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Bandido chileno no es de jugar
Responso para un bandolero. Enrique Volpe. LOM santiago, 1996. 151 págs.

Por Antonio Avaria
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 5 de Abril de 1997


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La literatura del bandolerismo suele preferir las hazañas y la leyenda romántica a la descripción o enjuiciamiento de crímenes y atrocidades. Ahí están Los bandidos (Die Rauber) de Shiller, el guapo de arrabal en Borges, el bandido chileno de Rafael Maluenda o Manuel Rojas. Más temerario, viril y generoso, que sádico, granuja o traidor.

En esta tendencia idealizadora (o glorificadora, a la Robin Hood) no se inscribe el recio Eloy de Carlos Droguett, ni el maligno homicida de Guillermo Blanco, pero sí, sin asomo de duda, este Segundo Catalán, alias el Corralero, de Enrique Volpe (1938). Este personaje “fuera de la ley” también enfrenta la muerte, pero en su cama o caminando con dificultad, a los 96 años, dueño de propiedades y del respeto reverencial de sus vecinos. Pareciera dictarle a Volpe esta novela, para servir de alegato, de justificación, o tal vez de alarde, como último acto de guapeza (¡y qué fue!). Partiendo del mísero rancho de la infancia, del niño que rehúsa ser esclavo de la tierra y del patrón, como lo fuera su padre, se evoca una vida a ramalazos de la memoria, contada por el protagonista y descrita por su biógrafo: el relato se desenvuelve con la fuerza de los hechos y del paisaje de los cerros al norte de Santiago, y la insólita elegancia del verbo poético. Las expresiones idiomáticas campesinas no se prodigan al buen tuntún ni con pedantería: son oportunas, precisas, graciosas. En una cueca chora, o en una de patas en quincha, hay que “darle a la cogote de yegua” y usted siente la guitarra en la mano.

El escenario es rudo y árido, entre los cerros del cordón de Huechuraba o de la cuesta de Chacabuco, aptos para el escondite del zorro culpeo, el puma, la culebra de pie dorada, el fugitivo de la justicia. El lenguaje roza lo onírico y el lirismo, sin que se desarme el desarrollo de la narración, la cual ondula con espontánea sabiduría. Aquí el lector de ciudad sabrá del piuchén, monstruoso pájaro culebra, conocerá a una vieja regenta de prostíbulo que amaestra pupilas y pavos, así como a un cantor ciego, el Pililo en Escabeche, y apreciará el arte de masajear los testículos de machos cabríos ancianos. No hace criollismo costumbrista Enrique Volpe, sino la novela del Corralero y de otros bandidos apodados el Bandera Chilena, el Cacho de Tinta, el Flaco Manuel (con su muerte parecida a la de Eloy), el Pije Artillería, el Piojo con Cachos. Tampoco hace novela testimonio, o socioliteratura, como José Miguel Varas en sus admirables Chacón y La novela de Galvarino y Elena.

Volpe sabe de lo que habla y escribe en volandas, transido de verdadera admiración por estos hombres con choco y corvo al cinto, que afirman su hombría guapeando, arriesgando la vida propia y ajena. Un personaje memorable es el Chivato Marín, poeta popular, ducho en cantos de angelitos y novenas, en payas que lamentablemente el escritor no reproduce, tal vez para no adaptarse del “responso” por el bandolero. El tratamiento no sigue una línea cronológica ni se limita a un realismo naturalista: el poeta que hay en Volpe (es autor de un celebrado poema épico con la figura de Diego de Almagro: Crónica del adelantado), no se arredra ante la descripción de sueños y pesadillas de su héroe, o la adjetivación lírica propia del flujo tortuoso de la conciencia, o las sinestesias o apelaciones a los sentidos en párrafos impregnados de fragancias del campo, en Chicureo, Conchalí, Quilicura.

¿Cuáles fueron los crímenes, los once o más asesinatos, las fechorías de Segundo Catalán? ¿Cómo destruyó, martirizó, exterminó? Vaya, nos quedamos sin saberlo, aunque es verdad que cuando el niño perdía una oveja, su padre era bajado del cerro por carabineros a punta de guascazos por orden del patrón, y puesto en el cepo por varios días.

Si las circunstancias y los malos ejemplos convirtieron a Catalán en bandolero, ahora es macho viejo que el novelista no pretende llamar a juicio. Homni soit qui mal y pense.


 

 

 

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Bandido chileno no es de jugar
Responso para un bandolero. Enrique Volpe. LOM santiago, 1996. 151 págs.
Por Antonio Avaria
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 5 de Abril de 1997