ARTURO
VOLANTINES;
"LO QUE LA TIERRA ECHA A VOLAR EN PAJAROS"
Ediciones
Universitarias - Universidad Católica del Norte
Por Ariel Fernández,
crítico de arte.
Este vuelo metafóricamente alado, es una epopeya que integra
lo volátil, lo terráqueo, las raíces de la memoria
en la proyección infinita del acontecer. Nada existe sin su
otredad, ser en movimiento, lo Uno y la Diada indefinida en Plotino.
Poesía hecha con las manos que delinean formas, acarician imágenes
que brotan en la piel sensible del desierto florido, mientras el hálito
de las cosas, fluye y fluye arrastrando todas las estaciones de un
paradero atemporal, gestualidad frutal para hallar "en el cielo
de tu boca/narcisos volando del monasterio del bosque". Convoca
a la Naturaleza en su paganidad cósmica y sensual, la llena
de colores, la posee para "sopearla como dromedario"; anuncia
"a las óvulabras del amanecer", las que pueden asociarse
a la conjunción de óvulos y palabras o al realismo campesino
de quien labra óvulos en el sentido telúrico que le
asigna.
Copiapó es el canto, la madurez de la
tierra en su devoción de gran madre celestial. Podrá
ser la Pachamama simbolizada "En el vientre curvo de nuestra
Mamaíz/pusimos el pimiento. Echamos raíces/en su arroyo.
En la inmensa ternura/nos dejó entrar a sus temblores./La tierra
se llenó de loicañores". Se visualiza la imaginería
poética a través de un profundo lenguaje creacionista,
donde se incorporan aforismo, juegos verbales y sentido onomatopéyico.
Es evidente que en su metalenguaje dialoga con Huidobro, los contenidos
futurista de Marinetti, atravesando los caligramas de Apollinaire,
enfrentándose a las conjuras espectrales de un Zurita conmovido
de espejismo; pero más allá de este proceso hay uno
más fuerte y poderoso: la realidad que subyace en cada palabra
extraída desde el hondo socavón de su yo unanimista;
esa huida del color y la fugacidad del vuelo, eje central de su canto
a Copiapó, a sus orígenes, a su tragedia de semental
cuprífero. Cuando leemos percibimos que no es la palabra la
que habla, son sus manos de orfebre en la artesanía cósmica
de la ansiedad heraclitana del devenir. Se aspira el aire del desierto,
el sentido de nortinidad que lo trasunta, la emoción pictórica
de sus imágenes que recuerdan ese "Vuelo de pájaro
que rodea a la mujer con tres cabellos una noche de luna" de
Joan Miró.
Arturo Volantines, acoge en su interioridad la sublimación
del mundo, ese aliento de la vida que escapa de sí mismo para
encontrar la otra instancia, la cuarta dimensión que es la
música del silencio planetario. Su panteísmo, al igual
que Neruda, se centra en ser naturaleza pronta a la metamorfosis constante
de la palabra que se transforma en toda poesía.
El escritor latino Aulo Gelio, dice comparando el esceptismo de Arcesilao
con el de Pirrón que "no hay
algo autosubsistente, ni que tenga poder propio ni naturaleza, sino
que todas las cosas se hacen enteramente referencia unas a otras,
se muestran tales como son en su aspecto, mientras son percibidas
y tales como son a nuestros sentidos, adonde se presentan, no según
las cosas mismas, de donde los fenómenos proceden". Penetrar
ese silencio y lenguaje a la vez "donde los fenómenos
proceden", para que salte la materia lingüística
en su nueva dimensión creacionista, es el destino de la poesía
que engendra a su propia otredad; y eso está pergeñado
en el tributo copiapino de este ceremonial libro.
En el ascenso de sus páginas, nos encontramos con imágenes
que conforman la alegoría del bautismo augural de cada día:
"En lo más hondo de la podredumbre estaba/el espíritu
con su furia y su comunión,/ como piedra bullendo en la niebla.//Por
eso te elevaste soñando junto a mí, como los primeros
albatros en el surco abierto/de la estrella recién desnudada
por el aguacero".
"Lo que la tierra echa a volar en pájaros",
es conocimiento y vivencia que ofrece el poeta, iluminando las zonas
oscuras del ser en la profundidad de su espíritu terreno y
cósmico, en su zona de nacimiento, no sólo revela al
hombre esencial sino que descubre las raíces que lo unen al
mundo que lo rodea. Al sumergirse en lo más secreto de su identidad
copiapina, descubre de pronto, esa zona impersonal, inefable, la que
es común a todos los hombres y su universo. Nietzsche decía:
"De todo lo que se escribe, sólo me interesa lo que se
escribe con la propia sangre. Escribe con la sangre y así aprenderás
que la sangre es espíritu". Y esa sangre está en
los que nos antecedieron y, sobre todo, en Benito Tapia: "No
hallaron tus huesitos,/para desaparecerte nuevamente,/ para acunarte
en el cadáver de la mar,/como alma gobernada por una estrella.//...¡Encuéntranos,
tú, hermano;/cuando en el hueso de la memoria/madurando se
abra el viento!..." Y la invocación final: "Muévenos,
más que cañas en el estero;/ ¡muévenos!
para que en todas tus muertes/"viejas y recientes", nuevamente
se levante la vida".
Entre las páginas de este significativo poemario, se perfilan
evasiones sutiles, alientos que se estiran en cuerpos, acompañados
de una neblina gris que los envuelve con su mágica realidad
etérea, donde una llovizna de vida trasciende las soledades
del silencio que se esfuma para entrar en la esfera que le es propia:
la mismidad sin espejos. Estas visiones bañadas en el agua
purificadora que va a hacer florecer al desierto, es otra de las metáforas
con que la delicada mano de Graciela Ramos Ramírez infunde
a sus trazos el color, la fijación de un instante, y todo aquello
que se evade de los seres y las cosas.
Arturo Volantines nos ha entregado una profunda obra poética
desde un tiempo inmemorial en el pasado primigenio de remotas ascendencias
hasta nuestro instante que ya es pasado. Su poesía nos ha hecho
sentir el fuego, el agua, la tierra y la suave sublimidad del aire.
Sueños
inundando los pepales
Arpillera de Graciela Ramos
De la serie "Lo que la tierra echa a volar
en pájaros"