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Poesía chilena: Miradas desde fuera (*)

Por Adriana Valdés (**)
Mapocho. Revista de Humanidades. Nº70, Segundo semestre 2011

 

.. .. .. .. .. .. .. .  

En la semana del aniversario de la muerte de don Miguel de Cervantes y Saavedra, nuestra Academia celebra cada año el Día del idioma. Lo hace con cierta solemnidad, “la forma académica del entusiasmo”, según dijo don Gregorio Marañón y citó desde esta misma tribuna, hace quince años, don Martín Panero Mancebo, apasionado maestro de la memoria literaria a quien recordamos con admiración y aprecio. Cada año, un académico toma la palabra en esta ocasión para hablarnos de nuestra lengua. No podré hoy igualar la elocuencia y la propiedad de otros discursos que he oído en esta ocasión. No haré el elogio de Cervantes, aunque retomaré su nombre, y algo de su espíritu, espero, hacia el final.

Lo que tengo que decir pide un tono más incierto, más dubitativo, que hace más difícil levantar el vuelo, porque no se trata de hablar del idioma en el siglo de oro, sino en nuestra propia época (lo que hace todo más confuso) y en el género poético, que es —o debería ser— el de las fronteras de una lengua que se exige al máximo de sus posibilidades, y que se encuentra en continua exploración y ampliación. Intento encajar esto con la celebración del día del idioma, presentando la poesía chilena del último siglo precisamente en lo que tiene de aventura exploratoria y descubridora en nuestro lenguaje.

Me persigue, sin embargo, don Miguel de Cervantes. Porque su lenguaje es tan admirable, que leyéndolo hasta el tema más lejano a él se tiñe y se contagia. Y por eso les presento lo que quiero hacer no a la manera académica, ni menos como titulares de prensa, sino como si fuera un encabezado de los capítulos del Quijote. Este diría más o menos lo siguiente:

Donde se cuenta de las antologías que ahora último recogen, desde Europa o del norte de América, la poesía iberoamericana, y cómo aparecen los chilenos en ellas; y donde se dicen las admirables cosas que se toman en cuenta para seleccionar quiénes aparecen en las dichas antologías, junto con algunas zarandajas quizás impertinentes pero necesarias al entendimiento destas, y donde se intenta llegar a decir muchas y grandes cosas en verdad harto buenas, salvo que todo acabe como uno no quisiera y no tenía pensado.

O también podría decir:

Donde se cuenta lo que en él se verá.


Cinco antologías: instantánea de un momento

Las “miradas desde fuera” sobre la poesía chilena que se anuncian en el programa son las de cinco antologías hechas en el hemisferio norte. Se preguntarán ustedes por qué. En una frase de Jorge Luis Borges, porque son “dispensadoras de la fama”. Combinan un reconocimiento de los pares, un reconocimiento de la crítica y el acceso a un público más amplio. En el caso de las antologías internacionales, este público potencial excede los límites de los países y los del idioma castellano. Estar en antologías internacionales se considera una parte muy importante de la consagración de un poeta nacional, de su ingreso a un “cuadro de honor” o, en términos más utilizados en literatura, a un “canon” de la poesía chilena.

Hago una advertencia parecida a la de quienes preparan encuestas de opinión: se trata de la instantánea de un momento. Estas antologías fueron publicadas entre 2007 y 2010, y por cierto lo que digan acerca del “canon” es provisional, y sujeto a los muchos cambios del tiempo y de las valoraciones. Sabemos que la historia de la literatura es una serie de olvidos y de recuperaciones, de muertes y resurrecciones.

Entonces, exclusivamente desde el ámbito y el momento de estas antologías, ¿cuál es, por ahora, ese “canon”? ¿Coinciden los nombres que incluye con los más considerados en Chile? ¿Qué reflexiones pueden hacerse a partir de una comparación entre lo que pensamos de nuestra poesía y lo que aparece en estas recopilaciones?

Mi primera invitación será, entonces, a verlas.

Cinco antologías

Están publicadas en el hemisferio norte. Tres de ellas, en España. La más reciente (febrero de 2010, editorial Pre-textos) contó con el patrocinio del Instituto Cervantes, conmemora los doscientos años de las “independencias iberoamericanas”, y fue hecha por Gustavo Guerrero, poeta y académico venezolano. Iba a ser presentada aquí en Chile, en el V Congreso de la Lengua Española, que fue una de las víctimas del terremoto, al menos en su parte presencial. Otra publicada en España es de la Editorial Visor (2008), cuya colección de poesía es ampliamente conocida y respetada; para muchos poetas de nuestro continente, ser publicado por Visor significa un hito para la difusión y reconocimiento de su obra. La selección es de Ángel Esteban y Ana Gallego Cuiñas. Una tercera publicada en España lo fue en 2007, por Galaxia Gutenberg, con selección y prólogo del poeta uruguayo Eduardo Milán. En Francia, una antología, seleccionada por Phillipe Ollé-Laprune, fue presentada por la prestigiosa editorial Gallimard, en 2009. Por último, ha aparecido también en 2009 The Oxford Book of Latin American Poetry, en Estados Unidos e Inglaterra conjuntamente, editado por la chilena Cecilia Vicuña y por Ernesto Livon-Grosman.

Las reflexiones en torno a estas antologías pueden ser muchas. La primera curiosidad que provocan es saber cuáles son los poetas chilenos incluidos en ellas, y qué visión de la poesía chilena proyectan fuera de nuestras fronteras. Un sencillo ejercicio, reflejado en un cuadro comparativo, permite enumerar los poetas antologados y ver cuáles son los nombres que se incluyen en cada uno de estos libros (véase el cuadro). [14] [15]

Un sociólogo diría, con razón, que las cinco antologías no son enteramente comparables. No abarcan los mismos períodos de tiempo, lo que se explicita en el cuadro, ni tienen los mismos criterios de selección. Para llegar a presentar este cuadro comparativo, hice un corte en el tiempo que comienza con el año de nacimiento de Gabriela Mistral (1889) y termina ochenta años después; abarca poetas nacidos hasta el año 1969. (Quedan fuera varios poetas antologados y nacidos después de ese año). Asimismo, sólo están en el cuadro los poetas chilenos.

Hechas las listas y el cuadro comparativo, una primera mirada nos indica que: si consideramos como pertenecientes indudablemente al “canon” a poetas mencionados en tres antologías distintas, hechas con diversos criterios de selección, el “cuadro de honor” de la poesía chilena en la actualidad incluye a Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Raúl Zurita.

Dos poetas mencionados en dos antologías, Óscar Hahn y Juan Luis Martínez, estarían a punto de ingresar a este cuadro de honor.

En el caso de los nacidos después de 1951, y con la notable excepción de Raúl Zurita, que es de ese año, existe una dispersión absoluta; nadie es mencionado en más de una antología. El “cuadro de honor” no se ha dibujado todavía. Las fuerzas están en movimiento y todos los lugares, salvo el de Zurita, parecen provisionales.

El total de poetas chilenos presentes en el cuadro es de 26: hay evidentemente ausencias notables. Sin reflejar preferencias personales, sino solo lo que podría llamarse un “canon chileno”, la lista de los poetas que han recibido más recientemente el Premio Nacional de Literatura, no aparecen (en orden cronológico de la recepción del premio) Juvencio Valle, Eduardo Anguita, Braulio Arenas, Miguel Arteche, Armando Uribe ni Efraín Barquero.[1]

Otros ausentes connotados en estas antologías y que tampoco están en las listas del Premio Nacional, pero sí figuran en otras de alcance continental o han recibido premios internacionales son, por ejemplo, Manuel Silva Acevedo (Premio Eduardo Anguita de poesía, antologado por Julio Ortega y otros), Gonzalo Millán (está en otras antologías continentales), o Carmen Berenguer (Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda).

Ni el “canon internacional” que se esboza, ni ningún “canon chileno”, son irreprochables, por supuesto. A ese respecto, siempre recuerdo a Jorge Edwards: en su discurso al recibir el Premio Nacional de Literatura, expresó su contento al ver su nombre junto al de otros escritores nacionales de prestigio, pero también hizo ver que el premio no se dio nunca ni a Vicente Huidobro ni a María Luisa Bombal ni a Enrique Lihn; una lista indiscutible, y a la que cada uno de nosotros quisiera tal vez agregar nombres. Hablando de “canon”, cualquiera que sea (el de las antologías internacionales, o el del Premio Nacional, u otro) se puede dar por sabido que no están todos los que son, y que no son todos los que están.

Los criterios de selección en las diversas antologías

a) El canon restringido
La antología francesa incluye sólo poetas de lengua española, dejando de lado a los poetas brasileños y a los de lenguas indígenas. "Estas literaturas”, explica el prólogo, “hasta ahora han estado separadas de las corrientes que animan la creación en español; habría sido injusto forzar las cosas y juntarlas con movimientos que no les atañen”. Se propone explícitamente presentar al público francófono “las obras más notables de la poesía hispoanoamericana” de Darío en adelante. Los nombres incluidos no traen sorpresas; puede decirse que el antologador tuvo deferencia con el “canon” latinoamericano más vigente y aceptado, y por lo tanto más conservador, sin interesarse por proponer desde París otras ópticas.[2]

Un criterio también relativamente conservador se puede apreciar en la antología de Visor. Esta se presenta como continuadora de otra, la del cubano José Olivio Jiménez (1971) que se califica al inicio como “una obra canónica, clásica e indiscutible”.[3] Los poetas de la antología de J.O. Jiménez venían de toda América y se presentaban en orden cronológico, sin división por países; las observaciones del breve prólogo abarcaban todo el ámbito hispanoamericano. La antología de Visor, hecha por sus “continuadores y discípulos”, no sigue este modelo, sino que procede país por país, en orden alfabético, con lo que se ahorra la tarea de dar una visión de conjunto.[4] Si se examina la sección dedicada a Chile, la selección de nombres parece adecuada al gusto imperante y no sorprende en absoluto.[5]

b) El canon ampliado
Los criterios y las decisiones editoriales de la antología de Oxford son opuestos a los de Gallimard y de Visor. Intentan, justamente, “forzar las cosas”, a diferencia de la propuesta de la antología francesa. No sólo abarcan la poesía brasileña y también textos poéticos en lenguas de pueblos originarios; además incluyen poetas populares, varios sin obra recogida en libros; y, evidentemente, se proponen alcanzar una mayor proporción de mujeres. En ese sentido, se emparentan con el auge de los estudios culturales en el mundo académico anglosajón.

Cecilia Vicuña, antologadora junto a Ernesto Livon Grosman, privilegia ciertos textos en los que cree reconocer una dimensión ritual, chamánica y de sonido, como indica su introducción. El propósito declarado es el de marcar una diferencia en la expresión poética latinoamericana, tomando en cuenta un sustrato étnico y cultural sumamente complejo; se menciona el habla criolla, y una poética del mestizaje.[6] Desde ese sustrato, se quiere explícitamente recuperar y reivindicar voces antes no incorporadas, incluso cuando esto pueda ir en detrimento de poetas generalmente reconocidos. De hecho, en el caso de Chile, desaparece un poeta como Jorge Teillier, y aparece, como sorpresa, un poeta popular, Aurelio Frez.

Sin embargo, y, por dar sólo un ejemplo que nos atañe directamente, permite la reivindicación poética de una figura como Violeta Parra. La selección de sus textos, y las notables traducciones del conocido poeta W.S. Merwin y del brillante John Felstiner, terminan por convencer al más dudoso de la necesidad de incorporar su nombre al cuadro de honor de la mejor poesía latinoamericana, y por cierto de la chilena; y, al hacerlo, ponen de manifiesto las anteojeras que han impedido hacerlo antes, tales como la rígida división entre lo “culto” y lo “popular”, para no hablar de los prejuicios de género. Este ejemplo por sí solo justifica la idea de la revisión del canon.

c) No hay canon, por ahora, para lo más contemporáneo
Las antologías de poesía más reciente —las que no logran aún establecer un canon— son dos, muy diferentes entre sí. Cuerpo plural-Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, compilada por el venezolano Gustavo Guerrero, elige poetas “contemporáneos”, lo que se define como herederos de una “vocación desmistificadora” cuyo primer antecedente sería Nicanor Parra.[7] A su juicio, reaccionan contra “la concepción profética del poeta”, y contra “la necesidad de asociar la práctica de la poesía a un horizonte utópico”.[8]

Pulir huesos-Veintitrés poetas latinoamericanos es, de todas, la única que tiene un prólogo “de autor” y de ideas, del poeta uruguayo Eduardo Milán. Detecta “un empeño desmitificador” en la poesía más contemporánea, una ironía, un “desmantelamiento de las vanguardias” y de la figura del poeta. Los chilenos Diego Maquieira, el primero de todos los poetas nombrados en el prólogo, y Paulo De Jolly, cuya escritura “es nuclear para esta muestra”, son los destacados aquí, junto a las palabras de Lihn sobre De Jolly: “el poeta tiene algo de un dictador sin ningún poder como no sea el de las palabras [...] [y la poesía] es más “evasión en el tiempo de un espacio inhóspito” que otra cosa... El contraste que postula Milán entre una poesía que se ríe y una “poesía trágica” (como la de Raúl Zurita, no incluido en esta antología) se resuelve en favor de la primera, tras constatar un “agotamiento” en la reflexión acerca de la poesía.

Cabe señalar que estas dos antologías contemporáneas no coinciden ni en un solo nombre de los poetas seleccionados, aunque el adjetivo “desmitificador” se aplica elogiosamente en ambas a “la vocación” de los poetas contemporáneos. (Me pregunto hasta cuándo se repetirá esto, si no se ha transformado ya en un lugar común al que habría que darle otra vuelta, más cuidadosa).

Cómo se dispensa la fama: algunas observaciones

El caso de la poesía chilena reciente, al menos desde el estudio de estas antologías, algo nos dice acerca de cómo se ingresa al “cuadro de honor” de la poesía chilena.

Las incorporaciones tienen siempre mucha historia. La de Gabriela Mistral, por ejemplo: fue su incorporación al canon internacional, mediante el Premio Nobel, lo que forzó a su incorporación al canon nacional (el Premio Nacional fue, en su caso, posterior al Nobel). La inclusión de Nicanor Parra fue muy discutida hasta los mismos años setenta. Fueron los más jóvenes los que se jugaron por él, comenzando por Lihn y Jodorowsky, y siguiendo luego casi uniformemente sus aguas los poetas llamados del sesenta (con la notable excepción de Óscar Hahn). También su influencia en la poesía latinoamericana posterior fue para él “dispensadora de fama”, como fueron sus traducciones en Estados Unidos.[9] Huidobro y Neruda disputaron acerbamente entre sí, y con Pablo de Rokha, entre otros, la inclusión en este cuadro de honor nacional. La aparición de Zurita, con un proyecto poético distinto, pudo haber borrado a Lihn durante los tiempos de dictadura; no sucedió así por el notable influjo de su desencantada poesía sobre los jóvenes, y por su prestigio y reconocimiento como precursor a nivel latinoamericano. En fin, son muchos los factores que influyen en la inclusión de los nombres hoy presentes en este “cuadro de honor”.

Más complejos aún son los factores que influyen en el eclipse parcial de ciertos nombres antes indiscutibles. Díaz Casanueva, Anguita, Teillier, por señalar tal vez los más escandalosos, van quedándose en los márgenes de la memoria, esperando redescubrimientos que sin duda merecen.

Y casi el colmo de la complejidad se alcanza cuando nos preguntamos por los nombres que nunca se incluyeron en el canon, entre ellos los de muchas mujeres.[10]

Más complejidad todavía surge al darse cuenta de que un grado de desafío a las prácticas canónicas chilenas proviene de otras prácticas ya canónicas en otras latitudes, como sucede en la antología de Oxford; y que los temas identificados desde el hemisferio norte, y desde los “estudios culturales”, pueden ser los impulsores de cánones nuevos. Que esto tiene ventajas, el caso de Violeta Parra lo pone de manifiesto de manera indiscutible. Que acarrea también distorsiones es también un hecho de la causa, y que se aprecia en los nombres incluidos en las antologías.

Quiénes dispensan la fama: relatos generacionales, polémicas literarias (y puntos ciegos)

Tal vez estas “miradas desde fuera” puedan visibilizar algunas de las maneras en que los poetas van adquiriendo renombre dentro de Chile. Quisiera aventurar que la inclusión en el “cuadro de honor” de la poesía chilena ha dependido, y depende todavía, de la vigencia de ciertos relatos acerca de esa poesía. Relatos que, ellos mismos, están compuestos de una combinación variable de lucidez y de ceguera.

Ha existido toda una notable lucidez para identificar, históricamente, ciertas oposiciones polémicas en un contexto muy acotado, tal vez inconscientemente. Es como si el relato sobre la poesía chilena no fuera el de la evolución de los poemas, sino el de la persistencia de la polémica, de la “guerrilla literaria” como la llamó Faride Zerán al hacer un inventario de las disputas entre Neruda, De Rokha, Huidobro... La guerrilla se producía entre personas y entre las tribus que esas personas congregaban a su alrededor, lo que no es muy diferente a lo largo del tiempo. Polemizar para “inscribirse” en la historia literaria; polemizar con los antecesores, con los coetáneos; conquistar un lugar en la poesía... pero no tanto a través de la poesía como a través de la polémica literaria.

Es interesante observar cuán acotado era el contexto de esa polémica. No entraban en él los poetas populares, que se mantenían en una tradición paralela. No entraban las mujeres, salvo desde una cierta condescendencia y generalmente por parentesco con los poetas establecidos. No entraban voces indígenas. Durante muchos años dominó la lógica de los “ismos” y de las disputas entre ellos, dependiente de la metáfora europea del “progreso”, extendida hacia las artes (abusivamente, como ha señalado Hobsbawm cuando habla de las vanguardias).[11] Esa metáfora hizo creer durante años que había en poesía, como en las ciencias, “descubrimientos” capaces de obliterar la poesía anterior y de determinar la poesía por venir, e hizo de los “manifiestos” un género literario en sí mismo.

Esto nos lleva a ciertos puntos ciegos de nuestros relatos acerca de la poesía. El proyecto de una poesía de modelo europeo vanguardista (o incluso de reacción “autóctona” de oposición a ese modelo) deja mucha poesía en el camino. También lo hacen los modelos que lo sucedieron.

En primer lugar, deja en el camino la de aquellos (y aquellas, sobre todo) que estaban excluidos de participar en la polémica: los que hacían poesía popular, la mayor parte de las mujeres, los pueblos originarios que, como decía el antologador francés, estaban al margen de movimientos “que no les atañen”. En segundo lugar —y es muy importante pensarlo— dejaba fuera a quienes no tenían un lugar preciso en las polémicas, aquellos que hubieran desconcertado al crítico, y hubieran problematizado sus esquemas y sus descripciones. Me refiero a los poetas cuya poesía no encajaba con las categorías generacionales ni con los enunciados programáticos, que son los elementos que han constituido los relatos históricos acerca de la poesía chilena. Estas categorías y enunciados, como bien dijo un destacado poeta, “apuntan a la manada”. Ejemplos: en la generación del cincuenta, en Chile, Alberto Rubio y Pedro Lastra, por notable que sea la poesía que producen, por reconocida que sea entre sus pares, escasamente figuran. Otro ejemplo: en la generación del sesenta, Óscar Hahn es el poeta más reconocido en el exterior, pero siempre fue considerado la excepción en relación con ella, pues no compartía las características que se señalaban para ella, como el coloquialismo de herencia parriana, y referencias a la “poesía conversacional” tomadas del cubano Fernández Retamar.

Puede pensarse que los relatos acerca de nuestra poesía no se articularán en el futuro de la misma manera (ojalá). Lo digo por la crisis general de los relatos y la aparición en la escena cultural de voces antes acalladas. Sería prematuro pronunciarse acerca de cómo se articularán los relatos que legitimarán los cánones por venir. Un buen recorrido del “archivo de los omitidos”[12] puede, en el futuro, dar origen a otras narrativas legimadoras, y empezar a contarnos algunas de las que faltan. Por ahora sólo podemos asomarnos a ellos.

Un cambio de tono: para pensar los relatos que faltan, algunos poemas de los antologados más jóvenes

Creo que a esta altura podrán ustedes haberse cansado de oír hablar de la poesía… sin la poesía. Y propongo que, siguiendo el trabajo con estas antologías, las miremos ahora cambiando el tono. Y escuchando, aunque sea brevemente, a los poetas. Hice una selección mínima, relacionada con el tema de las omisiones en los discursos vigentes acerca de nuestra poesía.

Elicura Chihuailaf, poeta nacido en 1955, alude en uno de sus poemas a la fuerza de lo “innombrado”:

He soñado en la luna creciente
dice
y he trabajado los campos
Antes que las palabras
y que las flores fui
(y más lejos)
Para mis hijas construyo
la casa de plata
mientras con el cabello al
viento
cabalgo sobre el arco iris
Soy el agua que corre
Dormido va el mar en mí
y despierta la montaña
Porque soy la fuerza de lo innombrado, dice
corona del sol: tu canto

Jaime Huenún traza la siguiente escena, donde ubica al poeta mirando — sin danzar— la danza de su cultura originaria:

Yo la miro
danza
canelo florecido lleva en sus manos
danza
sus pequeños pies llenos de tierra
danza
flores de ulmo y miel en su cabello
danza
ríe y danza
bebe su muday
yo la miro
yo no danzo
y el polvo que levanta el baile
me oculta
ante sus ojos

Y Sergio Parra, en la ciudad, se ubica frente a la poesía de una manera muy distinta, y más afín a la tradición de nuestra poesía intelectual y urbana:

Ahora tomo esta hoja en blanco
esperando que mi mano escriba veloz
de ti
como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo
súbitamente borrada por la lluvia
a eso de las cinco de la tarde
Pero escribir en general es esconder

Por su parte, Nadia Prado, en sus palabras: “Se dirige a una oscuridad que cada día la calla a pedazos”: se refiere también a la fuerza de aquello que todavía no tiene nombre y a lo que la poesía se dirige, a fuerza de tanteo, en el lenguaje, nuestro terreno de exploración y el lugar de nuestras contradicciones y cargas emotivas:

Dirás que no digo sé que no digo
un exceso que no pudo frenarse se hace relieve
dibujo y cálculo
para demostrar que se respira
que se lleva en sí
la extensa manera del abecedario y su relave
que arrastra la certeza y el miedo.

A partir del comentario de estas antologías, no resulta muy aventurado pensar en tres vertientes de relatos acerca de la poesía chilena que aún no se han asentado del todo. El primero tiene que ver con la deuda con la poesía popular. El segundo, con la producción de las mujeres. Y el tercero, con las voces de los pueblos originarios. Todo esto, como señalábamos antes, viene de los cambios culturales que se aprecian y se codifican desde el hemisferio norte. Por cierto, debe haber otros, más matizados, que pueden y deben surgir de nosotros mismos y nuestras propias experiencias de cambio cultural. Por supuesto, en esta ocasión sólo corresponde señalar el espacio que existe para ellos en la apreciación y en la investigación de nuestra literatura, y especialmente de nuestra poesía: un espacio que está aún en gran medida por llenar, y que señalo a los más jóvenes que emprenden estudios literarios.

Para terminar: “la extensa manera del abecedario y su relave / que arrastra la certeza y el miedo”

Tomando estos versos de Nadia Prado, “el abecedario y su relave/ que arrastra la certeza y el miedo”, yo quisiera empezar por el miedo. El que encuentro en este breve poema de Malú Urriola; el miedo a la capacidad que tienen nuestras palabras de engañar, o de gastar su verdad hasta transformarla en mentira:

Que nada digan las palabras
que no mientan más,
que no sobornen,
que no encubran.
Que no mienta el silencio que cuando calla miente,
y esculpe la duda
de si anochece, o anochezco.

Es imposible no recordar a Eliot, cuando confiaba a los poetas el cuidado de lo que llamaba “el lenguaje de la tribu”: su exactitud, su verdad, su correspondencia con las situaciones humanas sujetas al tiempo y al cambio. Da miedo el lenguaje que “no se ajusta al abismo”, que lo encubre y recubre. En estos versos laten dos de Lihn: “porque de la palabra que se ajusta al abismo/ surge un poco de oscura inteligencia...” A esa “oscura inteligencia” es a lo que la poesía, desde el miedo, logra aspirar.

Pero también, en este momento de la celebración del idioma, la poesía aspira al gozo del idioma mismo, de la prodigiosa facultad que hace del lenguaje un juego erótico y exploratorio a la vez. Se pregunta la poeta canadiense Anne Carson, gran estudiosa de la poesía griega: “¿Es acaso coincidencia que los poetas que inventaron a Eros, haciendo de él un dios y una obsesión literaria, fueron también los primeros autores de nuestra tradición en dejarnos sus poemas escritos? Planteándolo más provocativamente: ¿qué tiene de erótico la alfabetización?”

El último poema que voy a leerles es de Germán Carrasco, que por joven no alcanzó a caber en mi cuadro comparativo, pero que está antologado en Cuerpo plural. Parece responder oblicuamente a esa pregunta retórica de Anne Carson acerca del lenguaje, la exploración y el eros:

Para una aprendiz de español

Sonidos que raspan la garganta como ciertos sabores,
ruidos en la rugiente Babel, ritmo y rareza de una lengua
cuyo ronco raspar fricando alvéolos Retumba
cierta rudeza o rugir de raza rara, erres
tribales, endogámicas, difíciles lo último de aprender
en una lengua como el lenguaje refinado de la poesía
o un rasposo blues, si prefieres: delirario:
.. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. . .. . . diario
de lirios con delirios del guerrero
en el chisporroteo del remolino

Mas, ya que el desorden —el de tu pelo sin ir más lejos—
es un orden dinámico, por ahí hemos de empezar:
di rosa.

O —Stein— una rosa....
[13]

Estoy consciente de haber pedido a los más conservadores de entre nosotros un ejercicio exigente: entrar en un ámbito, el de la poesía más contemporánea, que aún no establece sus órdenes y sus jerarquías. Que puede parecerles, por ahora, más ruido que música. A ellos les agradezco especialmente su paciencia. Con las palabras del poeta Germán Carrasco que acabamos de leer “mas, ya que el desorden —el de tu pelo sin ir más lejos— es un orden dinámico, por ahí hemos de empezar”, recuerdo la revelación que me significó en los años setenta una frase de Roland Barthes, en la que definía el caos como un orden cuyas leyes no conocemos todavía... Hay ahí una provocación para los lectores de poesía. Leer —como alguna vez lo recomendó Ortega— para aumentar el corazón, y no para darse el gusto de ver cómo se cumplen las reglas de la gramática, decía él, o las que ya se han codificado para la poesía, agrego yo ahora...

Leer, también, para dar a esos vuelos de la imaginación y del lenguaje, cuando lleguen a plasmarse en obras valederas, el impulso indispensable de la validación, siempre intersubjetiva. Las obras necesitan de nosotros, de la validación de los lectores, para no caer en el olvido. Recuerdo siempre, también, unos breves versos de Emily Dickinson: “how noteless/ I could die”. Fue una escritora que murió ignorada, y sólo fue recuperada, azarosamente, por la fidelidad de algunos lectores, que la lanzó a la fama póstuma. La poesía, especialmente la poesía de quienes no entran en los relatos guerreros de la actual historia literaria, puede morir sin una nota. Por una Emily Dickinson que se recupera, cuántas voces habrá que se han perdido para siempre...

Nada más quijotesco, hoy, que persistir en la poesía. En escribirla, en editarla. Contra los vientos y las mareas de los mercados y de los medios de comunicación, persistir en la poesía. Una actividad desinteresada, pasional, en un mundo dominado por los intereses. Tal vez en la poesía encontremos una de las más arriesgadas y permanentes aventuras de la gloriosa lengua de Cervantes, que hoy nos hemos reunido para celebrar.

Santiago, 18 de abril de 2011.


* * *

*Disertación en el Día del Idioma, Academia Chilena de la Lengua, 18 de abril de 2011.
** Escritora y crítica literaria. Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua.

 

NOTAS

[1] Otros poetas que recibieron el Premio Nacional anteriormente son Ángel Cruchaga Santa María, Pedro Prado, Daniel de la Vega, Max Jara, Diego Dublé Urrutia y Juan Guzmán Cruchaga.

[2] 2 Su objetivo declarado es “faire reculer les frontières de l’oubli”, un olvido que deberíamos entender que percibe en el mundo francófono respecto de la poesía hispanoamericana. La decisión editorial de dedicar 800 páginas a derrotar el olvido es conmovedora. Más lo sería si otra decisión editorial, la de obliterar el idioma original de los textos, no viniera a ponerla en entredicho. (“Los vicios del mundo moderno” de Parra, por poner un solo ejemplo, en una muy correcta traducción al francés, suenan rarísimos en ese idioma y pierden, junto con su lenguaje coloquial, gran parte de su impacto irónico).

[3] Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1970, selección, prólogo y notas de José Olivio Jiménez, Madrid, Alianza Editorial, 1971.

[4] El prólogo no es breve: en casi 200 páginas intenta “ofrecer un panorama comprensivo de la poesía —tendencias, movimientos, grupos literarios y estéticas— de los distintos países hispanoamericanos” “de las generaciones de la mitad del siglo”, con lo que se evita la posibilidad de referirse al ámbito hispanoamericano como tal o de dar una visión de conjunto.

[5] Lo que sí sorprende es la discrepancia entre “el rigor y el canon” a la hora de elegir los poetas incluidos en la antología, y la vaguedad palabrera con que se habla de ellos y de la poesía hispanoamericana. El acierto de la selección remite tal vez a la tarea de la editorial Visor como tal, cuya colección de poesía latinoamericana es muy estimable, y, como se ha dicho ya, ha contribuido grandemente a crear un “canon” latinoamericano para uso del público peninsular.

[6] “Habla criolla” hace referencia en el prólogo a José Lezama Lima; en cuanto al mestizaje, se menciona el trabajo del académico chileno Jorge Guzmán.

[7] Señala también a Rafael Cadenas (venezolano, 1930) o Gerardo Deniz (mexicano, 1934).

[8] Sostiene ser este “el primer grupo de poetas hispanoamericanos que se forma y se da a conocer en un el período inestable de rupturas y transiciones que sigue a la caída del paradigma moderno”. (Una afirmación discutible, dados los antecedentes que nombra y otros que podrían agregarse, como Lihn o de Cisneros, por ejemplo).

[9] No era poesía la antipoesía, para quienes desconocían, por ejemplo, la poesía en inglés de la primera mitad del siglo XX; esto va señalando algunas de las limitaciones de los “dispensadores de la fama”.

[10] Ver Valdés, Adriana, en El Navegante, Año II, número 2, 2007, la introducción a “Cuatro mujeres en la poesía chilena”, pp. 102-104

[11] Hobsbawm, Eric, Behind the Times: The Decline and Fall of the Twentieth-Century Avant-Gardes, Thames and Hudson, 1999 (hay versión en español: se titula A la zaga).

[12] Charles Merewether, “Archives of the Fallen”, en The Archive, serie Documents of Contemporary Art, London and Cambridge, Mass., 2006, p. 160.

[13] De Clavados.

[14] La fecha de 1889 es la del nacimiento de Gabriela Mistral. La de 1969 marca los 80 años del nacimiento de Gabriela. Las cinco antologías consideradas están publicadas entre 2007 y 2010, en Francia, Estados Unidos y España (tres de ellas; la última con auspicio del Instituto Cervantes). Ver datos bibliográficos en este mismo anexo.

[15] El signo [X] corresponde a poetas incluidos en la antología de José Olivio Jiménez (1971), de la que se declara continuadora la antología publicada por Visor en 2008.



 

 

 

 

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