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PRÓLOGO

PASAJERAS DEL AYER de Nélida Baros Fritis

Arturo Volantines

 

Cuando cierro los ojos y pienso en Atacama, vuelo así un pimiento, cuyas ramas bailan movidas por el viento. Cuando ¡tan lejos! alguien me habla de Atacama, mis ojos se abren y ven sol aunque sea sal, noche y escalofríos sobre el mundo. Y cuando vuelvo a Atacama, especialmente a Copiapó, un poco antes ya percibo el olor a esa tierra amada, siento la guitarra del viento, siento la arena que tanto andaba detrás de la tropa de mi padre; siento, como creo aún guardan aquellos que fueron niños del barrio Borgoña, el bamboleo de los cañaverales y el tremendo paso del tren.

Por eso al leer los textos tan atacameños de Nélida Baros Fritis, me parece que recorriera mi propia vida, mis universidades al decir de Gorki, y despiertan añoranza como maray que encuentra la estrella dorada en el fondo de un pozo azul, igualita a la bandera de los hijos de Atacama.

Estos textos —más vitales que cronológicos— son tremendamente significativos, porque le agregan luz a la ya luminosa historia de Atacama; tienen el propósito y lo cumplen: refrescar el quehacer potente y legendario de tantas mujeres de un pueblo singular. Esta tierra que más de una vez se alzó contra las injusticias del gobierno central, también lo defendió hasta casi su propio exterminio en el `79, desde su comandante de armas, Juan Martínez hasta el último soldado: mi pariente, José Acuña, muerto en los cerros de Dolores, en la misma Compañía del poeta legendario, Rafael Torreblanca.

Este pueblo resistió a los incas, al invasor español y, luego, conquistó el desierto. Los mismos que recibieron a miles de argentinos: desde Domingo Faustino Sarmiento al general montonero Felipe Varela, y que llegaron a través del Paso Come Caballo, y permearon con sus ideas  federalistas; o, al revés, llevando desde aquí la vidalita, las ideas laicas y las hazañas, como por ejemplo, las del Coronel Medina, que condujo con maestría un batallón de guerreros en el noroeste argentino. Son de los mismos que descubrieron una luna de plata en Chañarcillo y se la gastaron en la revolución, o en la construcción del primer tren, o en el primer tanque, o en el primer submarino. Y son de este pueblo, mujeres como Candelaria Goyenechea, la cual se gastó varias fortunas auxiliando a huérfanos y a viudas de las guerras y financiando a su hijo, el atacameño más ilustre: Pedro León Gallo.

Es cierto: de Atacama hay más y más detallada información que de otros pueblos de Chile, y eso se lo debemos fundamentalmente a un sinnúmero de publicaciones locales y a la generación intelectual de mediados del siglo XIX: Hilarión y Elías Marconi, Pedro Pablo Figueroa, Guillermo Matta, Jotabeche, Carlos María Sayago, Rosario Orrego, etc.

En estas lecturas acudiremos fielmente no sólo a una proposición sino a un ancho territorio de legendarios y encantamientos, donde las mujeres de Atacama han cumplido un rol protagónico. Sin la mujer no hubiese habido revolución ni estandarte ni salones engalanados.

Hoy, al pirquinero todavía se le puede ver bordeando algún cerro. Todavía el viento silba en alguna faena abandonada. Pero la palabra que nombra, inaugura y desempolva todavía canta no sólo en la bocamina y en los cactáceos, sino que en aquellos deseamos que la memoria siga sembrando para que la globalidad posmoderna nos pille algo más que confesados; nos encuentre con suficientes agallas, para mantener inalterables los arcones y los sueños. También es cierto: la lengua materna ya no habla, pero algo misterioso queda en las grecas. Cuando el poeta construye su aríbalo, también se deconstruye a un pueblo enmalezado: pone nuevamente a latir la memoria.

Estos textos bien escritos y entusiastas son como el maíz brillando en ladera sostenida por un tajamar: agregan más alma al alma de estos valles, y permiten continuidad e insistencia con nuestras visiones. Así, Nélida, arma un tejido escritural: bordado por su notorio esfuerzo personal, donde aparece pedagógicamente una fuente magnífica, para aprender de un pueblo afortunado por la hazaña.

Es cierto que la tarea es más larga y más ancha, pero también se hace al pie de la palabra. Aquí, el comprensivo lector aceptará que la aventura de la memoria es doble tratándose de Atacama, porque al escribir y al recontar los hechos fundantes de matria atacameña, Nélida Baros Fritis, también ayuda a crear y a creer en un nuevo florecer de la espiritualidad mágica del desierto.


 

 

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