DOGAL DE SOMBRAS,
Textos de Fabián Muñoz*, México.
Por
Arturo Volantines
La tradición de la poesía mexicana es notable. Son muchas las voces que repercuten en América Latina, y algunas de estas voces son de la nervadura de la poesía contemporánea. Basta con nombrar a José Juan Tablada, Rosario Castellanos, Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, etc.
El libro Dogal de Sombras —publicado por el Fondo Editorial Tierra Adentro, México—, de Fabián Muñoz es obscuro, intimista, de aire surrealista, existencialista por consecuencia y, fundamentalmente, de otredad. Podríamos decir que no hay nada que decir. Ahí, la paradoja. Por ser un texto cerrado es tremendamente abierto y de multipropuestas. Tal vez sea para encontrarse “en la oquedad de casa abandonada”, en lo que habita en la ausencia, en lo que duele de lo que no está o que se ha perdido, pero que puede encontrarse en lo que no está. Pareciera que coincidiera con Roberto Juarroz: si no la encontramos, ella nos puede encontrar a nosotros, aunque sea a través del recuerdo, a través de un diálogo de recuperación nostálgica y del olor que podamos recordar.
La proposición estética de Fabián puede coincidir con la visión que el arte es lo que no está; lo que se insinúa desde ese no estar; tal vez, sea éste el enigma fantástico del arte: mostrar; no lo que muestra sino mostrar lo que no está, pero que cobra existencia en éste no estar. En el caso de este texto: es la carencia que se llena con la otredad.
Hay un aire, una lucha entre lo que pasa y lo que pasando queda. En el texto llamado Viento, dice: “El viento es el zumbido oculto de las mujeres/ solas,/ es el que repta desviste murmura y enmudece.// Es el aire un dibujo de ocres ventanales…”. En otro texto también se refiere a este viento: “Huye en el viento terrible que le rasga el rostro/ se esconde de sus últimas frases torcidas por la ira,/ camina mientras sangra palabras de hojarasca…”. Y especialmente en el llamado Qué viento bajo la falda: Asciende su carne oscura/ como látigo lento en la mirada/ hasta doblar la ciudad/ es una esquina”.
La otredad es dialogante con la vida que se abre y se cierra como una puerta. Recordar es buscar que se cierre definitivamente, porque la vida no fue sino es; nos enseña como si el recordar fuera nuevamente vivido. Acaso lo verdadero sea lo cerrado, y se vive en el recuerdo más intensamente. Esto me lleva a algunos versos de Constantino Petrou Cavafis. Este dogal es la respiración de la amada perdida, ya sea amante o madre, que sofoca pero no mata; puede ser el dolor, pero también el placer de lo amado que se vuelve a vivir.
En el texto “Carmen”, están los conceptos estéticos implícitos del poeta; en el canto a la mujer-madre, donde señala que no la podrá olvidar por siglos, donde la infancia sería un refugio sin desamparo y donde el recuerdo hace aparecer a la ciudad distinta, pero que estará allí por siempre. Dice: “Eres quien hunde mi ciudad con tu memoria,/ quien me hojarasca a cada calle/ a cada tramo de cantera/ a cada trozo de mi cuerpo,…”.
Este texto murmura. Indudablemente es de viento, como sauce con el viento; el viento de alguien amado que no se va y se queda en los versos de Fabián. Este poeta hace murmurar la poesía, para que viva en nosotros. Es un murmuro mexicano, latinoamericano; es un murmullo fulgoroso, de lectura que no se resuelve en una lectura. Pero, son lecturas propositivas; ya que cada lector tendrá que completar, —como toda obra que se abre paso en el pasar—, para que quede en la memoria de los hombres.
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*Fabián Muñoz nació Guanajuato en 1968. Se ha desempeñado como reportero y corresponsal del Grupo Reforma, Excélsior y Grupo Radio Centro.
Ha publicado los poemarios Esperando abril, En la niebla de los parques, Nimbus, Navegación de Medusa, Segundo laberinto y Dogal de Sombras y Sur de la Noche, incluido en diversas antologías en México y colaborado en revistas y suplementos culturales de España, Chile y México.