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Una Novela
«Composición de lugar», Adriana Valdés, Editorial Universitaria.
Santiago 1996. 240 páginas


Por
Jorge Guzmán
Publicado La Época, Domingo 11 de agosto de 1996



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Sostengo que este libro es una novela. Una curiosa novela autobiográfica que lleva todo el bagaje cultural, todas las finuras y comprensiones ilumínantes esperables de su autora, Además, una "novela nueva", sumamente heterodoxa, compuesta de discursos ("escritos" los llama AV) que tuvieron un estado anterior, y en ese estado anterior, parecían sólo referirse docta y objetivamente a una variedad de temas. Mientras AV escribía su novela, discurso a discurso, cada uno de ellos fue apareciendo separadamente en diversas revistas, periódicos, catálogos, informes, a lo largo de varios años y en varios paises. Entonces, no se leían para nada como partes de novela. Incluídos en contextos de otra seriedad, no novelesca, se mimetizaban exitosamente de ensayos cabales. También lo son, y sin duda servirán muy bien a muchos lectores como tales ensayos, porque forman un conjunto de visiones muy sólidas sobre algunos de los temas mas apasionantes de este tiempo y de estos lugares.

Ese carácter de los discursos está respetado en el subtítulo que los nombra "Escritos sobre cultura". Lo son. Pero también constituyen, antes, una "Composición de lugar". Sobre ella, dice algo AV en su Prefacio: "Todo lo que hago ha terminado por ser eso: tratar de ubicar en un lugar y en un tiempo las obras que miro y leo, tratar de determinar bien el ángulo de mi propia mirada, perder inocencias, tratar de superar cegueras" (página 13). Lo cual constituye un cierto reconocimiento del carácter novelesco de la empresa: hay tiempos, cambios, hay un progreso ("superar cegueras"), hay un sentido que aparece al final de la escritura. Y ya eso es novela. Pero después de haber leído el libro, algo más dice ese titulo.

Cuando la frase "composición de lugar" regía actitudes y empresas, sus componentes más señalados eran "ficción", es decir, "invento", "intento de comprensión", "escenario", "supuestos de una acción". Realizar una "composición de lugar" consistía en imaginar un escenario tomando en cuenta objetividades a medias reales, a medias hipotéticas, para tratar de comprender algo complejo. Y eso es, otra vez, novela. El Libro de AV no dice que las cosas tengan que ser como ella las ve, pero presenta un conjunto de rasgos de esas cosas que parecen, por su elección y su disposición, ser visualizables de esa manera. A condición de no haber errado la mirada. De que las hipótesis valgan. De que los rasgos escogidos sean relevantes. Yo, lector, hallo que no ha errado, que valen, que son relevantes, Pero, como sucede con las buenas novelas, varias veces encuentro que yo veo cosas diferentes, que algún personaje no hace lo que yo prefiero, que me hubiera gustado que alguno de los componentes del libro hubiera estado más presente y con más claridad.

Me parece que el tema general de la novela es algo así como "Ser mujer latinoamericana, hoy, en Chile". Este tema lo desarrolla un personaje central, una "yo", que tiene una biografía intensa: pertenece a una familia que la historia de Chile enriqueció por el salitre, pero no supo invertir en gran cultura; es madre, es decir, experimentó la preñez, la obligación de socializar al niño, el miedo de castrar, el crecimiento del hijo, la separación, la extrañeza; amó y supo de la tensión entre ser mujer, hoy, y tener ansias del cuerpo; vivió en un país donde se pasó de la ilusión utópica al miedo; por eso, porque nos regía el miedo, abandonó la vida académica y tomó otros caminos; tuvo y tiene amigas y amigos; le interesa centralmente saber qué es esto de ser latino americana; sufre y acepta todo lo que ella misma entiende ser y todo lo que le parece haber.

Los capítulos del libro son cuatro, "Miedos", "Viajes", "Libros" y "Mujeres". El primero, "'Miedos", lo forman discursos que se hacen cargo de la situación de un país donde todo texto, si era serio y quería tener que ver con la realidad real, era riesgoso. Y por eso, plástica, palabra oral y palabra escrita se presentaban enmascaradas, confiadas a la incapacidad de lectura de los administradores del miedo o a su indiferencia, Por eso, el estrecho escenario nacional donde se emprendieron antes del miedo tareas de textos lingüisticos o de textos plásticos, hubo de ser abandonado, cambiado por otros escenarios lejanos y ajenos. Y todo el capítulo conserva una reticencia que de alguna manera vuelve a hacer correr para el lector los tiempos del miedo. No hay en los discursos de AV ni denuncia descriptiva ni detalles. Simplemente, todo en el capitulo dice: no se podía hablar libremente, ni pintar ni escribir. El capitulo nos parece centrado en un discurso sobre la pintura de Guillermo Núñez, el pintor chileno que desde hace años pinta sólo cuerpos atormentados. ¿Qué mejor lugar para centrar el capítulo? Todos los personajes están aqui movidos por el miedo. Algunos se van de Chile y tienen que cambiar hasta de lengua, lo que, sin decirlo, es presentado como un agudo dolor, una pérdida que ni siquiera puede medirse bien de puro enorme. En otro momento de la novela, esto de perder la propia lengua queda esbozado como un perder lo más íntimo de sí mismo. Otros personajes utilizan estrategias para seguir hablando, pintando, escribiendo, moviéndose por el miedo sin tener que irse. AV se queda y mira y cambia. Algunos de estos cambios son para bien. Accede a escenarios mayores. Pierde ilusiones vanas. Incorpora su discurso novelesco a la corriente mayor de la historia.

El segundo, "Viajes", es un desarrollo natural de "Miedos". La situación del país ha hecho a AV insertarse en movimientos y situaciones mundiales. El primer discurso del capítulo, dice sobre la relación entre el arte y el poder, y dentro de esa relación, registra el momento en que AV se hace cargo de un mundo globalizado, donde hay que encontrarles un lugar nuevo a las propias empresas textuales y a las lecturas de las empresas ajenas. Afinando las propias, ella les encuentra ese lugar a los plásticos chilenos Alfredo Jaar, Eugenio Ditiborn, Gonzalo Díaz y Eugenio Téllez, los cuales, por su parte, han hallado muy sólida posición en lugares muy centrales de la cultura mundial. Son de los muy buenos ensayos que trae la novela.

El tercero, "Libros", es de los más íntimos de la novela. A mí, me dio nostalgia de tiempos otros y de buenos amigos muertos, cuyos textos recupera AV. Andan por allí los esfuerzos novelescos de Cristian Huneeus, cariñosamente realzados por la lectura docta y cordial de AV. Y los estremecedores versos finales de Enrique Lihn. También Juan Emar. Y Adolfo Couve. Y una presentación muy inteligente de Flor de enamorados de Oscar Hahn. Y unas consideraciones sobre Obituario de Andrés Gallardo, en que AV pone atención cálida en una reliquia de otros tiempos literarios, recuperada por Gallardo para este tiempo de globalizaciones: la provincia chilena. Y, de final, la figura grande de Gabriela Mistral. Personajes amigos que la novela trae ante el lector para mostrarles cariño, nostalgia, respeto.

Y el cuarto, se llama "Mujeres". Buen remate para una novela que contiene, en el capitulo anterior, una declaración de feminismo. Tiene, además, algo de clímax este remate. En cuanto a riqueza de sentido, me complace confesar que supera mis posibilidades de "apropiarme" de un texto. Pero me "dicta no sé qué buen sabor" (para citar a Vallejo en buen momento). La voz de AV, mejor, la voz de la "yo", se ha hecho aquí un poco lenta por efecto, quizás, de todo lo contado en la novela. Es raro el tono de este discurso proveniente de mano que se declara feminista. Pienso que para una mujer que lea este capítulo, mucho le sonará asombroso y tranquilizante. A mí, como varón, también me asombra, pero me sobresalta. La seguridad de la dicción, ya no es la de quien está pidiendo el poder o la preeminencia o la autonomía que se le niega. Lo mismo pasa con la ecuanimidad de los juicios, que no son ya de quien esté pidiendo nada, sino del tranquilo poseedor. Igual extrañeza ocasiona el cariño con que habla de algunos roles de mujer, ya pasados o en trance de pasar (el cuidado de los hijos, de los ancianos, de los enfermos y los moribundos), pero que se asocian a dominaciones sufridas y a trabajos femeninos muy pesados. Una sola cosa quiero agregar. Nunca había pensado en la soledad cultural a que estuvimos condenados mujeres y varones cuando imperaba el modelo patriarcal. Pero aquí viene una de mis diferencias con este texto excelente y amigo. ¿Alguna vez imperó entre nosotros, de verdad, ESE modelo patriarcal?

Mirada en otra perspectiva, la novela de AV es una nueva y poderosa contribución a la puesta en marcha, otra vez, de la cultura chilena. Contiene la historia intima de la manera en que se vivió, en el mejor de los casos, la cultura en Chile durante casi dos décadas. Y contiene la estimulante prueba de que esas dos décadas no ofrecen solamente motivos de lamentación en el terreno de la cultura. También nos dejaron alguna mayor amplitud de mirada, una comprensión enriquecida en el dolor de los otros y de nosotros, una saludable actitud crítica.

Mucho más podría decirse de esta novela. Quizá manifieste claramente el placer que me ha dado leerla si digo que le he perdonado a Adriana Valdés haberme distraído de la absorción en que me mantenía otra novela, una que estoy escribiendo yo y que ojalá sea tan significativa como la suya.


 



 

 

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Santiago 1996. 240 páginas
Por Jorge Guzmán
Publicado en La Época, Domingo 11 de agosto de 1996