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PERRO
DEL AMOR
Por
Arturo Volantines
El texto de Oliver Welden, Perro del Amor, fue publicado en
abril de 1970, en Antofagasta, por las Ediciones Mimbre-Tebaida, con
el auspicio del departamento de Artes Plásticas de la Universidad
de Chile, sede Antofagasta. La edición fue proyectada, impresa
e ilustrada por el poeta visual, Guillermo Deisler. Este libro -que
sigue resonando- resultó ganador del Premio Nacional "Luis
Tello", en 1968, en el concurso de la Sociedad de Escritores
de Chile.
Oliver Welden junto a Alicia Galaz, Ariel Santibáñez,
Miguel Morales Fuentes, Luis Moreno Pozo y Guillermo
Deisler son los mayores responsables de la revista más importante
de la historia de la literatura de Atacama, Tebaida. Circularon
8 números, y el golpe militar dejó en imprenta el número
siguiente.
El texto está dividido en tres partes.
El primero, llamado "cadáver con fruta", el poeta
dialoga con el "otro": el perro, el "hijo de puta",
etc. Tiene una relación con la muerte, el esperpento y lo contrapone
con la cotidianidad y su supuesta continuación: es como si
el hecho, aunque sea muy relevante, no cambia, en un existencialismo
irónico y casi ridículo, donde la angustia y el hilo
de la vida son tremendos sólo para el que las vive, para el
sujeto que oye morir y su vómito va cuesta abajo; pero, definitivamente,
no para nuestra sociedad, porque pareciera que afuera corre la vida
bañada de sol: "Las moscas ocultan el corazón/porque
el corazón es una magnífica bosta".
La segunda parte, llamada "de un tiempo a estas partes"
es un relato familiar, donde habla del padre golpeador, del miedo,
de la infancia, del niño que ve a su hermana agonizar, de escuchar
el ruido del plato en la sopa y de algún cadáver que
quiere volver aparecer en la foto. La tensión de un espacio
detenido en la conciencia del hablante es estremecedora. Es posible
que el poeta nos diga de su propia interioridad, pero -como en El
Grito- sigue allí, transmitiendo el desamparo y las huerfanías
del cuerpo. La patria de la infancia también puede contener
el suicidio del alma.
En la tercera parte denominada la "manzana del gusano" es
el perro que habla, que "perrea por amor al hueso". Pero
no es por sólo el lenguaje casi tosco, agresivo y penetrante,
sino por la profundidad de lo entregado y de lo delirante: de lo que
se está dispuesto a sacrificar. Tal vez sea una feroz disposición
a perder todo en el oficio de amar, un caballero andante "huyendo
y persiguiéndonos con palabras", pero no tal lucha por
lo bello sino tal desnudez o fuerza para amar. Dice: "Amo la
coronta de la manzana comida por ti/y, dejada en el cenicero, entre
mis colillas,/con sus pepas y tallo olvidados,/ como para que yo simplemente
los mire/y recuerde que donde ahora estás no es lejos,/pero
que nunca conoceré el camino".
La tercera parte, da el sentido al libro. Pero si la poesía
es esencialmente significante es notable -y de lo más logrado
en la literatura del Norte-, la segunda parte, porque no hay duda
que la complicidad, entre el autor y el hablante, determina, casi
a pesar del constructo, la magnitud del hecho estético. Tiene
el texto, además, alguna semejanza con los versos de Teillier,
en cuanto a no prestarles demasiada dedicación en sí
y ponerlos al servicio de la atmósfera; yendo a cierta vanguardia,
más cerca de Parra, en lo coloquial y lo irónico, y
triangulando mejor con los poetas del ´60, logrando que algunos
de sus poemas sean de lo mejor de esa Generación.
Este importante libro -como casi todos de las Ediciones Mimbre- es
ya patrimonio de la literatura del Norte y también chilena.
Oliver Welden es un ejemplo notable de artista, ya sea en Tebaida,
en su ética poética y en su consecuencia social. Indudablemente
el exilio hizo un daño mayúsculo al dispersar a la Generación
de Tebaida. Y esto provocó un tremendo aislamiento a las generaciones
posteriores de Atacama; especialmente, la del ´80, a la cual
le ha tocado bailar con la dictadura y la "fea". Y esto
explica, en parte, su retraso respecto al resto del país, pero
sólo eso. Sin embargo, símbolos como Mario Bahamonde,
Guillermo Deisler y Oliver Welden pueden ayudar a (re)construir y
construir los puentes, para llenar los vacíos de la literatura
atacameña: descendiente directa de los geolectos y del lenguaje
visual de los pueblos tutelares del collasuyo.
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Por Javier Campos