Poesía
de Arturo Volantines
"Lo
que la tierra echa a volar en pájaros"
Por
Graciela López*
Al realizar la crítica
literaria del poemario de Volantines en: "Lo que la tierra echa a volar
en pájaros", descubro y me detengo, al igual que suelo hacer con
otros libros, en el título que el autor ha dado a su obra.
En él
intento desnudar el sentimiento del mismo y es éste el que me devela las
emociones más profundas
del autor.
Un autor avezado, que toma conciencia de la plenitud de sus
escritos y que hila cual urdimbre en cada uno de sus poemas, dejando en el lector
una idea cabal de lo quiere expresar en su totalidad, ya que no olvidemos que
en este poemario estamos frente a una "obra literaria".
Partamos
entonces pues del titulo. "Lo que la tierra echa a volar en pájaros"
Aquí
Volantines entra en una profunda intimidad con sus raíces, y con las raíces
del género humano. "La tierra como principio de la vida",
surge entonces el vuelo de los pájaros creando una especie de mitología,
haciendo de un poema la reencarnación de otro, en donde las aves son los
símbolos con los que interiormente el autor identifica las conductas más
intrínsecas del hombre.
Es así como encontramos en sus poemas
aves personificadas, cargadas de defectos y virtudes, que son inherentes al género
humano.
Expresa Volantines: "Los flameñandúes, ¿qué
son?./ Esos atravesando la noche, como cuchillo remoto/…", para luego
agregar: "¿qué flameñandúes son nuestra alma?".
Indaga, pregunta quién es, intentando descubrir, descubrirse y es en ese
descubrimiento cuando agrega desconcertado ante tanta grandeza, "que su
universo aún está naciendo".
Al igual que lo hiciera
el inmortal Julio Cortazar en sus cuentos, Volantines,
nos presenta una poesía que como un manto cubre a otra; que investiga que
analiza, que intenta proyectar la realidad más allá de todo polémica.
Aún
en la muerte se dibuja su espíritu, se esboza con su final predecible pero
en este caso particular: lleno de esperanza; así dice en su siguiente poema:
"La vida se metió entre nosotros", dejando ver la clara
no-elección de la misma y sin embargo, la dulce aceptación en su
recorrido y en un final que de ninguna manera es terminal y rotundo, la tierra
sigue dando sus frutos en sus hijos, "La tierra se llenó de loicañores".
Luego,
el poeta, continúa escribiendo a la muerte, a la vida, a la vida después
de la vida, "Narcisos volando del monasterio del bosque".
La
cotidianeidad de los montes de Copiapó, los trenes que llegan, los niños
esperando a una madre que los atienda con su ternura, que los amamante.
Y
aquellos parajes, del Desierto Florido, son para el autor la doncella, la seducción.
Aquel
título puesto a su obra no es para Volantines meramente casual, sino que
proviene de una certera convicción justificada, si podemos decirlo, de
sus raíces más antiguas y profundas que conlleva una mirada de la
vida desde lo más recóndito del ser y del ser de su gente. Así
lo expresa:
"Oigo girasoles mustios y devotos,/ ensillados en medio
de los arenales,/ en naranjados como balas devorando al viento;/obreros de las
minas quietos en el desgarro de la muerte…".
Cabe preguntar ahora
¿A quién le canta el poeta?
¿Cuál es el verdadero
amor cuando éste es comparado al amor de la mujer?
Un amor que es
arrebatado de la naturaleza y poetizado internamente. En la más genuina
sensualidad, en el más puro sentimiento de infancia, de su patria, al igual
que lo hiciera Hölderlin con una mirada precisa y espiritual respecto a la
naturaleza; abre como un abanico el magnetismo de su tierra, con un extraño
pero significativo despliegue de búsqueda constante, en donde la amada
también surge de lo simple, de lo habitual: "Sólo tu y yo
en la cazuela sencilla del trutroso día". No están lejos
del autor los amores, el miedo, la pobreza, la orfandad y vuelve nuevamente y
no casual, a la tierra, a la greda: "Me vuelvo greda en tu regazo: me
hago/ vasija en tu vientre; pulpa y palomo."
Tampoco el autor
de "Lo que la tierra echa a volar en pájaros" deja de
lado la realidad y la problemática de muertes absurdas, sin sentido, siendo
capaz de mirar tanto la dicha como el infortunio. En el destino de un hombre,
mira a toda aquella humanidad sufriendo las pérdidas de seres brutalmente
"perdidos" expresa: "buscamos tus vértebras/ banalmente/
en el huerto "de los héroes y tumbas",/ porque no fueron magnolias
lo que voló ese septiembre/, sino sangre/ huesos y carne/desgarros y duelo/
sangre".
Llama poderosamente la atención versos, que adentran
al autor en el desprendimiento de su propia escritura: "no me ha servido,/
ni siquiera/ como manzana/ de la puta del barrio./ Ser la puta del barrio/ - digo:
poeta laureado del barrio-…".
Como único destino aceptado,
abrazado a él, vive este poeta cada uno de sus versos. Pasa por escritores
de la Talla de Borges, Mistral, escribe sobre Gardel, Celedonio Flores, a quienes
dedica delicadamente sus poemas, haciendo notar, rasgos de su personalidad; así
vemos en el caso de Mistral que dice: "Navegando en su tremendad, vital/
y elquina en su Terral de sol profuso..".
Obsérvese aquí
que elquina está con minúscula, destacando la palabra Terral con
mayúscula, haciendo notar que para Mistral, su tierra, Chile, era lo más
importante.
Una poesía inigualable y que toca e hila los sentimientos
más profundos de Volantines se expresa en el bellísimo Poema 43,
en su totalidad.
Sus poemas finales, observan a la tierra conquistada,
a los aborígenes despojados: "Padre mas allá de la tierra,
no había océano ni gente/ ni reyes protectores, solo oro y nosotros:
el abismo/…".
Volantines en esta obra nos entrega certidumbres
y desgarramientos, pasado y presente que tienden a proyectarse en un futuro a
través de su creación literaria, que es un canto a la vida.
Bebe
de la naturaleza, la pesa, la mira, la siente, la transita.
"Lo
que la tierra echa a volar en pájaros", una obra imperdible, con
un lenguaje simbólico, enmarcado en una conciencia que resulta intensamente
poética, de sentir ferviente, realista y vigoroso desde el primer verso
hasta el último.
*
Graciela López, escritora de San Juan, Argentina.