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Arturo Volantines | Autores |

 

RAMÓN ARANCIBIA CONTRERAS
EL POETA DE LA REVOLUCIÓN CONSTITUYENTE
1859

Por Arturo Volantines

I

Al grito de “Viva la Constituyente”, cayó con múltiples heridas de bala y sable, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Constituyente, el poeta Ramón Arancibia. Con un grupo de soldados atacameños atacó temerariamente cuando la derrota asomaba. Se peleaba cuerpo a cuerpo entre los faldeos del Cerro Grande y las haciendas y murallones del sector. A lo lejos, se asomaba la Portada de La Serena. Ese puñado de atacameños con corvo en mano se batieron a muerte, como había sido fundamental y dramático en el triunfo en la Quebrada de Los Loros, pero está vez ya era muy tarde. El General, Pedro León Gallo no había querido que sus tropas lucharan corvo en mano porque significaba muchas bajas. Esto decidió la batalla de Cerro Grande, y no sólo por la evidente traición, tanto en la pólvora falsa en las armas como por los santiaguinos que no se plegaron a la revolución. Ramón Arancibia comprendió que con un acto de arrojo podía cambiar el destino de la batalla y de la revolución; pero, ya era demasiado tarde, y murió con los versos de “La Constituyente” en sus labios. Era media mañana del 29 de abril de 1859.

Varios poetas se plegaron a la revolución; se dice que fue una revolución poética realizada por poetas. Pedro León Gallo escribió notables sonetos; Guillermo Matta era un poeta internacional; Valentín Magallanes tuvo grandes responsabilidades en la revolución; el poeta Ramón Escuti Orrego escribiría notables versos a los Zuavos de Chañarcillo; pero el autor esencial de la revolución fue Ramón Arancibia, autor del himno revolucionario y marsellesco, denominado: “La Constituyente”, que las tropas y el pueblo cantaban hasta hace poco.

Ramón Arancibia fue poeta desde siempre. Al llegar a Copiapó escribió versos a su amada, cargados de ternura y modernismo. Estos versos ubican al poeta dentro del apogeo y madurez literaria chilena. En esa época se estaba desarrollando en Copiapó la primera Generación literaria chilena; y, además, contaba con el primer crítico literario del país: Rómulo Mandiola. Los versos del poeta a su amada, dicen: “…Cuando presa de penas amargas/ yo me arrojo en mi lecho ¡hay! helado,/ le pregunto a ese rizo dorado/ donde yace mi dueño que fue;/ yo le estrecho a mi labio ardoroso,/ de una queja percibo el reclamo/ y una lagrima ardiente derramo:/ fue delirio, perdióse mi bien”. Esta media octava cargada de romanticismo habla por sí misma de la capacidad estética que había logrado Ramón Arancibia, y también nos dice del desarrollo cultural que tenía Copiapó.

II

En el Diccionario Bibliográfico de Pedro Pablo Figueroa, Tomo n°I,(cuarta edición, 1897), aparecen datos significativos de la biografía de Ramón Arancibia.

Nació en Santiago, el 28 de enero de 1836. El capitán de caballería de la Independencia del mismo nombre era su padre; su madre se llamaba Isabel Contreras. Pasó su primera infancia en Melipilla, y se educó en el colegio particular de la familia Orrego. Desde pequeño estuvo cerca del ejercicio militar. También de esa época fue su interés por la poesía. Escribió profusamente, lo que le permitió tener un carácter reservado y de clara inteligencia. Desde niño tuvo una madurez abismante. Volvió a Santiago en 1846, a seguir sus estudios. Se destaca con un discurso alusivo al 18 de septiembre. Ingresa a la Escuela Militar y permanece hasta 1851, en que se convirtió en Alférez. En marzo de 1858, llegó a Copiapó en calidad de Teniente de línea.

En el “Copiapino” escribió artículos oponiéndose a las formas prehistóricas y crueles de Juan Vicente de Mira. Obviamente, apareció el poeta, y eso le trajo duras consecuencia en el rigor militar. Después de Mira, Silva Chaves(Chávez) continúo su afán represivo. Ramón Arancibia, como muchos otros atacameños, terminó en la cárcel. Fue trasladado encadenado a Santiago, acusado de deserción. Fue encerrado en el Cuartel de Granaderos. Varios meses después fue liberado y expulsado del ejército. Regresó a Copiapó, y se sumó a la revolución al lado de Pedro León Gallo hasta su muerte.

La rigurosa formación militar; su pasión y el deseo de cambio de la constitución; su deseo de que la educación fuera pública y que la región pudiera disfrutar de la riqueza que extraía de las ricas minas de plata; su inspirada cultura en la modernidad y en la Revolución Francesa; su influida cultura en las tertulias del federalismo: traído por los cientos de argentino exiliados de Rosas; su propósito de que las máximas autoridades de la Provincia fueran elegidas por el pueblo, hicieron marchar a Ramón Arancibia en la cabeza de la revolución y convertirse en Jefe del Estado Mayor del ejército revolucionario con el grado de Coronel.

Se destacó en la Campaña de Pichincha y Caldera; en el paso tremendo por el desierto camino al sur, pasando por Huasco, Pajonales; en las escaramuzas de La Higuera hasta la gloriosa Batalla de la Quebrada de Los Loros. Le pidió a Pedro León Gallo encabezar el combate con el Primero de Línea en forma de guerrilla; y, luego, de perder muchos soldados se unió al ala derecha del Batallón Cívico, donde vio caer herido a Pedro León Gallo. Fue cuando dejaron los fusiles y corvo en mano, lucharon cuerpo a cuerpo por los arenas de esta quebrada hasta el río Elqui, cambiando el curso de la batalla. Este memorable hecho —que se convertiría en habitual en los atacameños— decidió la batalla a favor de las fuerzas nortinas. El pueblo vivió la gloria —dice, Manuel Concha— de derrotar al bien armado ejército nacional. Escribió, entonces, Ramón Arancibia, el famoso “Boletín de la Victoria”, que quedara como testimonio de una de las hazañas más destacadas de los hijos de Atacama y de Coquimbo, que dan honra y gloria entre las batallas memorables de la civilización. Sin embargo, particularmente tenemos que agradecerle a Ramón Arancibia, una de las piezas mayores del patrimonio de Atacama: “La Constituyente”.

III

El día 13 de febrero de 1859, en la noche, —dice, Pedro Pablo Figueroa, en su Historia de la Revolución Constituyente—, en el Teatro Municipal de Copiapó, donde actuaba la “compañía lírica” italiana de Feretti, y que colocaba en escena “La Traviata”; al empezar la función, la orquesta que dirigía el maestro y compositor, Ángel Rabagliati, ejecutó “La Constituyente”, —cuya música había sido preparada por Billet—, y los coros de dicha compañía elevaron este himno al cielo y a la inmortalidad.

Desde entonces, esta Marsellesa nuestra, se entonó profusamente por el pueblo durante algunas décadas; y, luego, la continuaron los arenales con el viento de Atacama; y, ahora, está volviendo, paso a paso, en una marcha que vuelve del olvido. Como aún no tengo la música, yo la canto acompañado por el Allegro assai vivace de “La Coral”, symphony n° 9, de Beethoven.

“La Constituyente” está compuesta por 7 estrofas, con aire de “octavas reales”(ocho versos), endecasílabas, de rimas irregulares, y la primera estrofa es el “Coro”. Indudablemente tienen relación con las “octavas musicales”. El “Coro”, o sea, la primera estrofa, no es endecasílaba ni tampoco algunos versos posteriores, pero es notorio su acento y espíritu de las “octavas reales”. Estas octavas son de origen italiano, especialmente del Renacimiento, donde fue señero “Boccaccio”(1313-1375) y en España: Garcilaso de la Vega y Juan Boscán, entre otros. También, tienen relación con la “Canción de Gesta”. Son cantos guerreros a un pueblo o a una lucha; también se pueden referir a las “odas”. Este himno atacameño también tiene relación con las “octavas reales”, por la inspiración y exaltación como en “La Araucana”. Su estructura literaria es semejante al himno nacional de Chile. No da cuenta de una historia completa, pero si da un fulgoroso inicio. Lo más hermoso es lo que anuncia que vendrá; que todavía vendrá como una profecía.

Pero, no sólo buscaba este himno la exaltación, sino ser —como lo señala, ese maravilloso cerro copiapino y argentino, llamado, Pedro Pablo Figueroa—: “un evangelio político que encierra las más trascendentes reformas constitucionales que aún hoy son un ideal de la patria”. La primera estrofa ya deja claro que es el pueblo el protagonista de la historia; es el pueblo el que hace la revolución. La intención a lo menos poética de “La Constituyente” va más allá de las reformas; busca crear una nueva patria. Dice el “Coro” o la primera estrofa: “Alcemos nuestras voces,/ cantemos la esperanza,/ luchando por la alianza/ de patria y libertad./ Que el voto noble y santo/ que pide una Asamblea/ Constituyente, sea/ el canto popular”.

La segunda estrofa da cuenta del esplendor fundacional de la nación que luchó contra el extranjero; exora nuevamente a luchar. En la tercera estrofa, homenajea a Los Libertadores, y reivindica el deseo de un país mejor para nuestros hijos. En la cuarta, llama a la unidad del pueblo y a recuperar el respeto. En la quinta, exhorta a reformar la constitución. En la sexta, pide el derecho del pueblo a elegir libremente a sus autoridades. Y, en la última estrofa, llama a terminar con los “mandones” del centralismo y a construir un país noble y culto: “Cese el pueblo de ser el juguete/ de mandones sin ley; verdaderas,/ las palabras (hoy vanas quimeras)/ democracia y justicia serán”. Luego, en vibrante final, dice: “Y volviendo a la patria sus fueros,/ se alce Chile con noble entereza,/ y sus hijos con fe, a su cabeza/ un gobierno ilustrado tendrán”.

Indudablemente “La Constituyente” es un himno de esperanza, de hambre de justicia y libertad; expresa el deseo de un pueblo de ser parte de una nación libre, democrática y fraterna. Tenemos una moneda, una bandera, un territorio que costó sangre de 4 pueblos hermanos y este himno nacional. ¿Qué nos falta?

Con esta recuperación, Ramón Arancibia entra por la puerta ancha a la historia de la literatura atacameña, y con tan notables versos: “… de Patria y libertad”.

IV

LA CONSTITUYENTE*

Por
Ramón Arancibia

Coro

Alcemos nuestras voces,
cantemos la esperanza,
luchando por la alianza
de patria y libertad.
Que el voto noble y santo
que pide Asamblea
Constituyente, sea
el canto popular.

Estrofas

La nación ¡oh chilenos! que un día
vencedora paseó su bandera;
la que libre y dichosa se viera
del progreso en la vía marchar:
Esa patria que un yugo extranjero
destruyó combatiendo incansable,
¡oh vergüenza! un mandón miserable
hoy la obliga de nuevo a luchar.

De los hombres que patria nos dieron
con su sangre, el ejemplo sigamos;
libertad y justicia heredamos,
nuestros hijos las tengan también;
reivindiquemos de patria los fueros,
que el poder vilipendia sañudo,
con la unión general ese rudo
despotismo sabremos vencer.

No con sangre de hermanos manchemos
nuestro suelo, mansión de los bravos;
no merecen los pobres esclavos
del gobierno, la guerra encender:
Que la unión, la justicia, el derecho,
con nosotros están en batalla,
y ellos nunca osarán esa valla
atacar en su triple poder.

Esa carta, mezquina y tirana,
vil resabio de una era sangrienta,
de que abusa el poder que sustenta,
que se llama la Constitución;
se reforme por hombres patriotas,
ilustrados, que el pueblo proclame;
los tesoros que allí se derrame
de justicia, libertad y unión.

Venga a bajo la hipócrita carta
que un solo hombre el poder ha confiado,
con sus leyes absurdas; que ha dado
los estados de sitios también.
que el poder se divida, y que libre
pueda el pueblo escoger sus Congresos,
sus cabildos, sus jueces y aun esos
mandatarios que hoy nombra sólo él.

Cese el pueblo de ser el juguete
de mandones sin ley; verdaderas,
las palabras (hoy vanas quimeras)
democracias y justicia serán.
Y volviendo a la patria sus fueros,
se alce Chile con noble entereza,
y sus hijos con fe, a su cabeza
un gobierno ilustrado tendrán.

*Versión que aparece en la “Historia de la Revolución Constituyente (1859-1859)”, de Pedro Pablo Figueroa; Santiago, Imprenta Victoria, de H. Izquierdo y Ca., San Diego 71; 1889.

Se ha actualizado la ortografía; se han rebajado las mayúsculas al inicio de cada verso, y se conservan las cursivas de algunas palabras.

 

 

 

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1859.
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