Es un barullo excepcional
el que sacude nuestro comedor
cuando este Viejo Pascuero
que nos conoce demasiado
y se mueve con soltura por la casa,
aparece ante nosotros.
Nos sube sobre sus piernas.
Deja una mano en nuestro hombro
y la otra junto al saco.
Los adultos ríen del doble sentido
en cada frase con que nos va inquiriendo.
Acciones,
responsabilidades,
metas cumplidas.
Su acercamiento nos parece algo conocido,
a veces podría jurar que es el inspector del colegio
que irrumpe en nuestra noche más feliz
después de un largo año acumulando
información vergonzosa sobre nosotros.
Por eso respondo sus preguntas con cautela,
y me aterra pensar que algún día
–halagado con la ovación de todos
y exhausto por la dura jornada–
pueda quedarse un rato hasta encontrarse con papá.
Puedo verlos sentados a la mesa.
Santa prueba las galletas de mamá
y el pavo que papá estuvo horneando durante la tarde.
En un momento de confianza
los elogia por su esfuerzo
y a reglón seguido, como haciendo un favor,
confiesa nuestras faltas más secretas,
mientras eleva el ponche hasta las blancas motas de su cara.
De “MANTENIMIENTO”, Libros del Pez Espiral, 2015