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Lo
que Volantines echa a volar
Por
José Gai *
Circunstancias afortunadas. Muchas
veces en otros tiempos, de visita -o de regreso, más bien- en La Serena,
hacía una parada obligada en "Macondo", la librería de
Arturo Volantines. Era el único lugar en donde encontrar textos
sobre la historia, la geografía y las costumbres de la zona, materiales
que iba acumulando para proyectos varios. Otras prioridades espaciaron esas visitas,
pero este verano, invitado a la Feria del Libro como expositor, retomé
los contactos con Arturo. De él y de sus proyectos -más tesoneros
y fructíferos que los míos- había seguido enterándome
por las páginas
culturales de la prensa. Y en esta re-visita a La Serena -que tampoco, como las
anteriores, era una visita- di con su libro "Lo que la tierra echa a volar
en pájaros" (Ediciones Universitarias, Universidad Católica
del Norte). Sabía del poemario, pero no sospechaba la riqueza de su presentación
ni de su contenido.
Sobre lo segundo, lanzo algunos apuntes anotados sin
ánimo de constituir una crítica o un comentario. De partida, rescato
la vívida respiración de su rincón geográfico, la
Región de Atacama, vecina a la mía. Encontré palabras y descripciones
que me recordaban mis tierras, así como descubrí otras que me obligaron
a documentarme o redocumentarme sobre ellas. Eso sin hablar de las palabras compuestas
y las "comprimidas", que son un sello del libro y una de las pequeñas
piezas que van edificando su riqueza.
Hay además unos saltos temporales
que sorprenden y entregan nuevos ángulos para observar hechos que, literariamente,
conocemos desde miradores demasiado trajinados (por ejemplo, los que conectan
con nuestra tragedia del 73). Y está ese saludable hábito (saludable,
en especial, para los lectores) de que, en medio de una cierta atmósfera
que envuelve a un poema, se abran vetas imprevistas; algunas encaminadas hacia
rasgos lúdicos del lenguaje ("para irse en ti / despaldaseloro al
cielo."), otras hacia terrenos cargados de sensualidad. O de sexualidad.
Está también la presencia, que vuelve una y otra vez en
este poemario, de la época de la Guerra del Pacífico, y aun de otras
muy anteriores ("mi deseo de saquearte como Drake"). Me parecieron una
búsqueda y un derrotero muy valioso. Y junto a todo eso están los
puentes permanentes que Arturo Volantines tiende hacia la historia prehispánica
de nuestros valles ("deshacerme desde mi raíz de cobre/ y desde tu
greca de yegua cerámica"/), puentes que tienen, además, el
sólido respaldo de las ilustraciones y pinturas de Graciela Ramos.
En fin, hay tantos poemas que mencionar. Para no agobiar, sólo algunos:
el 47, con su homenaje a Celedonio Flores y con sus sorprendentes incrustaciones
("porque decía, entre el rouge y el vino blanco, que el barroco era
el clítoris de la modernidad"); el poema 18 (con la añorante
descripción de la ex "Marilyn", ahora convertida en "abeja
de casa" caminando por nuestra Recova); el 14, breve y emotivo: el 13 ("En
tus senos me refugio: soy el niño/ que ha quebrado un vidrio en el colegio."/);
o el 24, con ese gran tema de los viejos guerreros del siglo XIX ("Después
sopló el viento sobre/ los jotes: el desierto quedó allí:/
huérfano. Ahora sí te las trajiste:/ venir a ser notoriamente algarrobo.").
Como ya está dicho, qué circunstancia afortunada haber descubierto
este libro lleno de "Volantines" que se desplazan libres en todas las
direcciones.
* José
Gai es periodista, pintor, ilustrador, humorista gráfico, autor de la novela:
"Las manos al fuego",
finalista del Fondo del libro (Tajamar Editores,
2006).