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INVENTARIO DE ESPECIES
(selección)

Ángel Valdebenito Verdugo

 

Abatido

Abatido es un pájaro de colores grotescos, cuyo canto no cumple función alguna en su entendimiento con el medio externo o el resto de su especie. Canta por desprecio a sí mismo y eso le complace. Baila mientras los demás lo hacen, mas no es su baile, su momento ni su ritmo. Y aunque los ojos miran hacia adentro con pesadumbre, él muestra sonrisa y deslumbra protocolo. Porque el plumaje puede a veces parecerle - según la intensidad luminosa o el encantamiento de la imaginería - su traje mejor lucido y entonces él puede sonreír, hacer pose y hasta incluso parecer coqueto. Pero no es más que un despojo de sí mismo, un harapo zurcido por sus propias manos. Algo leve e insignificante le hará reír de vez en cuando y él dirá que es su mes, su ciclo de buena racha, sin embargo, bastará un minúsculo gesto de normalidad adversa para revolcarle la esperanza y deshojarle una a una esas escenas imaginarias que Abatido goza en montar.

Se mostrará sensible ante la música y las cuestiones sociales, pero ¿habrá acaso en él una inquietud más allá del fracasado impulso de sus propios huesos, cuando aún revuelve el nido preguntando si le está dada la capacidad de volar? Muchos dirán que es una ignorancia pretender que un Abatido vuele o alcance al menos el valor para intentar un aleteo. Que "dormirá al amparo de las bestias benefactoras", que "reirá entre los animalejos del sector mortuorio y deambulará entre ellos como un nativo..." "Pactará con los seres del claro y se hará fuerte como un rapiña" dicen de él las aves más hermosas, pero Abatido sigue el curso de su inmundo picotear. Y arrulla en él una imperfecta esperanza. Y reniega para sí el oficio de los demás. Y refunfuña..., pero no vuela.


Conclusiones del vulgo

1.- Que todo este silencio ya es sabido.

2.- Que la futilidad de nuestras esperanzas se discutirá en el corto plazo.

3.- No practicable el arma,
ni el sueño.

4.- Ligera obstrucción no amenaza destino,
por tanto,
forzar curso propio y ajeno en pleno derecho.

5.- Casa propia sitiada
no arriesga conciencia.

6.- Criamos padres y soldados que algún día nos darán remedio.

7.- Hablamos en clara lengua bien obedecida.

 

 

Doméstico

Se ha escrito mucho acerca de mis costumbres más convencionales (saludar con un sinuoso movimiento del brazo derecho y un bramido corto, encoger el cuerpo hasta el límite en señal de descontento, etc.), ocultando en cambio aquellas menos respetuosas de la tradición protocolar de nuestra especie. De ahí el silencio ante mi afición por la estrategia bélica.

En las escuelas, los dibujos me representan como un ser sumiso y amigable, apenas corrompido por un inextinguible apetito. A espaldas de aquello está lo más honesto de mi vida: colecciones de carros de combate, libros sobre armamento, mapas colgando en el taller, réplicas de los soldados de terracota y otros tantos artículos comprados, hechos y recogidos durante años. En tanto, el gesto de mi mano frente al espejo ya no es rígido ni solemne, aletargado por el sopor de las multitudes, no alcanza para emular a los vigorosos generales cuyas historias tanto me apasionan.

Recuerdo un día de infancia con sonido de tambores tras el corral. Llegaban a mí las severas voces de un ejército cuyos triunfos más tarde conocería. Territorios conquistados con esfuerzo y numerosas bajas; nuevas regiones y riquezas para las manos abiertas de la nación que hoy impone la pasividad por decreto, el protocolo, la opacidad de las voces; capitulación ante una civilidad absurda. El humo de la conciliación satura las ciudades con su desprecio por la tropa. Así, proscrita cada criatura que honre las armas, nada queda más que callar ante las gentes, esperando la noche para vestir uniforme frente al espejo y ensayar posiciones en una estrecha habitación, con diminutos batallones esparcidos por el piso.

 

 

Educandos

Nos vociferaron gravemente:
"Darás a cada día un pedazo de tus sueños".
De ahí en adelante, nada.
Ni una palmada o mano siquiera
para uno pensar:
"Están ahí atentos siempre
y reabrirán los libros aquellos",

pero nada,
tampoco hicieron sonar sus palmas
y nosotros
ya héroes de nuestros vulgares días,
reescribimos los libros
y revisamos el sentido de cada frase
en las rondas y poemas,
conviniendo una nueva forma para nombrar las criaturas,
cambiando incluso el compás
en el crispar de los dedos.

Luego ellos reaparecieron,
pero habíamos avanzado lo suficiente
y teníamos un pedaleo casi espontáneo.

Los vimos murmurar entre sí con intención de hablarnos,
pero nosotros los miramos con rigor
y los echamos de casa:
"Para que anden -dijimos-
para que aprendan".

 

 

En el baño del trabajo

Un cuerpo entre baldosas
puede temblar de frío
o de impaciencia,
caerse de sueño,
pararse espejo al frente,
encogerse sin aliento
o al fin,
quizá rendirse
ante su propia mirada
de animal recién cautivo.

 

 

No eran ellos quienes estaban, pero a veces sí estaban y miraban las ventanas de reojo y de frente nuestros cercos y los sacos apilados por la orilla, repletos de arena o tierra, mismos sacos que a sus ojos el rostro nuestro iban tapando. Claro, después de formar por la mañana e iniciar actividades con premura nos llevaban por escuadra hacia los patios, y sentíamos los gritos, los insultos, señales torpes suyas que no nos fascinaban. Y así por los patios, éste como aquel corriendo a igual manera y sus señas siempre, sus farfullos; tropel lejano que nos miraba entre risas, en tanto encerrados bichos o mocosos de turno, pisando a ritmo seco las callejas de la patria.

Pendencia

Ese ruido de fondo
que escuchas
es mi familia.

Colgados de pies,
la rodela va moldeando sus palabras.

Ya no más hijo,
pan,
portón de fierro.

Ya no más catre,
madrugada,
agua o cortina.

Ahora, la paz del duelo sea con nosotros.
Remedio para el hastío será el llanto
en pendencia derramado.

Pero no olvidar el brillo en los rodamientos,
para que el aire de mi familia
siga avanzando sin pronóstico.

 

 

Piedras

Nos llega el sol.
Nadie sabe como afrontarlo.
Somos un puñado
(cada vez más disperso)
de voces iguales tiradas por el patio.

Gente afuerina ha dicho
que nuestra vida es una jaula.

Comemos tarde y torpemente,
bajo un mismo cielo
y sobre la misma gravilla.

Por las mañanas,
recogemos escombros que asemejen personas,
para emparentarlas
y separarlas según nuestra voluntad.
No abandonamos este juego al crecer,
por lo demás
no envejecemos hacia arriba,
sino incrustándonos en la tierra
gradualmente,
hasta que sólo queda al aire
el brazo menos diestro
que en vida hayamos tenido.

Alrededor merodean los niños
y los tábanos.

Gente afuerina dice
que moriremos asoleados.

Púberes jugando al eclipse,
con las manos sobre el pecho de la hermana.

¿Qué designio,
en la liviandad de nuestras guerras,
pudo corrernos por el patio a varillazos?

Entonces el temor
no fue tan grande balde
de agua fría
para acallar la jerigonza del capricho.

Manera de volver silbando atentos,
con polvo en las manos
y la lujuria oculta en el bolsillo,
como manopla.

 

 

Quien viaja en frágil nave
por aguas de interior,
vuelve pronto,
espantado,
como fiera que al morder el propio cuerpo
comprueba el abismo inconquistable
de su ira.

Trincheras provisorias

1

Camina por una fosa cavada a propia mano.
Día en que se amanece matando indios.
No apagando tales fuegos,
luego cocinen bien espeso para la cena
y enmiéndenle el rumbo a esos baldes
por la extendida fosa.


2

Yo improvisaba mis temblores bajo el agua
en cada amanecida.

Llamaba a mi hermano contando :
"Ayer matamos indios"


3

De todas formas no se pierde nada, se sabe que hay que cuidarse ¡Vivo al ojo! y si les da por entrar responda al tiro.


4

La ronda de cigarros pide más cuerpos.
Puntudas, filosas manos entre la niebla.

Ahora tú apareces en un pasillo con guantes verdes
y el cuerpo acurcunchado.
Tienes un amigo de apellido Inostroza
y te acercas a él.
Ahora tu voz rebota entre Huaquimilla, Sanhueza, Catriñanco…
Para avanzar, para alejarte
te vas con ellos.


5

Yo no sabré, tío, cual será el fruto de estas melgas.
Ni qué valor tiene ahora esta pala chica.
Pero si quieren entrar los hacemos polvo.
Así la nieve, la lluvia, la piedra, el frío.
Así los maricas durmiendo en las capitales.

 

 

Varios

I

Violencia es el crecimiento interior de las criaturas.

III

Rayos
para un espejo que no reflejará más muerte
que la propia.
Silencio
para las hormigas del guardapolvo.

V

Agonía no es otra cosa
que el aleteo resignado
de un insecto
engullendo de una vez
la vida
que le queda por delante.

VI

Solcito enterrado a medias.
Intemperie.

X

El silencio se preñaba en la aspereza de las sillas.

XI

Las tazas,
con restos de té
sobre la mesa de madera,
aún no han sido alcanzadas por el sol del mediodía.

 

Ángel Valdebenito Verdugo, Freire, 11 de octubre de 1978. "Papeles de la Villa Hostil" (Pewma Ediciones, 1999). Miembro del Taller Santa Rosa 57. La presente selección de textos corresponde al libro "Inventario de Especies", próximo a publicarse por Alquimia Ediciones.


 

 

 

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Inventario de especies.
(selección)
Poesía de Ángel Valdebenito Verdugo.