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5 POEMAS LABORALES

Por Ángel Valdebenito Verdugo



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En el baño del trabajo

Un cuerpo entre baldosas
puede temblar de frío
o de impaciencia,
caerse de sueño,
pararse espejo al frente,
encogerse sin aliento
o al fin,
quizá rendirse
ante su propia mirada
de animal recién cautivo.

 

 

Oda Fáctica Segunda

El bestial soltero empieza por reclutarse a sí mismo.
La tenue luz de una fascinación material
que le acomoda
destaja sus semanas separando
costilla y lomo a la manera de un carnoso novillo.
Deletrea luego una seguidilla de instrucciones
para emplazar cada mañana en su cantón.

Lumbrera, cabrón o simplemente el Señor de sus Moscas,
se lee diariamente el pulso en la borra del café,
descargando con gracia de sus cuentas
lo que sus corazonadas le negaron años antes.

Como él dice siempre, riendo, cuando recibe a un nuevo:
“yo era tonto como cualquier joven y me farreaba la vida
en largas discusiones sin sentido
acerca del sentido de las cosas”
y después de eso,
la velocidad de arranque de cualquier mocoso
que lo quiere todo antes de los 30,
y que transmite
en el circuito cerrado de su orgullo,
canciones con gloriosos arreglos
sobre las cuales,
su voz se erige en la robustez de la personalidad que le forjaron
a martillazos de autoestima
y florilegios de la sicología comercial de grandes libros.
Su rescoldo.
Ganancias que podrán asegurarle
un nicho hermoso en las afueras de la urbe,
cerca de los barrios industriales.

 

 

Adjunto a la Fáctica Segunda  (Carta del tío)

La historia del astuto Ulises, seguro la conoces.
Tuvo grandes negocios en todo el mundo
y hasta algunos amoríos por fuera,
mientras su esposa,
atendía la industria familiar tejiendo
y destejiendo el interés de socios estratégicos
cuya ambición,
alcanzaba incluso para elucubrar la forma de acostarse con ella.

Claro que conoces la historia de Ulises;
un buen romano que construyó un imperio
¿o ese fue Alejandro?
Basta por ahora de teorías, muchacho,
el punto es otro.
Te has venido haciendo práctico a buen paso,
no me lo habría imaginado a tus veinte,
pero pienso en tu inagotable energía,
en los consejos y el ejemplo de tu padre,
en la sólida educación que se te ha dado,
tu éxito, hijo mío,
se cae de maduro.

 

 

Glosa a mi Finiquito de Trabajo

Salí conforme.
Renuevo en mis facciones los tics del entusiasmo,
ya lo ven.
Lejos de mí el ladrido de los quiltros.
Un honor faenable en las mejores manos,
las cercanas.

Viejas andanzas de mi pellejo.
Tuvo que cerrarse todo un día cualquiera,
de esa cálida tarde recuerdo
las vueltas y un sinfín de aturdimientos calle abajo.
Me miran,
les rabia mi parsimonia,
que se pierde en digresiones o se excede
los tiempos de la espera que le han dado.

Estuve
mermado en mis agallas por un tiempo,
limpio nunca de intenciones,
más bien dicho un pálido abridor de mañanas,
deberes nunca extremos, pero a veces
anchos en su forma de calar mis articulaciones,
en fin.
Mis vanos empellones a la suerte
o la comprensión.

Por demás les cuento estoy tranquilo,
firme, bien considerado y no,
no los extraño en lo más mínimo.

 

 

Es extraño no poder retener el contraste 

Es extraño no poder retener el contraste,
la luz que espera bajo las cortinas
en la humedad de una mañana quieta,
solo y pegado
a unas sábanas opacas,
al pie de una jornada sin energía suficiente.

El viento mueve mis mamparas demasiado
y no se puede hablar sobre las cosas,
aunque la experiencia de las cosas
alargue su sombra a un costado de la cama.

Restos de un árbol caído tras el temporal
decoran un rincón de la comarca
donde ancianas se levantan
cada día
y se resignan cada día
se resignan cada vez mejor.

Todo avanza hacia el pasado
como en ciertas teorías oscuras.
El plomizo cálido de las veredas
retiene la mirada, tuerce el cuello
y uno tropieza
con un peñón de hechos inabordables
donde la esperanza se hizo mierda
y dejó apenas la cáscara
de un hombrecillo temeroso.
Allí donde pretendimos ser algo.

La muralla del vecino está cubierta
por las hojas anchas de una planta que desconozco.

El color plomizo del tronco de pino
se parece al de las veredas,
pero es más regular.

Es extraño no entender el contraste,
no saber encontrar la sombra adecuada
en cada momento,
mientras el sol va corrigiendo nuestra postura.

Las hojas de la palma chilena
se ven violentas al lado de los frutales.

Las casas rosadas no me gustan.
En La Palmilla hay unos blocks recién pintados.

El azul y el plomo de las automotoras
es hermoso hasta cierto punto.
Techo alto, piso exigente.

Yo limpié esos pisos
con sosiego y ansiedad al mismo tiempo.
Y el ansioso triunfaba siempre sobre el sosegado
y el sosegado perdía el rumbo,
pero aguardaba con paciencia
hasta volver sobre algo
que se pareciera un poco
a lo que antes venía haciendo.
Y ambos limpiaban los pisos
y desempolvaban repisas,
facturas, guías de despacho, libros diarios.

En el estrecho polvorín de los contadores
paseaba el uno con sosiego,
mientras el otro calculaba los versos
para un concurso español de poesía.

En el estrecho polvorín de los contadores
los brazos se acalambraban limpiando
tanto tiempo hacia arriba.
Había bodegas y oficinas gerenciales
y largos patios industriales plomizos,
cuyo cemento en las tardes de verano
anestesiaba a los más fuertes.

Ya no somos el que buscaba sombra
a un costado de la motoniveladora.

Es extraño no entender el contraste.

 

 

Los cuatro primeros poemas fueron extraídos de Patria (Ediciones del temple, 2008), el último es inédito.




 



 

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