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Verde Norte

Por Christian González Díaz
Chile Chico.

 

El ejemplar de Ediciones Universitarias de la Universidad Católica del Norte; “El burro y el Diablo, Arqueo de la Poesía Contemporánea de la Región de Coquimbo”. Selección y Notas del Patrimonial del Norte Arturo Volantines, llegó a mis manos por el generoso Leo Lobos en una visita a su casa. Mirábamos el gris y verde desde la ventana del departamento en lo alto del edificio, estábamos con mi novia Valeria Ahumada, quien tenía entre sus manos las primeras páginas de su novela “Leticia de mi vida”. Con Leo ordenábamos la música que acompañaría las letras del primer ejemplar en Chile de Aprendizaje del Aire, Poesía Brasilera contemporánea que había llegado por la mañana. Angélica Santa Olaya, que tradujo junto a Leo la poesía de Tanussi Cardoso, telefoneó temprano para avisar que estaban los primeros ejemplares disponibles en las embajadas de México y Chile, para que pudiesen retirarlos. La mesa llena de libros, dejó ver la memoria de la poesía de la región de Coquimbo, una tarea común de abrir el infinito, un recorrido por un quinto de los cultores de la poesía de la Región y efectivamente una puerta al infinito contemporáneo del Norte. Imaginé que encontraría en el listado a la poetiza Marieta Morales, más recordé que si bien nos conocimos en la arenosa tierra de Coquimbo, ella venía de un Norte más allá de este Norte.

El Norte verde parte ejemplarmente esta recopilación, los valles dulces con su blanca risa en el umbral de la pampa, según gráficamente nos cuenta Eliana Durán, entre el río Reservas, el ángelus que gime el amor sin presente, nos despierta un día en la memoria. El retrato de la abuela era dulce siempre, y lo es ahora saludando en la distancia. La calavera de Mario Ramos Figueroa, el profesor y orientador de la vocación del Norte, tembló cuando supo que quería ser su espejo y reclamó no haber escuchado nada, en el infinito girar de su rueda, en sus sueños en colores que exigen la libertad, cuando aún no aparece el día, la noche y el hambre. De Los Vilos Bernardo Tapia Rojo, pesca, se hunde en el mar la cosecha plateada de sus penas y alegrías, de su pequeña nave emplumada, para volar con nosotros, acoger el silencio, amar sin culpas, como el trovador a sus letras y guitarras itinerantes.

TODO ESTA BIEN, contesta con nostalgia Teresa Blanco Fernández, después del señuelo, el devenir, la mismidad y paralelo al paralaje en espelunca. Como el verso de amor que se desflora en la boca, la leo llamar, llorar con ganas por la era fría de este valle. Derribando el bosque, nací para quedarme dice Juana Baudoin. Nací para andar el valle, para amar el aire y las piedras del camino.

Punto aparte es la reseña que entrega la capitanía de los pájaros, el retorno desde el alba, la garra de León, un tren y unos caballos, rumor de un latido de Jorge Zambra que se une a los rieles envejecidos del desierto, con los dolores de la edad y las respuestas vitales de Dinko Pavlov, que son preguntas a las seducciones mutuas, al rito terminado temporalmente, dispuesto ahí para ser pulsado por los violines en concierto, en la estación amatoria, en la estación oceánica. Para quién se atreva a lanzar la primera piedra de los versículos, antes de Walter Hoefler de origen valdiviano, regresa a las palabras para hacer todo posible, a la poesía y el instante en que ella aún no nace; el lugar que habita el cuerpo sobreviviente, poema de palabras de advertencia de un insomnio lejano para Ojeda y Teillier, los Jorges de ahora. Muy temprano aún para no despertarlos, salté cenizas, al rey de la luna lo dejé confidencialmente.

Llegó en tren Elquino, del Valle lejano con su espejismo azul en el viaje inagotable de Dina Moreno. Cual paisaje de Guayacán, Voluptuosa y espiritual en el verso, verso herido en la estación del tiempo, verso herido de la andadura por los poemares, verso herido de los pecados cordiales. Disfruté con las bellas y los orates de Julio Piñones-Zarabia con su corazón que resiste. Me encontré como si hubiese nacido en el Norte, o formara parte de sus familias, de sus historias, de sus valles y arenas, de sus tradiciones y sus mitos con Guillermo Pizarro Vega. Encontré mis letras en sus versos, mis silencios, mis bosques de cerros y me dijo que el espejo era una trampa, que devuelve la imagen quebrada de la miel de su magia. Airosa su historia, mi historia que busca la greda del tiempo. Con Sergio Godoy, el loco de mi pueblo escribía, somos lo que pensamos de los ríos del tiempo, renegados y hambrientos exigiendo migajas. Bartolomé Ponce nació en Coquimbo entre voces Quechuas y Aymarás, buscando papas, no migajas, no trigo como las torcazas. No lirios como Wilma Borchers que encontró fragmentos de una interminable hilera de corderos, bajo el árbol del paraíso encontró otros fragmentos, se sintió bendita junto a la cabellera roja de su madre y Carrot que la seguía susurrando. Hoy es el primer día del resto de tu vida, de la primera a la cuarta indecisión. Comienza seguido el caos. ¿Para dónde voy? Voy a buscar los tesoros del Aguaraiba, dijo primero Juan José Araya a la mujer de cobre, en el vuelo preñado de nuevas esperanzas, a los tiempos de Samuel Nuñez, el rockero que lo sigue, la otra orilla al acecho del doble de textos.

Sergio Fernández Olave, parte con su pájaro invisible, que mira invisible el camino al otro continente, con sus pies congelados, frente a frente preparados para el combate. La ventana que besa el tiempo de su alma formando un cuadro en el universo. Surgen palabras explorando el silencio, vuelos sobre pétalos de la aurora transparente. En la otra vida, ¿Dónde está el amor? pregunta, residiendo en La serena, Luis Macaya, con graciosa dulzura la sangre recuerda los balazos al amigo que quiso tener para siempre. Escuché que dijo en la playa Caupolican Peña, pasaste de la estación de la memoria, con algo para la mente al Elqui, universo del Valle; sentado en un escaño del tiempo, porongo, altivo, como un volcán dormido por la tierra de los sueños. Oscar Elgueta comenzó con estación empalme, para olvidar la fe de erratas y concentrarse en la pintura de Pollock, el grabado del mundo que conocí desde el hotel que trajo la muerte, la calle sola de vientos y huelgas en Ovalle cantando bajo la lluvia. Encontramos aquí a Ramón Rubina. Declarando con su cuchillo de piedras, caliente de esperas. En esto del amor, de los boleros de la locura, interminable oscuridad en su cabeza, enciende una lámpara de sangre en el barrio. Como construyendo un cementerio en el desierto, Susana Moya deja su palabra en una fosa común, fosa común de su pueblo pobre, para habitar apiñada con los huesos ahí en su hondura cálida, cotidiana y ausente en la profundidad de lo que importa al vientre abierto del paisaje.

Lo cobarde y lo osado, dice Oriana Mondaca suspendida en la frontera del desencuentro con las mentiras, de la metamorfosis que maquilla los trasnochados, esta tarde que opta por la vida, espera la venida, el parto, la nada en el espacio errante. Últimas máscaras de una vida, a veces cuando muero, escribió Yanny Morales del techo colgando para esperar el adiós, las olas rojas que esperan el sabor a la muerte, por si te faltará la voz de los ángeles perseguidos, agotados, torturados de una medianoche vacía. Radicado en Ovalle desde los tiempos difíciles Wilfredo Castro Fernández, vuelve una y otra vez a la cima, en el fondo de la sombra oxidada de su valle de mariposas, cristales y cumbres en el fondo de sus ojos. Infancia de papel de Rodrigo Durand lo preserva para siempre en La Serena, los montes coronan la cabellera verde de poesía. Sabe que el Monarca odia los versos de la lucha de su pueblo amado. Alicia Mondaca gesta que todos podamos ser poetas en el tiempo, por el eco desnudo de lo eterno, en la noche oscura del amor, sin templos, con sed, retorna al día, la tarde, la noche del alma en tres discursos, Andacollo está lleno, dios tiene negro a su sirviente. Antes dejé de mirar, se me juntaron las letras hasta que encontré a Iván Mendieta Rivera, desertando de los tiempos del ir y venir de los roles, de las flores silvestres, de la esperanza entonada en canción para aún después de que la muerte regrese; Javier del Cerro ve televisión en vez de volar libre como las aves en la boca de un gato negro que le roba la vida. No lo vio el vigía del sur. No alcanzó a ver Javier Milanca, sus letras parecieron antes del final de las letras extranjeras que se suman a las nuestras, a las de Guillermo Gálvez, una de las tantas existencias artísticas en la esquina certera del verso, que mira arriba, se cae del cielo, que no quiere virar y encontrar el camino de regreso a la vida, permanece en Transición como la oruga. Jimena Herrera Abett de la Torre, sabe de leyendas, sabe de su pueblo, posee postales y poetas, seres que pocos han visto, reflexiones que no la exculpan de sus faltas, que no son errores, son carencia del vientre, de afecto permanente y necesario. Raúl Kastillo vuela por las calles inexistentes, ofrece fruta, ruido y da paso a Víctor Arenas porque también los astros regresan de la muerte para pasear entre sus continentes, pasean por las serenidades hasta que la luz se apaga inútilmente. Eduardo Duarte Yáñez, llama a la dama desnuda, se admira y descubre que morirá algún día. Benjamín León compartió su año de nacimiento con el polvo, con la madera fresca, con las rosas de Irak que nacen con los niños, conmigo, con su llanto en las arenas, con la ramera triste que no llora. ¿Por qué siempre estamos tan cuerdos? preguntó Mauricio Bruna. Contestaron los árboles, la miel y las lancetas, que germinan como la piedra que de un árbol nació. Andrés Pulgar en el umbral de obituario esconde un desfile de cadáveres y traza la primera línea en calles de pueblos imaginarios en el mes de octubre, con acuarela dibujó una plaza llena de poros de inocencia, que inician los mundos imaginarios en la mente de los lectores de “el burro y el diablo”.

Yo por mi parte contemplo en infinito norte y sus bondades. Plasmadas por un gran grupo de poetas arraigados a este libro por Arturo Volantines que del Norte es su lumbrera en el soleado día y en la estrellada noche. Pretendo con este texto instar a la lectura de la arna movediza de los vientos del norte, en un excelente ejemplo del rescate de las raíces regadas por la noche en el desierto verde del Norte.

 

 

 

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