Cuando la luz de los focos comenzaba a subir de intensidad, los ojos de las vacas adoptaban un color semejante a la arcilla”.
Está, por otro lado, el polvo de ladrillo, que es utilizado para la superficie de algunas canchas de tenis. En varios textos, que funcionan como apuntes de un manual de confección, Urzúa va dando cuenta del minucioso proceso para crear la superficie perfecta: “Para regar la arcilla es necesario conocer el carácter de la lluvia. Saber que la forma del riego debe ser semejante a una lluvia suave e imprecisa. Una llovizna, más bien, que deja caer sus hilos con una delicada intermitencia. De otra manera la cancha se empoza”, apunta. Mismo polvo de ladrillo, leemos en otro texto, que se hizo a partir de los materiales que pudieron haber sido un puñado de viviendas sociales. Mismo polvo de ladrillo, finalmente, que se transforma en un recuerdo, quedando a merced de las transformaciones de una ciudad. La cancha de tenis como los mandalas de arena tibetanos, con su perfecta geometría dispuesta para ser borrada.
El libro, ya sospecharán, se sirve de diversos materiales para su construcción, recurriendo no tan solo a lo que entendemos tradicionalmente como un poema sino también a la introducción de diversos injertos: anécdotas de tenistas o recortes de diarios, que hacen que Polvo de ladrillo flirtee también con el libro-objeto. Cuestión, dicho sea de paso, que parece ser una preocupación transversal para Libros del Pez Espiral.
Lo deportivo, finalmente, aparece acá desde una mirada lateral. Urzúa elige los bordes del tenis para hablar del deporte como fin y no como medio. El deporte, me atrevería a decir, como un arte que puede permitirse prescindir de la necesidad de éxito, encontrando otros móviles menos vinculados a las luces y las copas y la competencia que al puro placer de la ejecución. En el poema Roberto Mancilla leemos:
No se trata de entrenar
para ganar
para ascender en el
ranking
o para subir de
categoría.
Se trata de entrenar
para aprender a perder
para elevar la dignidad
de la derrota
para vivir en carne
propia
el sabor de una costumbre
nacional
Polvo de ladrillo vindica, diríamos, el maravilloso arte de perder. Como anota hacia el final del libro: “Eso, para mí, son el tenis, la vida y la escritura. Una derrota. Una derrota colosal e irredimible. Pero también una pequeña derrota. Una derrota leve, habitual, casi apacible”. Como trenes que se descarrillan o deportistas que no alcanzan la gloria, la escritura como ejercicio infructuoso, absolutamente inútil en términos de la efectividad de la comunicación. La escritura como error y desajuste. Como el mandala de arena o la cancha hecha con polvos de ladrillos, el tiempo –y la destrucción, puede que incluso el olvido— son sus horizontes. Pero sobreviven en esa insistencia, como la del que juega tenis con su sombra frente a una muralla: “En eso consiste el frontón: en / golpear tu propia sombra contra // el muro –innumerables veces— / hasta que tu cuerpo comience // a sentir el dolor de la sombra. / Hasta que te conviertas // en esa sombra o en ese muro / y no sepas si estás golpeando la pelota // o si la pelota te está golpeando a ti”.