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ARTURO VOLANTINES
LO QUE LA TIERRA ECHA A VOLAR EN PÁJAROS
Ediciones Universitarias
– Universidad Católica del Norte
2004 – 110 páginas
Por Sergio Rodríguez Saavedra
Periódico
Literario Carajo n° 4
Se conoce la obra de autor por el nicho donde alberga su palabra.
Tal es el predicamento de este trabajo de Arturo Volantines
(Copiapó, 1955) que se nutre del norte de los valles escondidos,
donde las leyendas, los ritos, los hombres y el paisaje son elevados
a categoría de lengua e historia. No
hablamos de una poesía neolárica o étnica, aunque
sí afincada en un espacio geográfico donde pasta Copiapó
sobre sus vientos. En Lo que la tierra echa a volar en pájaros
está personificado un cuerpo ancestral, en el sentido de lo
desaparecido y la porfía por hacerlo presente, pero alejado
del discurso teilleriano, lo que podríamos denominar la historia
de una tierra o la entrega de la leyenda que fortalece el arraigo
mágico del ese habitar. Y dicha leyenda de la riqueza escondida
entre sus valles y el desierto es el ideario, pero también
por contraste, la modificación del suelo en tumbas donde los
huesos que dejó el golpe de estado, establecen un diálogo
que oscila, sube y baja entre lo idílico y lo trágico,
lo creado y lo que echa a volar.
Rítmicamente hablamos de un texto plural, donde alternan
fraseos largos ligados a la idealización con breves golpes
que rememoran la literatura vanguardista o el neovanguardismo que
nutrió a muchos de los autores de la denominada generación
de los ochenta. La personificación es el recurso conque se
presenta el hablante “cactáceo copiapoa” en voz de él
mismo, pero con una combinación casi tormentosa de íconos
de nuestra cultura que abarca desde la Anaís Nin hasta el Cristo
de Elqui, y que acompaña el traslado lírico o literario
hasta ser presente en nuestro calendario. Idealización no carente
de la tragedia que habló por estas tierras cuando supieron
del adiós. Entonces el hablante es una voz que viene a recomponer
los huesos de la historia “El alma siguió allí, reluciente,
a pesar/ de lo pestilente de la carne, de la boca/ olvidada y de la
hojarasca de los besos”. En este sentido es una poética de
la resistencia como lo dirigen claramente las dedicatorias y epígrafes.
Su obra es su lugar.
Otro concepto a saber es una lucidez en cuanto a que la historia
de un lugar es también su fantasía. Una actitud que
engarza con obras como la de Raúl Zurita o la de Ernesto Cardenal
volviendo a generaciones que actuaron en América para ser voces
tanto políticas como liberadoras, y cuya posición tiene
por cierto un reconocimiento cuando la mayor parte de la actual creación
circula por un descontruccionismo de salón o el verso ligado
al momento correcto.
El libro además de la cuidadosa diagramación, posee
una selección de los óleos y arpilleras de Gracia Ramos
que fueran exhibidos junto a los textos en la Biblioteca Nacional,
como una muestra válida de la descentralización de la
cultura y la apuesta transversal del arte.
Más allá de la profusión de elementos que a
veces vuelven caótica la escritura y otras voces que danzan
con una música personal, este trabajo tiene esa lírica
que se hecha de menos: la que teniendo raíz también
contiene riesgo.