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Narrador sin límites.
Notas sobre El Obsceno pájaro de la noche, de José Donoso

Por Adriana Valdés
Publicado en Revista UNIVERSUM N°11, 1996. Universidad de Talca


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Hace poco hicimos una conversación pública sobre un libro muy comentado, El canon de Occidente, de Harold Bloom. Como ustedes probablemente saben, pretende - entre otros fines - dar una lista de los libros indispensables para un lector culto.

De Chile, están por cierto Pablo Neruda, y sólo otro autor: José Donoso, con su obra El obsceno pájaro de la noche. No pretendo atribuir gran importancia al libro de Bloom. Lo menciono simplemente como una de las indicaciones más recientes, y más difundidas, del prestigio que tiene la obra de José Donoso en el mundo. Tal vez no esté demás hacerlo aquí, en Talca, que es en cierto modo el lugar de origen, el lugar de los límites, el lugar desde donde se parte. Estoy jugando, advierten ustedes, con el título de una de sus novelas, El lugar sin límites. Estamos hablando de una obra que, en todo sentido, se ha extralimitado, ha roto fronteras en el campo de la novelística chilena.

En esa misma conversación, alguien dijo con razón que, sin tantas pretensiones como Bloom, Henry Miller había escrito sobre "los libros de mi vida". Yo quiero comenzar a hablar aquí de uno de "los libros de mi vida", y sin querer con eso hablar de mí: "mi vida" es aquí la nuestra, la vida cultural de Chile. El obsceno pájaro de la noche fue un libro que cambió esa vida, cuando llegó por aquí, creo en 1972. Se publicó en 1970; pero en 1972 todavía era aquí cosa de corrillos. En el taller de crítica de la Universidad Católica decidimos abordar su lectura entre muchos, cuando el director, Martín Cerda, decidió encontrar una obra a la altura de tantos cerebros como ahí estábamos.[1] Cada uno debía escribir un trabajo. El mío se publicó en Buenos Aires, tres años más tarde, y fue un ejercicio que puso en juego todas mis capacidades críticas de entonces. Pero hizo más. El remezón que significó su lectura me dura hasta el día de hoy. Se trata de una obra exigente, tal vez la más exigente de Donoso; la que más sacude las expectativas nuestras, las de los lectores. Como creo que no se trata de un asunto personal, sino, insisto, de la vida cultural que compartimos, intentaré aquí describir en qué consistió ese remezón.

Lo primero tiene que ver con la traición. Una de las más caras expectativas del lector de novelas consiste en confiar en su narrador. Esto era más cierto todavía: tratemos de ubicamos, de vuelta, en lo que eran las expectativas del lector chileno, acerca de una novela chilena, veinticinco años atrás; eran distintas. Y más todavía si uno había sido lector de Coronación (1957) o de los cuentos de Donoso. La tradición novelística nos ofrece un pacto entre narrador y lector. El narrador se hace cargo del mundo; por un momento, podemos olvidarnos de las complejidades insoportables e ininterpretables de la vida real, y entrar en un universo acotado por alguien, que se hace responsable de su coherencia. Incluso las novelas de temas más terribles o extremos tenían, en esa época, un narrador que junto con ir contando iba dando un marco de reflexión, un tono donde uno podía moverse con cierta confianza. E incluso si los narradores eran muchos, y se yuxtaponían las perspectivas -era un recurso que se estaba propagando en América latina - había una salvaguarda final, alguna de esas voces se encargaba de dar sentido a todas las demás, en algún párrafo que el crítico podía citar con toda comodidad.

Nada de eso existe en El obsceno pájaro. Se rompe el pacto de la bonhomía narrativa. El lector no puede confiar en su narrador, que al ir hablando se le transforma en otra persona, adquiere una lógica distinta o se desliza hacia el delirio, y estamos en el medio del delirio, hemos perdido pie en el texto, antes de que nos demos plenamente cuenta, y podamos reacomodarnos, volver a ser lectores sensatos, decir "no, lo que pasa es que ahora están hablando las viejas", por ejemplo. Nadie nos dice "caro lector", o "devota lectora mía" (esto último es de Machado de Assis, y me encanta). Cuando Donoso recupera esto, años más tarde, en Casa de campo (1978) lo hace de manera paródica; cuando en El jardín de al lado seguimos una perspectiva durante toda la novela, hay un giro final que, como en el juego de la "cunita", nos da vuelta la narración. El pacto entre narrador y lector se rompe, decía, y no se puede confiar en aquel, tan esperpéntico, tan mutable, tan cambiante y traicionero como cualquiera de sus desorbitados personajes. En ninguna de sus otras novelas se lleva esta ruptura de pacto tan lejos como en El obsceno pájaro. Como si fuera un rito de iniciación. A propósito de esto, yo sostengo que hasta El obsceno pájaro y El lugar sin límites, que comparten este vértigo, Donoso era un muy buen novelista, dentro del ámbito chileno. Creo que después de esta etapa de escritor chileno -que ya había conquistado su medio, que ya era reconocido y estudiado- vino una rotura. Entre la narrativa de Coronación -que cumple con los pactos de lealtad entre narrador y lector, a los que me estaba refiriendo- y el El obsceno pájaro hay una diferencia fundamental; hay un cruce de fronteras. Conozco buenos narradores que no han podido jamás pasar esa frontera. Cómo explicarlo: no han podido jamás dejar atrás la noción de que tras el narrador están ellos mismos, los autores, y que tienen que sacar la cara, corresponder a algún personaje socialmente aceptable e incluso meritorio. Entonces las narraciones son "empaquetadas", limitadas por el personaje social del autor, que finalmente domina la narración y nunca se pierde a sí mismo, nunca sale de sus propios límites.

En los ritos de iniciación, en todas las culturas, es necesario perderse a sí mismo: entrar en un mundo cuyos límites no se conocen ni se dominan. Es necesario sentir el desamparo, entrar en "la selva indómita donde el lobo aúlla y donde se oye la cháchara del obsceno pájaro de la noche." Estas palabras, y el origen del titulo del libro, vienen del epígrafe, que es una cita de Henry James, padre del novelista del mismo nombre. El paso por esa selva -por la destrucción del propio personaje reconocible, habitable, amable- fue el tránsito entre la calidad de buen escritor chileno, apto para libro de lectura e historias literarias, y la otra calidad, inquietante, extraterritorial, que alcanzó de ahí en adelante José Donoso como novelista. Ese tránsito le da una perspicacia, una agudeza de la cognición, muy particular, sobre la que trataré de volver. Libera considerables poderes de invención. Y desencadena una energía lingüística, una especie de iniciativa del lenguaje, que marca un salto cualitativo en la narrativa chilena, y le otorga una fisonomía totalmente propia en el conjunto de los escritores latinoamericanos de su generación.

En El obsceno pájaro hay una caída libre del lenguaje. Personas gramaticales -yo, tú, él, ella- tiempos verbales -pasado, presente, futuro-, géneros, registros del habla: todos ellos se entrecruzan y confunden. Por ejemplo años después, en "Purgatorio", el poeta Raúl Zurita logrará un efecto de shock al hablar indistintamente desde el género masculino y desde el género femenino; el pintor Juan Dávila, que hoy expone en Santiago, ha usado también reiteradamente ese recurso. El lenguaje de El obsceno pájaro pasa de un género a otro, en el mismo hablante -o cambia de hablante en el medio mismo de una frase, y lo señala con el cambio de género. La identidad sexual -una de las primeras- si no la primera, una de las básicas, tambalea; los límites tajantes que diferencian m/f (la barra marca la alternativa, como en un formulario), esos límites se desdibujan. Pasa lo mismo con el tiempo: el pasado, el presente, el futuro están y no están en la misma frase; la progresión (otra convención básica de la narrativa, otra premisa de la identidad) también entra en crisis. Como el yo, transformado en una especie de tinglado, un lugar vacío al que se suben a voluntad diferentes personajes, algunos de ellos claramente sin rostro. Y qué decir de los registros del habla. Desde los más canónicos hasta los más populares, injertados unos en otros, y, lo más importante, haciéndose violencia los unos con los otros, desordenando el orden de la invención de cada uno, interfiriéndolo, interviniéndolo, utilizándolo para fines que podrían parecer contra natura.

No quisiera para nada dejar la impresión de artificio al enumerar y describir estos procedimientos. La impresión de lectura no es de artificio, es de angustia -como si la angustia fuera generando cada uno de estos cambios- y también de gozo, de regodeo, como si el lenguaje se "volara", dirían hoy. Y lo que más interesa, pienso, son las dimensiones que adquiere el lenguaje, y eso, pienso, porque la exploración en ese lenguaje no es sólo un asunto verbal. Hemos aprendido en estos últimos veinte años, nuevos catecismos. Uno de ellos viene del plano psicoanalítico y nos dice que "el inconsciente es lenguaje". Al entrar en el lenguaje de un país -y cómo entra Donoso en este libro- en cierto modo estaríamos entrando en la operación misma de lo que es el inconsciente.

En este libro la exploración del inconsciente tiene dos dimensiones complementarias. La primera tiene que ver con la sensibilidad propia de nuestra época, en el mundo occidental. Un tema tan enorme no puede casi tratarse, menos en tan poco tiempo. Déjenme darles apenas una muestra: hoy se está dando, en Santiago, la obra Cuarteto, del dramaturgo alemán Heiner Muller, muerto el año pasado. La sensibilidad europea de nuestro siglo tiene una temática del engaño, de la simulación, del disfraz, del espejo, que está trabajada en Donoso al mismo tiempo que estaba siendo trabajada en Europa por sus autores más adelantados y vigentes: cito a Muller como ejemplo. Ver la obra es ver también las conexiones con el mundo donosiano.

La segunda tiene que ver con la recuperación de un inconsciente -un lenguaje -más propiamente chileno, el que se fue creando entre nosotros cuando la cordillera todavía era barrera infranqueable; lenguaje que, entre paréntesis, se está perdiendo, transformado en un español regido por medios transnacionales de comunicación. El valor testimonial de este libro como lugar en que se recoge el funcionamiento de ese lenguaje, las peculiares operaciones mentales y categorizaciones que implica, los juicios: radiografía, scanner de una mentalidad absolutamente nuestra, y desde la perspectiva no de una retórica santificante, sino precisamente de la de sus más oscuros recovecos, los que reaparecen a lo largo de nuestra historia.

Para concluir, quiero celebrar el sujeto novelístico que surgió en El obsceno pájaro, libro iniciático: celebrar su increíble libertad para moverse en nuestro inconsciente, libre del personaje biográfico de su autor y de todas sus obligaciones, atenido sólo al imperativo de la exploración y de la aventura dentro de un lenguaje nuestro, de todos. Este sujeto narrativo que no es todos nosotros y a la vez no es nadie en particular: abierto a las voces múltiples, haciéndolas jugar en un espacio de perspectivas que chocan entre sí, consciente de la diversidad y la multiplicidad que somos, y también de la monotonía de nuestras obsesiones y fijaciones, como para mostrarlas, hacemos capaces de verlas. Exalto la capacidad de descender a lo más hondo e intratable de nosotros mismos, y junto con ella, la capacidad de mostrarlo, de organizarlo.

No tendremos un narrador buena persona que nos guíe por esta novela. Sí tendremos una inteligencia de disposición, una coherencia basada, como quería Borges, no en causalidades, moralejas ni retóricas, sino en un cuidadoso juego de "vigilancias, ecos y afinidades", y gracias a eso El obsceno pájaro es a la vez testimonio de nuestras propias oscuridades y extraordinario dispositivo de lucidez.

 

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[1] No está demás recordar algunos nombres Alberto Rubio, poeta; Federico Schopf, Arturo Fontaine, hoy novelista y poeta; Carmen Foxley, Nelly Richard...




 

 

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